‘Victoria’: un mundo en combustión

Premio Planeta

Paloma Sánchez-Garnica ambienta la novela con la queha ganado el Planeta entre Alemania y EE UU, con la Guerra Fría y la persecución de los comunistas como trasfondos

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Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962).
Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962).

En la Alemania devastada de la posguerra, Victoria trabaja en “un sistema de cifrado que será impenetrable” y sueña que ese proyecto sacará a ella, a su hija Hedy y a su hermana Rebecca de una existencia mísera en la que compagina sus investigaciones científicas con una ocupación como cantante en el club Kassandra. Cercada por los soviéticos, que codician el complejo código que ha desarrollado junto a un viejo profesor judío, la mujer sueña con escapar a Nueva York, pero al otro lado del Atlántico su amado Robert Norton podría contarle que el sueño americano hace aguas más allá de su fachada esplendorosa: el racismo y la paranoia anticomunista que desembocará en la caza de brujas campan a sus anchas. 

Paloma Sánchez-Garnica, que ya había explorado las posibilidades narrativas de la capital alemana en otras novelas como La sospecha de Sofía y Últimos días en Berlín, regresa en Victoria, la obra que le ha valido el Premio Planeta, a esa ciudad que se le antoja infinita y que la autora abarca ahora en los duros años de la posguerra, entre 1946 y 1961, un escenario arrasado en el que las tensiones políticas provocan “una guerra diferente, pero igual de inmisericorde”, como dice uno de los personajes. “Sí, la Guerra Fría es un conflicto sin bombas, sin tanques, pero al fin y al cabo es una guerra entre dos enemigos naturales que se habían unido para acabar con el nazismo, pero que después volvieron a pelearse por la hegemonía del mundo”, apuntaba hace unos días la escritora madrileña en una visita a Sevilla. 

Como narra Sánchez-Garnica, en ese Berlín convulso la escasez y la desesperación motivaban que algunas mujeres se viesen obligadas a prostituirse. “Es una época en la que la dignidad y los valores morales dejan de ser tan importantes. Se trata de subsistir, de darles algo de comer a tus hijos, y muchas mujeres caían en la prostitución o se adentraban en el mercado negro con el peligro de que podían ser detenidas y sin el producto que buscaban. Había que buscarse la vida como fuera, y es lo que ocurre con mis personajes”, cuenta la novelista.

Hoy, como ocurría antes, nos seguimos inventando enemigos. La sociedad necesita a alguien a quien culpar”

Sánchez-Garnica muestra en su libro cómo el mal no entiende de fronteras. El capitán Norton, en EE UU, pagará un precio por litigar por una causa justa: una sociedad que se resiste a perder sus privilegios lo señalará como subversivo. “Él sabe que defiende como abogado a unos inocentes, pero la otra parte manipula. Había gente racista, pero también otras personas que reconocían la injusticia y miraban hacia otro lado por miedo a ser señalados, a que les retirasen el saludo, no entraran en sus comercios. No es justificable, pero habría que preguntarse por qué se permiten comportamientos que nos cuesta entender. Se trata de subsistir, de nuevo”, comenta la escritora, que añade que las leyes Jim Crow que propugnaban la segregación racial en EE UU inspiraron la legislación alemana contra los judíos.

Entre los episodios bochornosos de la historia estadounidense que relata Victoria se encuentra el experimento Tuskegee, que en la localidad del mismo nombre tomó durante cuatro décadas –desde los 30 hasta los 70– “a 400 hombres negros pobres a los que se infectó de sífilis y a los que engañan diciéndoles que van a tratarlos de la mala sangre. Aquello termina porque unos funcionarios quieren denuciarlo, y uno de ellos entrega un expediente a una periodista, y el tema acaba siendo portada del New York Times. Hay que esperar hasta 1992 para que un presidente del Gobierno, Clinton, pida perdón a los supervivientes y a las familias de las víctimas”.

Victoria también describe los ataques contra la libertad del senador McCarthy y la caza de brujas. “Es que simplemente con haber tenido un novio o un amigo sindicalista ya eras sospechoso de ser comunista. ¿Y qué pasaba? Que con el crack del 29 EE UU se hundió y eso repercutió en el empleo, y de ahí surge un fuerte movimiento sindicalista. No tenías que ser comunista, que no era ningún delito, sólo con haber ido en algún momento a una reunión o haber leído determinados periódicos ya eso te colocaba en el punto de mira. Aparecía tu nombre en la prensa y empezaba la presión para que delataras”, expone Sánchez-Garnica, que cree que “hoy seguimos inventándonos enemigos, eso no cambia cuando las cosas van mal, que la sociedad busca a alguien a quien culpar. Unas veces son los judíos, otra los negros, otras los inmigrantes o los homosexuales. El diferente es elegido siempre como un chivo expiatorio”. 

Es caprichosa la forma en que se etiqueta a algunas novelas como históricas y a otras no”

La novela indaga en los complicados vínculos familiares a través de la relación de Victoria y Rebecca, las dos hermanas. “Victoria es la mayor, y es una mujer muy inteligente y muy guapa, y Rebecca no es tan bella ni tan lista. Las dos han sufrido el egoísmo de su madre, una diva que no las quiso, y Victoria se encargó de proteger a Rebecca. Pero la naturaleza humana no se rige por una lógica previsible, y uno acaba pagando sus frustraciones con quien te cuida: Rebecca envidia a Victoria, aunque no hay buenos y malos en esta familia. Simplemente gente que atraviesa momentos complicados y lidia con ellos como puede”. 

Sánchez-Garnica expresa cierto cansancio por el hecho de que sus obras se cataloguen como novelas históricas. “Todas las ficciones tienen un contexto, pero se ponen etiquetas de una forma muy caprichosa. Las historias que Almudena Grandes dedicó a la posguerra, magníficas, nunca han sido descritas como históricas. Ni El jinete polaco, de Muñoz Molina, que hace un recorrido por todo el siglo XX. Y, sin embargo, a lo que yo escribo le toca ese sambenito. Mis personajes viven en un entorno, les afectan las leyes de un momento y siguen unas costumbres, pero ya está”, zanja la autora, feliz por haber conquistado el Planeta. “Siento que he escalado una cumbre. La edad te da perspectiva, y estuve atenta a todo lo que ocurría en la ceremonia porque sabía que era un instante que recordaría toda la vida. Beatriz [Serrano, finalista del premio] es joven y lo vivió todo como si estuviera en una nube. Yo no. Recuerdo lo que sentí cuando dijeron mi nombre, lo que me comentaron los Reyes. Lo grabé todo en mi memoria porque es algo que guardaré yo y también mi marido, mi familia, mis amigos”. 

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