Víctor del Árbol: “La literatura es una forma de compensación que la vida no te ofrece”
Libros
El autor, uno de los grandes valores de la novela negra, regresa con ‘El tiempo de las fieras’, en la que se pregunta “si todos tenemos un precio, si todos podemos ser atraídos por el poder”
Terror y olvido
El escritor catalán Víctor del Árbol (Barcelona, 1968), uno de los grandes nombres del noir actual, presenta su nueva novela, El tiempo de las fieras (Ediciones Destino), en la que regresa a personajes y situaciones presentes en su anterior obra, Nadie en esta tierra (Destino, 2023).
Pregunta.–¿Qué es lo que se encuentra el lector en El tiempo de las fieras?
Respuesta.–Encuentra la historia de un accidente de tráfico, de apariencia anodina, y una serie de vidas que están relacionadas con ese accidente inicial. Desde la persona que sufre el intento de atropello, de quien se da a la fuga, quién es el policía que lo tiene que investigar. Ese hecho anecdótico se convierte en un efecto dominó que tiene repercusión más allá de estas personas, más allá de Lanzarote, y se remonta a épocas y lugares que afectan a todas las personas relacionadas con el accidente.
P.–¿En qué momento de la escritura de su anterior novela, Nadie en esta tierra (Destino, 2023), supo que llegaría El tiempo de las fieras, o fue una decisión tomada posteriormente?
R.–Lo supe en el prólogo mismo. En el momento que el hombre de los ojos oscuros, asesino profesional, nos dice que a los trece años mató a su primera víctima. Eso me dejó una duda: ¿cómo se puede convertir alguien en asesino a los trece años? En El tiempo de las fieras ya tenía claro que quería explicar la génesis de un asesino, cómo nace, cómo se hace.
P.–¿Es su novela más trepidante, incluso veloz?
R.–Es de alguna manera la novela más equilibrada, donde he conjugado tres elementos que yo considero fundamentales para que una historia funcione. El ritmo, que tiene que ser ágil; al mismo tiempo tiene que ser una novela elegante, cuidada en el lenguaje, con todos los recursos narrativos a tu alcance, y por otro lado tiene que tener la profundidad necesaria, que es característica de mi voz, con una serie de personajes llenos de matices. De la conjunción de estos elementos nace un artefacto literario casi perfecto, como es El tiempo de las fieras.
P.–El peso de los personajes, tanto principales como secundarios, es muy alto. El tiempo y la geografía también nos ayudan a comprenderlos y visibilizarlos.
R.–Claro. Yo selecciono las geografías exteriores en función de las geografías interiores. Cada personaje se identifica con un lugar concreto. En el caso de Soria, con Lanzarote, en el caso de Vesna, con Sarajevo; el sicario con Guadalajara, México, en los años 70. Cada uno de ellos se explica, en parte, o los entendemos mejor gracias al lugar del que provienen.
P.–Como en sus anteriores novelas, en El tiempo de las fieras sigue reflexionando en las “consecuencias”, en cómo nuestros actos influyen y determinan nuestras vidas.
R.–Hay una cosa que me tiene obsesionado, como ser humano y persona, y es la libertad. La libertad es un ejercicio muy complicado, muy difícil. Porque el hecho de ser libres nos obliga a ser responsables de nuestros actos y de sus consecuencias. Y no todo el mundo está dispuesto a eso. Hay muchos que renuncian a su libertad a cambio de no asumir sus actos, y así poder culpar a la sociedad, al sistema. Es algo con lo que yo estoy totalmente en contra y mis personajes se niegan.
P.–El Gordo Soria, uno de los personajes fundamentales de El tiempo de las fieras, se puede entender como un antihéroe, ¿pero también como el punto de equilibrio cuando todo se derrumba?
R.–El Gordo Soria representa esa inteligencia que a mí tanto me importa, y que es la inteligencia emocional. Es una persona que no tiene discurso, pero tiene valores, que están intrínsicamente en todo ser humano, y que son la necesidad de justicia, por un lado, y la voluntad de ser libre, por otro. Soria, a diferencia del resto de personajes, no tiene deudas con el pasado. Es una persona que no quiere ser un héroe, al que no le interesa la notoriedad y al que las circunstancias le obligan a dar ese paso hacia adelante. En definitiva, es el tipo de héroe que a mí me interesa, y que se da en las personas normales y corrientes, obligadas a hacer cosas extraordinarias cuando las circunstancias les obligan.
P.–Su novela se puede entender casi como un catálogo de hasta dónde estamos dispuestos a llegar por alcanzar el poder.
R.–Es la gran pregunta que subyace en el trasfondo de la novela. Una pregunta muy inquietante, porque al final El tiempo de las fieras nos acaba preguntando si todos tenemos un precio, si todos podemos ser atraídos por el poder. No siempre hay que ser un narcisista patológico, un ególatra de manual, para caer bajo las redes del poder. Y si todos tenemos un precio, la pregunta sería: cómo podemos protegernos ante esta tentación.
P.–Hay escenas muy violentas en la novela, pero no son gratuitas y no hay pretensión de grandilocuencia. ¿Le ha resultado complicado no traspasar la frontera hacia el exhibicionismo?
R.–No, no me ha resultado muy complicado porque yo tengo muy claro que cuando estoy escribiendo este tipo de escenas que tras la ficción está la realidad y que las personas que me van a leer han vivido, de un modo u otro, en su propia carne los hechos que se relatan. Tengo muy presente dos cosas cuando escribo este tipo de escenas. Por un lado, el respeto hacia la realidad y hacia los sentimientos de las personas que han vivido esto. Y por otro lado, la ternura. Con frecuencia la literatura es una forma de compensación que la vida no te ofrece, y por eso puede ofrecer consuelo, y eso es algo que siempre tengo muy presente.
P.–¿Todos nosotros, en determinadas condiciones, y solo por unos segundos, nos podemos convertir en fieras? ¿Todos llevamos una dentro?
R.–Todos llevamos dentro una fiera y es a la que verdaderamente debemos temer. Cuando se destapa la lámpara mágica es muy difícil volver a meter el genio dentro. Creo que la fiera que todos llevamos dentro es el miedo. El miedo es lo que nos vuelve crueles, el miedo nos vuelve egoístas, y nos inhabilita para la empatía.
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