Que la vida iba en serio...

Luna Miguel presenta hoy en Sevilla 'La tumba del marinero', un libro sobre la sombra que proyecta la muerte a los vivos, y sobre qué es "crecer y aprender"

Retrato de la escritora Luna Miguel (Madrid, 1990).
Retrato de la escritora Luna Miguel (Madrid, 1990).
Francisco Camero Sevilla

02 de abril 2013 - 05:00

Hace tres años Luna Miguel consiguió su primer trabajo -un trabajo de los que cualquier padre español entendería que es, por fin, un verdadero trabajo-, se fue a vivir con su novio y a su madre le fue diagnosticado un cáncer, uno más pero no uno cualquiera, claro, dentro de una extensa cadena de terror familiar que en La tumba del marinero, su nuevo libro, editado por La Bella Varsovia, resuena con mayor o menor intensidad como una condena, como un símbolo, como motor primero de un poemario que la autora asume como una suerte de bisagra en su obra y por extensión en su manera de sentir la vida: "Se juntó todo, chocó todo, y tuve que tomarme la vida más en serio", dice.

"Mamá me leía la Ilíada y otras historias para que aprendiera escenas, cuentos y vocabulario. Quieres ser periodista, me dijo, para eso tienes que conocer muchas palabras. Pobre ingenua ella, ¡muchas palabras! Pobre ingenua yo, ¡periodista! Que para hablar del mundo solo necesito conocer la palabra muerte", se lee al principio de esta obra que en muchos pasajes, por su desnudez, estalla con crudeza, y que esta tarde, a las 20:00, presentará la escritora (Madrid, 1990), acompañada por Carmen Camacho, en la Biblioteca Infanta Elena dentro del ciclo Letras Capitales del Centro Andaluz de las Letras.

"De entre todos los suyos", dice la también poeta Elena Medel, responsable junto a Alejandra Vanessa de La Bella Varsovia, La tumba del marinero -o Sailor's Grave, el bar de borrachos que aparece en V, de Thomas Pynchon, de donde proviene el título- es "el libro menos consciente de estar asumiendo una voz, el libro que fluye más natural, sin preocuparse por qué representa o qué deja de representar para los demás". "Puedo estar bastante de acuerdo -asiente la autora al otro lado del teléfono, en Barcelona, donde vive ahora-. Mis tres primeros libros son libros de adolescencia, lo que me gustaba entonces era investigar, divertirme, reírme de mí misma y de la propia literatura: era muy juvenil todo. Pero en este libro he querido, supongo, tomarme más en serio lo que hago, lo que me rodea y lo que leo. Sin dejar de lado mis marcas, porque aun así sigue siendo un libro con ciertos toques infantiles y juveniles y siguen estando los temas que a mí siempre me ha gustado tratar. Pero sí que ha sido un proceso bastante distinto a los anteriores. En ellos buscaba divertirme y con éste me propuse encontrar literatura en todo lo que me rodeaba".

Está la muerte, está la enfermedad -la autora admite la influencia "inevitable" de Sylvia Plath, Anne Sexton o Alejandra Pizarnik, todas ellas parte de ese linaje de "poetas del dolor de una misma", como las llama Medel, aunque la primera otorga más peso, al menos en este libro, a las voces de Chantal Maillard o Julieta Valero-, pero otras cuestiones habituales en la poética de Luna Miguel, presentes en Estar enfermo (una obra publicada también por La Bella Varsovia) o en Poetry is not dead (un "pequeño libro raro" editado originariamente por DVD y recuperado el pasado mes por el sello cordobés tras la triste desaparición del primero), laten con especial fuerza dentro del conjunto, bombean un espeso sabor a decepción. Ocurre, por ejemplo, con la constatación de que las cosas rara vez son como se espera o se desea que sean, una operación que conviene ejecutar con delicadeza para que la vida no quepa en una lista de agravios. Por eso, dice su editora -perteneciente como la autora a la generación de mediados de los 80 y principios de los 90, ferozmente golpeada por la precariedad en todas sus formas, desde la económica a la sentimental, en continua retroalimentación-, La tumba del marinero es en última instancia un libro sobre "cómo crecemos y aprendemos".

"Preguntarse por la inocencia perdida es la mayor barbarie que conozco. Mírate, has crecido, y cerca de ti solo veo cucarachas. Y cerca de ti los insectos saben. Qué corazón tan ridículo. Cuánta pena dan tus bichitos en el pecho. Mis bichitos cuando te pienso. Los bichitos en mi débito y mi pobreza. Madurar es la pobreza", se lee en una pieza de la octava parte del volumen (Mala sangre) que acaba así: "Trabajar en lunas ficticias. Devorar comida barata. No quiero el dinero de papá ni el de mamá. No quiero su dinero ni su casa. Aquí: mi novela política. Aquí: lamer el suelo. Aquí: la independencia. Aquí". "Supongo -explica la autora- que en el libro está la visión más cruda, la vida tiene sus buenos momentos, obviamente. Pero sí, esa parte es muy importante, de hecho más importante que cualquier otro tema dentro del poemario. En eso he querido hacer hincapié sobre todo...".

A Luna Miguel, poeta muy joven que se dio a conocer siendo jovencísima, sin duda una de las más conocidas del actual panorama literario, se le ha reprochado a veces, y con frecuencia con verdadera dureza, casi inquina, una cierta sobreexposición mediática que muchas veces parte de su mismo blog (www.lunamiguel.com), que le sirve a la vez de laboratorio abierto y diario personal. "Supongo que hay lectores que no entienden otra forma de mirar que no sea la suya -afirma al respecto-. Ahí muestro partes de mi vida, de mis lecturas, mis pensamientos más profundos y los más frívolos, y siempre lo haré con cierto gusto, ya son muchos años escribiéndolo, pero es cierto que siempre hay gente, gente anómina además, que siempre están ahí para decirte lo que tienes que hacer. Quien vierte esos comentarios negativos es alguien que no ha entendido que somos libres. A veces la gente quizá siente cierta envidia, o miedo, si se enfrenta a cosas que no entiende...".

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