Una vida en lo extraordinario
Lumen publica un álbum fotográfico de Ernest Hemingway en el 50 aniversario de su muerte, una obra que recorre la apasionante biografía del escritor y lo define como alguien "de una timidez casi patológica".
La editorial Lumen recuerda a Ernest Hemingway, cuando se cumple medio siglo de su suicidio, con un álbum que se acerca a la magnética y contradictoria personalidad del escritor y repasa su apasionante biografía a través de más de 300 fotografías y documentos. Hemingway. Homenaje a una vida, con textos de Boris Vejdovsky y prólogo de la nieta del Premio Nobel, la actriz Mariel Hemingway, ilustra mediante un asombroso material la peripecia de aquel tipo necesitado del estremecimiento de la aventura, que creía, como sostiene su descendiente, que "el contacto con el poder del talento y el peligro era lo que hacía grande a un hombre. Mi abuelo sabía que las personas mejoraban tras experimentar lo extraordinario".
La obra parte de una infancia marcada por una madre "progresista y dominadora", una figura con la que mantuvo "una relación compleja y violenta" en la que algunos perciben "el origen de sus relaciones agitadas y torturadas con las mujeres de su vida". Impresiona una de las cartas que su familiar le dirige cuando apenas es un veinteañero, en la que la progenitora asegura que el mundo necesita "hombres de verdad con puños y músculos, tanto en el aspecto moral como el físico. Hombres a los que sus madres puedan admirar, en vez de taparse la cara con las manos por la vergüenza de haberles traído al mundo" y le reprocha, haciendo un paralelismo entre el amor materno y un banco, que la cuenta de su hijo se encuentra "al descubierto".
La historia de Hemingway es, ya se sabe, un atlas de las pasiones humanas, un itinerario por los escenarios en los que con tanta intensidad se buscó a sí mismo: París, que le descubrió "un mundo radicalmente distinto de la Norteamérica puritana que había dejado atrás", por "las costumbres sexuales, la actitud general frente al bien y al mal, la mezcla de razas producida por la inmigración de las colonias (...) por no hablar del alcohol, que se comsumía libremente mientras en Estados Unidos regía la Ley Seca"; España, a la que regresaría tantas veces desde los continuos viajes entre 1923 y 1933 y luego con su participación en la Guerra Civil y en el último tramo de su existencia, y donde pronto, "obedeciendo quizá a un sentimiento trágico de la vida que empezaba a nacer en él, Ernest se dio cuenta enseguida de que los toros no son un deporte, sino una tragedia"; África, donde perseguiría la felicidad y sentiría que se enfrentaba a una mujer esquiva, a un paisaje enigmático e inabarcable como la escritura, algo que "nunca puedes poseer totalmente"...
El libro reconstruye también la experiencia en el frente en las tres guerras -las dos mundiales y la civil española- en las que participó el autor de El viejo y el mar, episodiosque le inspirarían entre otras creaciones las recordadas Adiós a las armas -hay aquí amplia información de la enfermera con la que Hemingway tuvo el idilio que transformaría más tarde en su novela-y Por quién doblan las campanas. Vejdovsky cuenta que, en 1951, Hemingway confesó sentirse "hecho una mierda" porque "ahí está Corea. Es la primera vez que mi país combate y yo no estoy ahí", lamentaba el narrador, aunque en realidad su papel en los conflictos no fuese más que el de "un espectador fascinado", como se apunta en este libro-homenaje. "Para Ernest la guerra era un paisaje para el descubrimiento de sí mismo y de sus limitaciones tanto físicas como existenciales".
En el tributo también asoman las sombras de un tipo fanfarrón y acomplejado, que requería la aprobación ajena y que reaccionaba con furia cuando no la encontraba. "Ernest, alabado por uno y denostado por otros, se consideraba el mejor escritor estadounidense de su tiempo. Alardeaba continuamente de sus hazañas y de su dureza física y moral. No soportaba que le criticasen ni le contradijesen y quienes le retaban tenían que vérselas con su lenguaje barriobajero o sus puños, como el poeta Wallace Stevens, con quien tuvo una sonada pelea a puñetazos en un bar de Cayo Hueso". Pero, advierte Vejdovsky, a pesar de su fachada de furia y arrogancia, Hemingway escondía en su interior a alguien "de una timidez casi patológica". Yousuf Karsh, que lo inmortalizaría con un jersey de cuello vuelto en un retrato emblemático del autor, dijo de él que era "el hombre más tímido que había fotografiado", alguien que se protegía tras "un muro de silencio y de mito".
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