"Ya era mi turno"
El Premio Cervantes, 'nobel' de las letras españolas, reconoce al fin al jerezano José Manuel Caballero Bonald, el escritor "desobediente", como una de las grandes voces, en poesía y prosa, de nuestra literatura.
Con un gripazo, en unas condiciones físicas que él mismo calificó de "pésimas", compareció en su "tarde solemne" José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926) en el salón de su casa de Madrid recubierto de la púrpura del principal premio de las letras españolas, el Cervantes, que le fue concedido ayer tras años de encontrarse como favorito de todas las quinielas. El eterno candidato, al que en su día se le negó el sillón de la Real Academia Española que por prestigio e influencia le correspondía, se sentó en su hamaca, sobre su cojín verde, rodeado de anaqueles repletos de libros y tiró de socarronería: "Por edad, era mi turno". ¿Que si se esperaba el Cervantes? "Hace dos años". Sin embargo, ni un pequeño gesto de vanidad en su acatarrado encuentro ante los medios. "Durante el día de hoy no ha pasado nada por mi cabeza. Me he levantado muy cansado. Cuando me han llamado para decirme que me daban el premio me lo he tomado con cierta rutina".
A las dos de la tarde, el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, anunciaba el nuevo poeta laureado, siguiendo la pautas de alternar orillas en un premio que está dotado con 125.000 euros, "una inyección de vitalidad que ayuda a sobrevivir", como decidió Bonald bautizar la parte crematística de un reconocimiento a su arte, aquel que empezó con su libro de poemas Las adivinaciones, en 1952.
Wert había contado que el premiado fue elegido "tras cinco sucesivas votaciones y por mayoría". Por su parte, el presidente del jurado, Darío Villanueva, paradójicamente el hombre de la Real Academia en la votación, recordó cómo la primera dedicación de Caballero Bonald "fue poética. Es un poeta que aún no ha guardado la pluma y que aún está presente. Nunca renunció a la poesía de la palabra. Es un fabulador pero también un maestro al servicio del idioma", aseguró.
Sin embargo, Bonald, en su piso, no tenía tan claro que no haya guardado la pluma. Corrige y mejora poemas, según reveló, trabaja en un libro que se llamará Oficio de lector, en el que da forma a ensayos y críticas sobre sus lecturas. Pero escribir... Cuando fue preguntado sobre si este premio le anima a escribir, se mostró escéptico: "Ahora no tengo fuerzas, no me planteo nada a largo plazo, pero la poesía siempre la tengo en la cabeza".
Sus ambiciones están en otros lugares y ayer las confesó al asegurar que "en el arte de la escritura no hay temperatura mayor que la de alcanzar, manejar la literatura con un poema". Para ello, nada mejor que releer al escritor que da nombre al premio, Miguel de Cervantes, al que estudia compulsivamente, lo que le lleva a admitir que "no sé de qué hablaré el 23 de abril" en el acto solemne de entrega del Premio en la Universidad de Alcalá. Sí, es seguro que hablará de Cervantes, claro, "porque para mí Cervantes es un ejemplo de vida, siento mucha afinidad por él porque es un hombre consecuente y desobediente, defendió las causas verdaderas". En Cervantes hay mucho de lo que Bonald admira. El último congreso anual de la fundación Caballero Bonald, que tiene sede en su ciudad natal, Jerez, se dedicó, por deseo expreso del escrito a los artistas transgresores y heterodoxos. Eso piensa de Cervantes, así quisiera ser él recordado.
Quiza por eso, a su edad, a sus 85 años, defiende una sociedad rebelde: "La sociedad actual debería tener más desobediencia. No se sabe hacia dónde va cuando ha llegado a la extrema crueldad de suicidio por desahucio". El último libro, de hecho, lleva como título toda una declaración de principios, Manual de infractores. Algún periodista presente en su casa en la tarde de ayer sintió curiosidad por saber si se le había pasado por la cabeza rechazar el premio. "Nunca me lo he planteado porque es un galardón que me llena de orgullo, la culminación de una carrera. Que un jurado haya decidido que mi vida literaria sea reconocida de esta forma es una satisfacción personal".
Poco dado a las componendas, con algunos enemigos en el oficio, como demostró el episodio de la Real Academia -"dos o tres enemigos, pero no les doy mucha importancia"-, la carrera literaria de Bonald nace con la poesía, crece con una obra en prosa compleja, casi contemplativa, como demuestra su ejercicio de estilo Agata, ojo de gata o la ensimismada visión de la campiña jerezana en Dos días de septiembre, y se encumbra definitivamente con su obra memorialística, a la que hizo mención expresa el jurado, destacando, además, su "proyección iberoamericana", ya que Bonald pasó uno de los momentos más cruciales de su vida como profesor universitario en Colombia.
Sus dos tomos de memorias son, posiblemente, sus trabajos más accesibles para el gran público. Con chisporroteante humor, embadurnadas de retranca, las páginas de sus recuerdos son el mejor tratado sobre una brillante generación, la de los 50, en la que son compañeros de viaje y cuchipandas poetas de la talla de Paco Brines o Ángel González y cuentistas de supremo nivel como el gaditano Fernando Quiñones y el madrileñísimo Juan García Hortelano. Muchas veces Caballero Bonald ha hablado de aquella generación y él se siente, con Brines, "un superviviente". Este premio tiene mucho de reconocimiento a esa generación.
Asumía ayer Bonald con su habitual tono jocoso que ejerce sin que se le mueva un músculo, como si estuviera hablando totalmente en serio, un poco a lo Buster Keaton, que el premio, aparte del dinero, le ha hecho ganar, seguro, "nuevos enemigos. De hecho, más de uno se habrá llevado esta mañana un disgusto". Considera olvidado que ya nunca vaya a tener ninguna letra en ningún sillón de la Real Academia porque "no me complace compartir lugar con algunos escritores" y también quiso acordarse de los amigos, especialmente de quienes se encontraban con él en las quinielas del galardón, "Juan Goytisolo y Martín Berriquell, que, por mi culpa, no han podido llevárselo".
Y una vez , todo púrpura, flamante Cervantes, qué le queda a Caballero Bonald, siempre Pepe para sus amigos. Contesta el escritor con una respuesta que hace tiempo tiene siempre a punto: "Tirarme en paracaídas". Cuando el interlocutor pone cara de póquer entonces Bonald contraataca: "Y ser matemático. Aunque, al fin y al cabo, la poesía es una mezcla de música y matemáticas".
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