Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Salir al cine
A cinco años de su muerte, la importancia y el legado de Agnès Varda (Bruselas, 30 de mayo, 1928 - París, 29 de marzo, 2019) no dejan de crecer entre las nuevas generaciones de cineastas y cinéfilos que la tienen ya en un lugar de privilegio como una de las autoras más influyentes y liberadoras del cine moderno desde su irrupción en el entorno de la nouvelle vague, y no sólo en su faceta cinematográfica, donde ensanchó los límites de la ficción, el documental o el ensayo, sino también en los ámbitos de la fotografía o el de las instalaciones museísticas.
Prueba de esta vigencia, y acompañando la inauguración de la exposición ‘Agnès Varda: fotografiar, filmar, reciclar’ que se celebra en el CCCB de Barcelona, el sello Avalon acaba de poner a la venta a través de su web un precioso pack (5 cajas, 10 Blu-ray, más de 30 horas) en edición limitada que incluye 15 largos, 15 cortos y un libro de 152 páginas con textos de Inma Merino. Si bien no se trata de una integral strictu senso, sí que es la primera gran iniciativa para editar en nuestro país lo más destacado de su filmografía en copias restauradas y con abundante material extra. Este pack, que hasta el próximo domingo 21 podrá adquirirse por tan sólo 75 euros en una promoción especial de salida, acompaña también un ciclo de proyecciones en filmotecas autonómicas y salas alternativas que esperamos llegue pronto a Sevilla y Andalucía.
Creadora de un cine libre y personal, Varda fue hasta sus últimos días, siempre en activo, la abanderada por edad, coherencia y resistencia de una manera de entender la creación sin fronteras ni peajes, desde el gesto fotográfico que practicó desde su juventud (y del que han dado cuenta cortos como Du coté de la côte, Ulysse o Ydessa, les ours et etc.) a los viajes que, en las últimas dos décadas, con su pequeña cámara digital siempre a mano, la llevaron a recorrer y espigar objetos, gatos, patatas con forma de corazón y encuentros memorables con las gentes anónimas en una Francia tan opulenta como desequilibrada, o a volar por medio mundo, de festival en festival, homenaje tras homenaje, para hacer de cada desplazamiento una nueva oportunidad para conocer gente, contar historias y ensamblarlas bajo su mirada de montadora musical de rimas, enlaces, ritornelos y metáforas.
Feminista convencida, lúcida y siempre en el tono de voz justo, Varda recolectó también respuestas de mujeres reales (1975) cuando apenas nadie se ocupaba de hacerlo. Comprometida políticamente sin más pancarta y megáfono que sus ojos y sus manos, viajó para retratar a los cubanos aún felices tras la revolución (Salut les cubains, 1963) o a los airados Panteras Negras (1968) para celebrar junto a ellos sus reivindicaciones y conquistas. Observadora incansable de los azarosos puentes entre la vida, el arte y el cine, retrató a sus convecinos parisinos (L’Opera Mouffe, 1958; Daguerréotypes, 1975) con el mismo afecto y atención con los que miraba los murales callejeros de los barrios latinos de Los Ángeles (Murs murs, 1980), el rostro y el cuerpo de Jane Birkin (Jean B. par Agnès V., 1987) o las playas y mareas de la Bretaña (Les plages d’Agnès, 2008) que un día recorriera con su esposo Jacques Demy, de quien se despidió recordando su infancia y mirándolo muy de cerca en la emocionante Jacquot de Nantes (1990), Las señoritas cumplen 25 (1992) o L’universe Jacques Demy (1994).
Hasta la frontera del nuevo siglo, y desde su deslumbrante debut con La pointe courte (1955), Varda alternó ficción, ensayo y documental, formatos largos, medianos y cortos, sin rebajar un ápice la singularidad, la forma y el método concreto para cada proyecto, siempre entre lo lúcido y lo lúdico. Cléo de 5 a 7 (1961), La felicidad (1964), Les créatures (1965), Una canta, la otra no (1977) o la inolvidable y seca Sin techo ni ley (1985), en la que acompaña a una Sandrine Bonnaire solitaria y opaca por carreteras secundarias en portentosos travellings, son recordadas hoy bajo un prisma moderno que abrió el camino para tantas otras cineastas contemporáneas: relatos sobre el tiempo protagonizados por mujeres libres, independientes y emancipadas que reivindican sus gestos, su voz y su color, a veces intenso y luminoso, otras en tonalidades más grises y desesperadas.
Desde Los espigadores y la espigadora (2000), la escritura en fuga y en primera persona inaugura también un sendero infinito para tantos jóvenes cineastas de este nuevo siglo que han aprendido de ella que la búsqueda, la recolección, la autobiografía, el autorretrato, la digresión, el diario y el compromiso con el presente pueden caminar juntos sin renunciar al fulgor de lo efímero.
Varda vivió intensamente hasta su último aliento, viajando, inaugurando nuevas exposiciones o instalaciones multimedia (Venecia, MOMA, Fondation Cartier), restaurando su legado y el de su marido, rodando nuevas películas para nuevos públicos o mirando hacia atrás (Caras y lugares, 2017, Varda por Agnès, 2019) y recogiendo premios, entre ellos un Oscar honorífico en 2017, siempre consciente del potencial del cine como territorio fértil e insobornable para la inspiración, la creatividad, la belleza y la utopía del encuentro con el otro.
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