La viola que canta
ISABEL VILLANUEVA & ANTONIO GALERA | CRÍTICA
La ficha
****Noche en los Jardines del Real Alcázar. Programa: Obras de M. de Falla, Á. Piazzolla, M. Nobre, V. Monti y B. Bartók. Viola: Isabel Villanueva. Piano: Antonio Galera. Lugar: Jardines del Real Alcázar. Fecha: Viernes, 28 de julio. Aforo: Casi lleno.
En manos de un o una intérprete que sepa adentrarse en los secretos de su sonido, la viola puede convertirse en el instrumento con mayor capacidad de seducción, de cantabilidad, de susurrarnos al oído las más tiernas melodías, de hacer aflorar en nuestra imaginación las más poéticas imágenes.
Isabel Villanueva es de esas solistas que se funde con su instrumento, esa viola que tanto mimo necesita para hacer fluir su sonido con la afinación justa, algo que no es demasiado habitual por otro lado. En el pasado Femàs, en marzo de este año, tuvo ocasión de demostrarlo en su recital a solo, todo un reto brillantemente coronado. Y ahora ha vuelto en compañía de un pianista atento y minucioso en su acompañamiento, de técnica impecable y de amplia gama de matices en su articulación y fraseo. Basten como ejemplos la delicadeza y sutilidad de su pulsación en la Asturiana o la fuerza del staccato en combinación con el uso del pedal en el Polo, ambas de Manuel de Falla.
Villanueva, en sus versiones para viola (suponemos que a partir de la adaptación para violín de Kochanski) de las Canciones populares de Falla tiró de todo su arsenal de recursos expresivos, como el inicio en armónicos delicadísimos de El paño moruno; o la cuidada línea de canto ligado en la Asturiana; o el rubato expresivo de una Jota interpretada más desde la intimidad que del exhibicionismo; o la paleta de colores en la Canción. Para los Requiebros de Cassadó tiró Villanueva de vehemencia en los ataques y de puro casticismo en el fraseo. Sus versiones de las tres piezas de Piazzolla se caracterizaron por el intimismo lírico de Soledad y por la fuerza rítmica y la elegancia de las dos integrantes de La historia del tango, con unos brillantes pasajes sull ponticello. La vertiente más técnica y virtuosística afloró en las conocidas Czardas de Monti, para recalar finalmente en la variedad rítmica y el color de las dobles cuerdas de las Danzas populares rumanas de Bartók.
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