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Jan Fabre en el CAAC
Jan Fabre, 'Estigmas. Performances y acciones, 1976-2017'. Comisariada por Germano Celant. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Avda. de los Descubrimientos, s/n. Américo Vespucio, 2. Isla de la Cartuja. Sevilla. Hasta el 2 de septiembre
Algunas madrugadas, porque era proclive al insomnio, caminaba por las calles de su ciudad, denunciando a grandes voces el deterioro causado por ciertas políticas urbanísticas. Solía acabar detenido. Otras noches, sus gritos no eran quejas: surgían de un desquiciado romance con una mujer. Para Jan Fabre (Amberes, 1958) la performance, el arte de acción, se apartaba del artificio: era una prolongación de su vida. No debe extrañar, pues, que a lo largo de 40 años, fueran 90 sus performances, celosamente preparadas. La cifra no incluye las obras teatrales. Este es el valor de la muestra comisariada por Germano Celant: reúne textos, dibujos, maquetas, filmaciones y trajes-esculturas empleados en esas acciones.
La performance está condenada al olvido. Tiene la frescura de la acción directa y también su contrapartida, la inevitable desaparición. Pero este es un arte que deja huella, en el espectador y también en el autor, cuando, como ocurre aquí, hace una fuerte inversión intelectual y emocional. El título de la muestra, Estigmas, no es gratuito.
Una clave de la performance es mostrar lo que suele quedar oculto. Cité las quejas de Fabre sobre urbanismo. Una se convirtió en acción: paseaba con los ojos vendados por un parque de Amberes que querían dedicar a viviendas de lujo. En otra ocasión dedicó los peores insultos a la escultura de Hendrik Conscience, un escritor tardorromántico que puso las bases para el nacionalismo flamenco. No eran acciones libres de riesgo: su claridad molestaba y a veces los asistentes llegaban más allá del insulto, como cuando Fabre apareció con un vestido hecho de billetes de banco que además rompía o convertía en aviones de papel a los que prendía fuego y echaba a volar para denunciar a la industria militar belga.
Este modo de sacar a la luz cuanto se piensa y se hace, pero no se dice, lo aplicó a él mismo. Su familia no andaba sobrada de recursos y Fabre se las había ingeniado para estudiar en una escuela municipal de artes y oficios, como quería su padre, y hacer a la vez los cursos de la Academia Real de Bellas Artes. La doble matrícula era ilegal y sobre todo cara. Fabre, que se había criado en la calle, se las agenció para buscar dinero, a veces en el puerto de Amberes, descargando enormes piñas de plátanos, y con más frecuencia haciendo pequeños robos: en la muestra pueden verse, sobre mesas de cristal, las herramientas usadas en aquellos hurtos.
Pero el valor de la performance radica sobre todo en el cuerpo del artista. Fabre bailó como Fred Astaire, fue un médico que recetaba a cada espectador la mejor terapia artística (después lanzó sobre ellos ojos, bocas y orejas: un intento de renovar su sensibilidad), limpió un museo con bayetas donde (con bolígrafo Bic) escribió sus ideas sobre arte, recorrió la Galerie Daru del Louvre evocando a Mesrine, un francés experto en atracos, evasiones y disfraces, muerto en oscuras circunstancias por la policía. Pero el cuerpo no es sólo exterioridad: es un interior que pugna por salir (por eso se autolesionaba para dibujar o escribir con su sangre) y que hay también que proteger. Entre la necesidad de defensa y el deseo de expresión nacen los vestidos que permanecen como esculturas: armadura de un caballero medieval (aunque el yelmo tiene rasgos de una mantis religiosa), alas y caparazones de insectos que diseñó durante su estancia en el Museo de Historia Natural de Londres.
Estas ideas apuntan a un tercer valor de la performance: la metáfora. Así se aprecia con singular vigor en una acción de 2001, El problema. Homenaje a Dietmar Kamper. En ella, Fabre y los filósofos Dietmar Kamper y Peter Sloterdijk empujan enormes bolas, como si fueran escarabajos: es la tarea del filósofo, llevar consigo interrogantes de difícil solución que crecen y se complican porque al convivir con ellos, tropiezan con relaciones antes insospechadas.
La capacidad de aceptar, buscar o trazar relaciones inesperadas es un antídoto eficaz contra el vicio (o la droga) de las verdades fáciles. El entomólogo Edward O. Wilson lanzó el neologismo consilience para señalar el pensamiento que no duda en relacionar esferas en apariencia remotas entre sí, el arte y la ciencia, por ejemplo. Wilson invitó a Fabre al Museo de Historia Natural. La relación con Wilson y con el neurofisiólogo Giacomo Rizzolatti (descubridor de las neuronas/espejo, impulsoras de la imitación y la empatía) están en la raíz de dos sugerentes performances: ¿Sentimos con el cerebro y pensamos con el corazón? (2013) y ¿Es el cerebro la parte más sexy del cuerpo? (2007). Sintetizan el pensamiento emocional que anima la obra de Fabre.
La muestra es sugerente pero amplia y densa. El espectador interesado hará bien en comenzar por el film de Pierre Coulibeuf Doctor Fabre Will Cure You: una excelente cinta y la mejor introducción al apasionado mundo de Jan Fabre.
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