Una vida con final de 'thriller'

La repentina desaparición del cantante, dos semanas antes de su regreso en Londres, genera conmoción en el mundo y aviva el debate sobre el papel de la fama y los medicamentos en la caída de un genio irrepetible

Francisco Camero / Sevilla

27 de junio 2009 - 23:31

Rincones de todo el mundo han registrado muestras de dolor por la muerte de Michael Jackson (Gary, Indiana, EEUU, 1958). Ni el presidente de su país, Barack Obama, que lo definió como un "icono de la música" y un "artista espectacular", ni celebridades como Paul McCartney (Jackson fue, dijo, un "hombre-muchacho con mucho talento y alma sensible"), Sofía Loren (que deseó que el cantante encuentre "la paz que se merece después de tanto sufrimiento") o Elizabeth Taylor, "devastada" por la noticia, perdieron su oportunidad de unirse a una catarata de reacciones que tuvo su epicentro, cómo no, en internet.

Seguidores de Jackson se echaron a las calles, desde el Hospital de la Universidad de California, donde se confirmó el deceso, a las calles de Londres, Madrid o Tokio. Pero fueron sitios como YouTube o Facebook los que canalizaron este colosal pésame colectivo: a la cuenta del artista en la citada red social se unieron ayer un millón de amigos, y en el canal del cantante en la web de vídeos ciertos clips como Thriller, You are not alone o They don't care about us se reprodujeron de cuatro a cinco millones de veces. Hay un factor que quizás redoble la consternación: en un par de semanas el cantante iba a protagonizar uno de los regresos más esperados y morbosos de los últimos años.

Pero no habrá resurrección ni catarsis. El pasado marzo, Jackson compareció en Londres ante los periodistas, que habían sido convocados in extremis y con una aparatosidad digna de cumbre de jefes de Estado. Y con una puesta en escena inquietante (cortinas rojas inmensas, lynchianas; sobre ellas, impreso el lema Esto es lo que hay) apareció él, gélido y marcial, un poco apocalíptico, aunque también pudiera ser siniestramente cómico (uniforme negro con brazalete plateado y un emblema casi hitleriano), para anunciar una serie de conciertos en Londres, 12 años después de su última gira y tras los cuales, precisó, "se bajará el telón". Quedará para siempre en el aire el motivo final de ese anuncio: ¿Era una astuta estrategia recaudatoria del cantante, acosado por las deudas, o pretendía dar de verdad un vuelco a su carrera desde hace años esperpéntica?

En el propio entorno de Jackson había voces que dudaban de la capacidad de la estrella para aguantar ese esfuerzo. Son estas voces las que recuerdan que el cantante acudía a los ensayos "tarde" y en "estado letárgico" y achacan el paro cardiaco del cantante en su casa de Los Ángeles a la presión insoportable de los preparativos de las funciones. La familia, por su parte, apunta a una sobredosis de un narcótico similar a la morfina como causante de la muerte. Su médico personal, explican, le suministraba una dosis diaria y actualmente se encuentra en paradero desconocido.

El relato popular acerca de Jacko es una combinación tal de episodios dramáticos, disparatados, geniales y sórdidos que su vida parece inverosímil. Algo similar a lo que ocurre con los mitos. Su muerte misteriosa pero no completamente inesperada parece haberle abierto definitivamente las puertas del panteón de las leyendas del pop, el reservado a figuras como Jim Morrison, Elvis Presley o John Lennon. En cierto modo, su pérdida también es la de un artista fin de raza: es improbable que nazca una estrella tan apabullante, tan magnética. Nacerán otro tipo de estrellas, pero difícilmente tan universales, entre otros motivos por el crepúsculo de la industria discográfica. Al alimón con ésta, cuando las dos partes vivían su esplendor, el cantante protagonizó episodios que ilustran el estatus que llegó a alcanzar, un estatus casi totalitario, como cuando, en una gira en los años 80, cobraba por anticipado a sus fans, a los que por otro lado no se les garantizaba la celebración del concierto en su ciudad, ni la devolución del importe si éste no se celebraba; las entradas se agotaban.

El título de rey del pop se lo concedió Jackson a sí mismo, aunque es verdad que nadie ha sabido discutírselo. Mejor dicho: nadie supo. Es triste que el espectáculo cruel de su vida de delirio y pesadilla, de su grotesca degradación, haya eclipsado, siquiera parcialmente, una carrera musical con momentos deslumbrantes. Triste pero seguramente inevitable, tratándose de una persona que desde los cuatro años pisaba asiduamente los escenarios y que ha tenido desde la adolescencia más trato con las masas extáticas y la interesada fauna del mundillo discográfico que por ejemplo con su familia. En este punto la tentación llega en forma de lectura freudiana: él solía decir que jamás tuvo infancia. Muchos parten de ese hondo desgarro para analizar su deriva de criatura de barraca de feria: su cambio de color de piel, su oscuro proceso judicial acusado de pederastia, su reclusión obsesiva en Neverland, la gigantesca mansión que se hizo construir al estilo Elvis, con cuya hija Lisa Marie contrajo un matrimonio breve y estrepitoso...

Hubo un tiempo, sin embargo, en que el cantante fue una de las cosas más luminosas que le había pasado al pop. Su maravillosa voz y su encantador talento para el baile daban un toque distinto, único, a los Jackson 5, un grupo planeado minuciosamente por su padre para hacerse rico, lo que logró con el ingreso en 1968 en la selecta nómina del sello Motown y sobre todo con una imponente colección de canciones soul-pop de radiante y contagiosa felicidad. Cuando llevaba ya varios años publicando discos por su cuenta, Jackson se cruzó con Quincy Jones, un veterano del jazz que, a diferencia de muchos de sus colegas, nunca despreció la inmediatez y la eficacia de una buena canción comercial. Esa alianza propició Off the wall (1979), primera entrega de una trilogía mágica y rebosante de estribillos pegadizos como el belcro que continuó con Thriller (1982) y Bad (1986).

A partir de entonces, el cantante, que -es pertinente recordarlo- también componía, administró mal su éxito y lo fue dilapidando en discos cada vez más prescindibles y anodinos (Dangerous, Invincible), seguidos siempre de giras cada vez más ciclópeas. Y poco a poco el talento de Jackson, un talento digamos puro que nunca tuvo el ingenio de Madonna para olfatear una tendencia, exprimirla y hacerla pasar luego como aportación suya, poco a poco, en fin, el cantante de voz prodigiosa y el bailarín de ciencia ficción acabó siendo fagocitado por un personaje que ya, irremediablemente, ha interrumpido una caída que parecía no tener fin.

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