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Txalaparta | Crítica

Las vertiginosas novelas del periodista Agustín Pery se desarrollan en ambientes no aptos para estómagos delicados ni para mentes pacatas

Agustín Pery. / D. S.

La ficha

Txalaparta. Agustín Pery. Pepitas de Calabaza. Logroño, 2023. 192 páginas. 14,50 euros

En Moscas, anterior ópera prima de Agustín Pery (Cádiz, 1971), la editorial nos hacía poner en forma el olfato. "¿A qué huelen las nubes en esta novela? Las nubes de esta novela huelen a podredumbre". El lector se zambullía –sin traje de neopreno– en un basural de corrupción. ¿Lugar? Baleares. De fondo, más allá de idílicas postales (calitas de aguas turquíes, primorosos ocasos, señoriales y terruñeras fincas de piedra), primaba otra suerte de omertá, como en una "Sicilia sin muertos" y donde, según el autor, hay un dicho mallorquín que sirve de comodín en los círculos sociales: "No voy a criticar en el desayuno a nadie al que vaya a ver en la comida" (Pery, ahora adjunto a la dirección de ABC, fue antaño director de El Mundo-El Día de Baleares y sabía de lo que escribía tras años de periodismo de investigación). En Moscas ya aparecía la figura de Iñaki Altolaguirre (alias Alto), policía nacional de origen navarro, encargado de averiguar la muerte de un plumilla acostumbrado a husmear en el muladar de la corrupción.

Ahora, en Txalaparta, paisaje y paisanaje cambian. La editorial nos advierte que esta vez la niebla huele aquí a maldad pura y dura. Situémonos. Estamos en la Navarra dura de los años 90, la de la kale borroka y el terrorismo etarra (Etxarri Aranatz, aún hoy, sigue siendo un pueblo donde la convivencia es otra forma de funambulismo). Pero quien vuelve a aparecer aquí es el mismo comisario de Moscas (ahora alias txalaparta, que alude a un ancestral instrumento vasco de percusión). Pery le da su toque peculiar. Es un policía nacional, sí; pero es euskaldún (cualidad muy valorada por el Ministerio del Interior) y tiene un hijo abertzale. Entre medias, una sufrida esposa y madre sufrida (no es redundancia).

Portada del libro. / D. S.

Agustín Pery suele conocer el paño en el que transcurren sus novelas. El estilo le viene de oficio. De ahí el ritmo, la velocidad, la trepidación que envuelve al lector bajo una atmósfera que, en este caso, nos introduce de lleno en el nacionalismo radical de antaño (cócteles molotov, ekintzas, herriko-tabernas, carteles y pintadas callejeras). Pamplona, como Navarra, viene a ser como un spin-off de Belfast. En expresión de ahora, en Txalaparta no se blanquea ni la kale borroka ni el terrorismo. Simplemente se nos coge de la oreja y se nos muestra lo que fue aquello. A pelo.

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