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El jerezano Vicente Fernández Almazán publica 'Ruido naranja', un libro de relatos en el que conviven el humor, la imaginación y el extrañamiento

Eloy Tizón: "La literatura no aspira a la perfección"

Vicente Fernández Almazán, fotografiado en la pasada Feria del Libro de Madrid, donde firmó ejemplares de ‘Ruido naranja’. / D. S.

En la mirada de Vicente Fernández Almazán, un hombre arrastra de por vida el asombro que le provocó un elefante siendo niño, una mujer llama al portero automático de su piso para conversar con ella misma, los desaparecidos en las playas reviven en una costa en las antípodas donde les aguarda otra madre y las lavadoras incorporan habilidades literarias e incluyen el programa "cuentito de amor a chorros".

El autor, nacido en Jerez de la Frontera en 1968, transita en Ruido naranja (Zaera Silvar /Bululú) por los bordes inesperados de la realidad y explora el componente de extrañeza que depara la vida. Nada responde a lo previsible en estas páginas: "A veces, extrañamente, estarse quieto es la única forma de embarcarse en paseos interminables", reivindica el narrador en un pasaje.

Para Ginés Cutillas, que está entre los maestros de Fernández Almazán junto a Eloy Tizón, Clara Obligado o Isabel González, su discípulo hace "lo que todo buen escritor tiene que hacer: llevar la contraria al canon impuesto para encontrar su propia voz". En realidad, admite el jerezano, la negociación para conquistar esa independencia y desplegar ese universo personal marcado por la imaginación y el humor resultó ardua. "Yo vengo del cuento largo, en el que me adentré de la mano de Eloy Tizón, al que considero casi un padre fundador en mi literatura. Estuve a punto de sacar un libro, pero mientras dejaba en reposo esa obra se me cruzó el microrrelato, que estudié en la Escuela de Escritores de Madrid, en cursos presenciales y on line, porque ahora vivo en Valladolid. El género tiene unas medidas y unas características en las que yo no siempre encajaba, y Ginés a veces me anotaba en las correcciones, sorprendido con lo que proponía: What The Fuck", cuenta entre risas. "Tardamos en llegar a un acuerdo, en que Ginés aceptara que esa era mi voz y me dijera que siguiera por ahí. No es que le haya llevado la contraria al canon, es que al final se impuso mi perspectiva".

En Ruido naranja, Fernández Almazán vuelca algunas de sus inquietudes, como la preocupación por el paso del tiempo, del que no escapa ni Superman, que ya no encuentra una cabina para cambiarse, o la huella que la infancia deja en nosotros. "Nadie es inmune al tiempo. Es un tema que me obsesiona, y no es casual que el primer texto del conjunto sea Tregua de Cronos y el último Tempus Fugit", apunta el escritor, que perfila también a un Marco Polo desmemoriado que tras "toda una vida viajando, inventando coordenadas para mundos nuevos" y después del registro de "mapas foráneos, botánica exótica e innovaciones científicas", se enfrenta a una Cartografía del olvido en uno de los relatos.

"Y la infancia es básica en este libro", analiza este enfermero de profesión, que debuta en las librerías con este volumen. "No fue premeditado, fue saliendo el tema, componiendo una especie de álbum familiar. Supongo que porque yo conservo mucho mi niño interior, con mis 55 años lo sigo mimando mucho", reconoce Fernández Almazán, que también dispone todo un catálogo de madres omnipresentes en esta obra. "Todavía hoy, a mis años, mi madre sigue echándome broncas por teléfono", lamenta uno de los personajes.

“La infancia es básica en este libro. Yo aún cuido al niño que llevo dentro”, explica el narrador

En Ruido naranja, su creador se inspira en elementos de la vida real, como el horóscopo o el catálogo de Ikea –que recomienda "deshacerse del marido y del cabecero de la cama"– para abrir la puerta desde ahí a lo inesperado. "Uno escribe para impugnar la realidad. Yo trato de convertirla en algo con una cierta lógica para mí, y para eso tiene que pasar por el absurdo, por la ironía. Si no hay humor, a mí no me interesa", asegura el narrador. Hay quien le ha señalado que "ese gusto por la realidad deformada, ese apelar a los sentidos, remite al mundo de la salud mental y, sí, he trabajado ahí, y creo que me ha influido en la forma de mirar", explica.

Cubierta del libro.

Ese asombro con que observa Fernández Almazán el mundo se multiplica frente a la tecnología, muy presente en Ruido naranja, en el que a veces los hombres no son sino el fruto de un programador arbitrario que se divierte jugando con ellos. "¿Cómo no me va a interesar la tecnología? ¡Y porque me he enterado del ChatGPT ahora!", exclama el autor. "Una máquina fotocopiadora ya me sorprende, imagínate eso de que internet te transporte no sé cuántos elementos por el aire... ¿Y esa nube donde está exactamente? ¿Y si un día revienta? Y ocurre una cosa: las máquinas nos pueden ayudar, pero les estamos dando demasiado espacio. El otro día, un paciente venía preocupado porque su reloj le había dicho que estaba taquicárdico, aunque él se encontraba bien. ¿De quién tenía que fiarse, del reloj o de sí mismo? Me intrigan las personas y las máquinas, y creo que ese extrañamiento funciona muy bien en lo que escribo".

En Las pájaras de Hitchcock, uno de los relatos, Fernández Almazán revela que "el 63% de lo que soy se lo debo a la oscuridad de una sala de cine", y las referencias a largometrajes son constantes en Ruido naranja: "Me acuerdo del desasosiego de Richard Dreyfuss buscando respuestas entre el puré de patatas, en la película Encuentros en la tercera fase",se lee en una de las historias. "Siempre he reivindicado que es algo que debe estudiarse en las aulas: las grandes películas te enseñan muchísimo", dice un creador que se formó en la Escuela de Cine de Puerto Real "y ahí me di cuenta de que la escritura me llamaba, ya fuera de guiones o de otros textos". Con Ruido naranja, que su autor presentará en Jerez en octubre, nace un narrador que ha encontrado en la literatura una forma de arrojar luz al absurdo y de seguir siendo niño.

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