La familia (japonesa), bien gracias

Toda una institución viva del cine japonés, sobre todo gracias a la enorme popularidad de su saga de Tora-san (1969-1995), Yôji Yamada sigue en activo a los 92 años en lo que debe ser un récord mundial tan sólo al alcance de Eastwood, Wiseman, Polanski y pocos más.

El último tramo de su filmografía de más de 90 títulos, estrenado en España con regularidad, sigue por los mismos derroteros blanditos, tradicionalistas y sentimentales que han caracterizado su carrera en el shomin-geki de Shochiku, y parece aprovechar que algunos se empeñen en reivindicarlo como heredero de Ozu para volcarse en las historias familiares, los conflictos generacionales, la nostalgia y el pulso entre tradición y modernidad como señas de un cine que, no nos engañemos, poco tiene que ver con la destilación y la emoción formal del director de Primavera tardía.

Con todo, puede que esta Madre de Tokio dé gato por liebre a quienes se contenten con ciertas esencias niponas que no dejan de ser meros clichés de una vieja concepción idealizada de la sociedad y el cine de aquel país en el retrato de la relación entre un hijo, salary man en crisis personal y profesional, y su madre viuda y artesana, que se expande hacia los lados en una red de personajes que delimitan un grupo (nieta, esposa, amigas solidarias, pastor pretendiente, mendigos atendidos…) observado siempre desde una ortodoxia rayana en lo radiofónico y altas dosis de condescendencia y una candidez conciliadora que, indudablemente, no pertenecen ni a esta época ni a este mundo.