El viajero fiable
Nórdica publica, ampliamente extractado, El libro de las marvillas del mundo, de Marco Polo, en la traducción de Mauro Armiño. La obra, en edición de Martín Evelson, se acompaña de las cuidadas ilustraciones de Vincenzo del Vecchio
La ficha
El libro de las maravillas del mundo. Marco Polo. Trad. Mauro Armiño. Ilustr. Vincenzo del Vecchio. Ed. Martín Evelson. Nórdica. Madrid, 2024. 26,95 €. 300 págs.
Este es, verdaderamente, un libro infinito. No solo por la infititud de tierras y hombres y creencias que el veneciano micer Marco Polo consignó en su libro, conocido bajo distintos nombres (Libro de las maravillas del mundo, Viajes de Marco Polo, Il Milione, La división del mundo...); sino porque el modo mismo en que se escribe, y la ambición documental de su escritura, facultan al lector actual para asomarse por una alta tronera, de privilegiada vista, a la segunda mitad del siglo XIII. Un siglo XIII que, mucho más allá de la Serenísima y sus tratos comerciales con el imperio bizantino, nos permite conocer, del ojo de un occidental, los vastos territorios de Kublai Kan y los reinos y costumbres que se interponen entre Europa y el Extremo Oriente. Añadido a ello, la obra de Polo nos permite algo de no menor importancia: conocer la forma en que dicho testimonio se formula.
Marco Polo dictó su obra a Rustichello de Pisa en 1298, en la prisión de Génova
Nórdica ofrece aquí, con cuidadas ilustraciones, una versión algo extractada (limpia, digamos, de reiteraciones), de la popular traducción de Mauro Armiño en Alianza. El lector en español dispone también, en Akal, de la edición de los Viajes traducidos por Juan Barja de Quiroga. Digamos que Nórdica, con esta edición, parece dirigirse a un público juvenil, dispuesto a conocer ya este asombrario medieval, desembarazado de tenues y veniales escollos. ¿A qué nos referimos con la particular forma de testimoniar de Marco Polo? A dos hechos, principalmente. Uno: Marco Polo dictó su obra a Rustichello de Pisa, en 1298, mientras ambos se hallaban cautivos en la prisión de Génova. Dos: la voluntad testimonial de Marco Polo no solo alcanza a lo que ve por sí mismo, sino que incluye -advirtiéndolo-, testimonios que le parecen dignos de confianza. Por el primero de ellos, se nos descubre el hecho excepcional del hombre de letras -“tomad este libro y hacéoslo leer” escribe Rustichello al comienzo de su narración-. Una cuestión que no solo afecta al comerciante Polo, que ha tomado nota escasa de cuanto vio, pero prefiere dictar sus viajes; sino que también llega, en abundancia, a todos quienes deben hacerse leer Il milione (pensemos en los pórticos catedralicios, destinados a ilustrar a una masa devota e iletrada) para conocer los prodigios de distinto orden que Polo incluirá en sus narraciones.
Esta segunda circunstancia: la inclusión de narraciones y sucesos que el viajero no ha presenciado, pero cuyos testigos le parecen fiables, nos dirige a una cuestión historiográfica de la mayor importancia. Cuando Rustichello escribe: “Por eso presentaremos las cosas vistas como vistas y las cosas oídas como oídas, de suerte que nuestro libro sea sincero y verdadero, y para que sus palabras no puedan ser tachadas de tretas o engaños”, está tomando como modelo la forma de historiar de Heródoto, más rica y versátil, en la que no se desdeña la fábula ni el mito; y no la más estricta y limitada, incluso temporalmente, de Tucídides y Polibio, quienes buscan testimoniar, a ser posible, por sí mismos. Esta misma versatilidad herodotea será la que triunfe, por razones obvias, cuando los europeos lleguen a América y se encuentren con una realidad extraordinaria y dispar. Dos siglos antes, Marco Polo ha sentido la necesidad de consignar hechos y leyendas y religiones y reinos, cuya fórmula más adecuada, la que facilitó Herodoto en la antigüedad, es la que hoy nos permite hablar del Gran Kan, de su victoria sobre el Preste Juan, del Viejo de la Montaña, de la secta de los asesinos, de la tumba de los Reyes Magos, de los adoradores del fuego, de las bodas tibetanas, del Arca de Noé en la cima del monte Ararat, de animales y tribus y ciudades cuya sola enumeración causa vértigo y asombro.
Esta vocación de exactitud, incluso cuando relata cómo se informa sobre la tumba de los Reyes Magos en Irán, y si se conservaban sus cuerpos, y de dónde procedían tales reyes, y qué fue de ellos tras visitar a Jesús en el “país de los judíos”; esta inclinación al dato cierto, repito, preguntado y memorizando hechos de otra hora del mundo, es la que convierte El libro de las maravillas del mundo en una maravilla más, cuya inteligencia, cuyo candor y cuya tenacidad testimonial, nos siguen ofreciendo hoy -cuando el planeta se ha convertido en un cartapacio minúsculo- el mayor y más puro de los asombros.
Viajeros veraces e impostados
Uno de los grandes libros de viajes del medievo, obra de enorme influjo, y posterior en medio siglo a estos Viajes de Marco Polo, es El libro de las maravillas del mundo, de un ficticio o desconocido John de Mandeville, cuyo relato es de naturaleza compendiaria; vale decir, tomado de otros. De muy comienzos del XV es la Embajada a Tamerlán de Ruy González de Clavijo; y de unas décadas más tarde será el Tratado de las andanzas y viajes del sevillano Pedro Tafur, quien llegará a la Constantinopla de los Paleólogos. A todo ello habrían de añadirse, medio siglo después, los Viajes de Cristobal Colón, cuyo exotismo, si lo hubiere (Colón era lector de Polo y Mandeville), fue de muy distinto linaje. No debemos olvidar, en ningún caso, otro de los libros excepcionales, destinados a celebrar la inmensa y misteriosa variedad del mundo. Su autor es el jeque tunecino Ibn Battuta, quien escribió en la primera mitad del siglo XIV su Rihla, conocido entre nosotros como A través del Islam, y cuyo alcance y ambición son parejos a los de Marco Polo. El lector curioso de esta obra dispone de la traducción, puntualmente comentada y anotada, de Serafín Fanjul y Federico Arbós, en Alianza.
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