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En el umbral de la ironía

Cristóbal Quintero indaga, desde sus amplios conocimientos de la pintura, en el pasado del arte. La muestra cierra sus puertas el próximo lunes.

Una de las obras de Cristóbal Quintero, 'Barroco III'.
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

08 de abril 2016 - 05:00

En el arte siempre cabe la réplica. Las obras siempre son abiertas por lo que siempre es posible dialogar con ellas: hacer una nueva obra que prolongue, por otros caminos, las ideas con que el autor formó la primera. Eso hizo Goya con La familia de Carlos IV en relación a la otra familia, la de Felipe IV, esto es Las Meninas. A propuestas como la de Goya corresponden en música Las variaciones de San Antonio que hizo Brahms sobre un tema de Haydn, y en cine los numerosos remakes que simpre presentan otros aspectos posibles de la obra original y en ocasiones la superan.

Este tipo de trabajos son muy frecuentes en el arte moderno porque al contrario de lo que se dice y se piensa, los artistas modernos siempre estuvieron volcados a la tradición aunque fuera, como hizo Manet en Olimpia, para señalar las diferencias respecto al pasado, como en este caso, respecto a las Venus del optimismo renacentista.

De ahí el interés de los autores actuales por la historia del arte: al fin y a la postre quien no conozca la tradición acabará repitiendo los errores del pasado. Cristóbal Quintero (Pilas, 1974) demuestra este interés por la historia con una serie de obras de pequeño formato cuya ironía lleva a la reflexión antes que a la sonrisa.

Para empezar, es necesario decir que las obras presentadas tienen una factura correcta y cuidada, algo que no es nuevo en este autor que domina con solvencia las diversas claves de la pintura. Véase, como confirmación, Barroco III. Pero justamente en la buena factura de la obra se advierten rasgos de evidente ironía: los objetos aparecen en el aire pero no por eso pierden su peso; se evita el claroscuro pero se maneja el color para presentar un vacío. Estos rasgos se irán repitiendo en las diversas obras: algunas se atienen a la época pero muestran su caducidad: la pintura de historia del XIX hoy se ocuparía (como hace Quintero) del gol de Iniesta ante Holanda; otras veces actualiza la idea de una naturaleza sublime trasladando el Coto de Dresde de Friedrich a Marte y convirtiendo el pequeño barco fluvial en un robot. Por parecidas razones coloca a Messi sobre el agitado fondo de los autorretratos de Van Gogh y en otra pequeña obra reúne de improviso a Michel Foucault y René Magritte acompañándolos de Henri Michaux.

Puede que la muestra tenga dosis de divertimento y también que responda a una cierta asignatura que Quintero tenía pendiente desde el trabajo emprendido en La Cartuja con Miki Leal, pero nunca está de más saber qué piensan los pintores del pasado del arte. Es un modo fértil de rastrear la historia, si se sabe cruzar el umbral de la ironía.

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