'El viaje del conocimiento': también el arte y las ideas cruzaron los océanos
Arte
El Archivo de Indias explora en una muestra organizada por la Universidad de Sevilla cómo ‘El libro de las maravillas’ de Marco Polo impulsó la curiosidad por el mundo.
Italia y el emergente violín

Hubo un testimonio asombrado que trastocó la noción que se tenía del mundo hasta entonces, una crónica que avivó en los hombres la curiosidad por los prodigios que escondían otros confines, un texto que desplazó la mirada hacia un horizonte lejano que empezaba en China. Las fascinadas descripciones que Marco Polo dictó al copista Rustichello de Pisa para El libro de las maravillas invitaron a la aventura a los hombres, que fantasearon con perderse en una naturaleza exuberante y embriagarse con aromas y sabores insospechados. Dos figuras notables sucumbieron al encanto de esa narración surgida de las vivencias o tal vez de la inventiva de ese mercader. Cristóbal Colón adquirió en 1497 una edición publicada en Gouda hacia 1483 y anotó en los márgenes de ese volumen sus impresiones: el navegante creía identificar en la travesía de Marco Polo las tierras que había descubierto, convencido de que su expedición había llegado a China, y especulaba asimismo con las riquezas que le esperaban en sus siguientes embarcaciones. También Rodrigo Fernández de Santaella, fundador del Colegio de Santa María de Jesús, que fue el origen de la Universidad de Sevilla, firmó la primera traducción al castellano de esa obra.
El viaje del conocimiento. Un mundo de cosas maravillosas, la exposición que acoge el Archivo General de Indias hasta mediados de julio y que organiza la Universidad de Sevilla en colaboración con el propio Archivo, explora a través de casi un centenar de piezas –documentos, libros, pinturas, instrumentos científicos– cómo El libro de las maravillas de Marco Polo ayudó a la configuración de un mundo nuevo, y destaca el papel de la cosmopolita Sevilla del siglo XVI en adelante en la redefinición de esta cartografía. La muestra, en palabras de Esther Cruces, directora del Archivo de Indias, explica a los visitantes “que cruzar los océanos fue una forma más de viajar. Más allá de las mercancías, de los individuos, se movieron ideas, pensamiento, arte y cultura”.
Y en esa labor de divulgación fue crucial la Universidad, defiende la tesis de esta exposición. La ciencia arrojó luz sobre la superstición y la ignorancia: las “descripciones, los datos y los mapas” que perfilaban los barcos y las expediciones, cuenta el director general de Cultura y Patrimonio de la US, Luis Méndez, sirvieron para definir una geografía hasta entonces inexplorada, a la que la fantasía poblaba de monstruos y de amenazas “que devoraban a los incautos” que osaban atravesar los mares. En ese tiempo de portentos, que no se ciñe al comercio con América y en el que se inaugura la ruta del Galeón de Manila, astrónomos y matemáticos participaban en tratados de navegación y se creaba la Universidad de Mareantes.
El viaje del conocimiento ilustra a través de préstamos de varias instituciones, entre ellas la Biblioteca Colombina y la Catedral de Sevilla, la apuesta que España llevó a cabo por fundar universidades en sus territorios de ultramar. “Eso no lo hicieron entonces ni Portugal, ni Francia ni Holanda. Si alguien de estas colonias quería estudiar debía viajar a la metrópoli”, comenta Méndez sobre la red humanista que se extendió por América y Filipinas, desde que en 1538 la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, en Santo Domingo, fuera el primer centro que abrió sus puertas en el Nuevo Mundo. El saber, impulsado por la investigación científica y el funcionamiento de las imprentas, aplacaba la incertidumbre de esos tiempos cambiantes. “La unión entre ciencia y humanismo se asentó en los nuevos territorios de la monarquía hispánica mediante la formación de universidades, donde se estudiaron y clasificaron las maravillas del mundo”, se lee en uno de los paneles de la muestra.
El Espinario perteneciente a la Universidad de Sevilla que se encuentra el visitante al comienzo de la exposición puede entenderse como un símbolo del viaje, del “camino que se hace al andar”, sugiere Luis Méndez ante la conmovedora escultura de un niño que se quita una espina del pie y que puede encarnar igualmente la actitud de quien se para a meditar, con la esperanza de seguir “construyendo la huella del conocimiento”.
Dos joyas pertenecientes a la Biblioteca Colombina esperan después a los asistentes: el volumen en latín de El libro de las maravillas en el que Colón respondía de su puño y letra a las impresiones de Marco Polo, buscando en esa aventura precedente ecos de su propia hazaña, y la traducción al castellano de Fernández de Santaella, publicada en 1503, cuando Colón emprendía ya su cuarto y último viaje. El teólogo, que se había formado en el el Colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia, donde fue alumno también Antonio de Nebrija, se inspira en la lectura del italiano Poggio Bracciolini para refutar al almirante genovés: las tierras a las que había arribado en 1492 no se correspondían con Asia. En uno de los cuadros de la muestra, un préstamo de la Catedral, Fernández de Santaella aparece en actitud orante ante la Virgen, pintado con maestría por Zurbarán.
El viaje del conocimiento relata a través de sus obras los intercambios que se produjeron entre Europa, América y Asia y los desplazamientos que se producían por un mundo que se revelaba sin límites. Lienzos y esculturas dan fe de cómo el culto a la Virgen de la Antigua acabaría conviviendo en España con retratos de la Virgen de Guadalupe –uno de ellos, propiedad de la Parroquia de Santa Ana, se exhibe aquí– y cómo otra Virgen con el Niño tallada en Filipinas formaría parte de los fondos de la Catedral de Sevilla.
La muestra dispone todo un catálogo de fenómenos: un exvoto deja constancia del milagro por el que don Francisco Fernández alcanzaría el puerto de Pernambuco tras rezar a María Santísima del Buen Aire. La Alegoría de la Encarnación cedida por la hermandad de la Quinta Angustia representa el inaudito cruce de culturas que empezaba a darse: se trata de una obra de carey y nácar realizada en México con la técnica oriental del enconchado. La zarina Catalina II, cautivada por las maravillas que reservaba el orbe, promueve un vocabulario de pocomam y castellano que se expone en una vitrina. También estatuillas de un oso melero y un armadillo o las hojas de los herbarios de Celestino Mutis y Alejandro Malaspina atestiguan la curiosidad y admiración con que los humanistas celebraron un horizonte que se expandía.
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