Apiádense del crítico

Hay momentos en los que el oficio del crítico es una invitación a la depresión o al abandono. Lo experimentábamos ayer durante la hora y media que desperdiciamos viendo esta comedieta norteamericana, secuela de otra (Maravilloso desastre) que por suerte nunca vimos, que tal vez no debería haberse estrenado, qué digo, que no debiera haberse rodado.

Sin embargo, una vez más nos hemos sacrificado por ustedes, sobre todo por ese adolescente hormonal que tal vez nunca lea esto y que es al fin y al cabo la presa fácil y descerebrada de un enredo post-teen a caballo entre Las Vegas y la Riviera Maya mejicana, ya saben, de los casinos y las resacas al resort vacacional de todo incluido, protagonizado por dos tórtolos de escasas neuronas, afición al juego y a la lucha que juegan al matrimonio y a la luna de miel con preservativo mientras los mariachis y los deudores los persiguen, los colegas beben piña colada y las chicas locales hacen topless venga o no venga a cuento.  

Un despropósito que tira de humor procaz, escatología barata y moraleja retrógrada sin posibilidad alguna de sacarnos una sonrisa o una mueca, ni siquiera me temo a ese púber facilón cuyas fantasías de fin de curso a costa de la VISA del padre se alimentan en un subproducto comercial que no merece ni la categoría de comedia gamberra.