De Troya a todo lo demás

EL SILENCIO DE LA GUERRA | CRÍTICA

Antonio Monegal no ha elaborado un estudio sobre las guerras ni sobre su naturaleza, sino sobre la ética de su representación cultural

El investigador y escritor Antonio Monegal (Barcelona, 1957).
El investigador y escritor Antonio Monegal (Barcelona, 1957). / D. S.

21 de julio 2024 - 06:00

La ficha

'El silencio de la guerra'. Antonio Monegal. Acantilado. 320 páginas. 24 euros 

Mientras su autor ultimaba El silencio de la guerra, la invasión rusa en Ucrania había comenzado su campaña dando un giro como analógico a los usos bélicos de nuestra era tecnológica (carros de combate, infantería, trincheras, lucha cuerpo a cuerpo en urbes arrasadas). Los acontecimientos en Gaza no habían surgido aún. Sin embargo, su ausencia no resta interés a este gran libro, donde –el matiz es importante de inicio a fin– no se estudia la naturaleza de la guerra, sino su representación a través de la literatura, las artes plásticas, el fotoperiodismo y el cine

Antonio Monegal (Barcelona, 1957), premio nacional de ensayo con Como el aire que respiramos, aborda aquí la tensión que podría derivarse del tratamiento de la guerra a partir de la tradición (todo lo configura Troya) y una ética de la representación que consiguiera transmitir lo indecible. Sufrir una guerra, participar en ella, no es lo mismo que ilustrarla, sobre todo por parte de quien nunca ha estado envuelto en su más atroz turbión. Narrar el trauma (Robert Graves, Jünger o incluso la propia Virginia Woolf en La señora Dalloway) puede llevar al dilema de la autoridad en la voz narradora. Y pintar la experiencia puede crear fisuras morales, la de quienes estuvieron allí, inmersos en el horror (Otto Dix y su Der Krieg de 1924), y la de otros que captaron el espanto pero a distancia y con el cigarro en la boca (el Guernica de Picasso, al que Alice Tankard vio ciertas analogías con Los horrores de la guerra de Rubens). 

Visualmente, la guerra sí ha sido filmada con una veracidad que diluye todo reconcomio moral. Es el caso de Sangre en Indochina, película favorita de Anthony Beevor, La batalla de San Pietro (uno de los cuatro documentales –censurado– de John Houston sobre la Segunda Guerra Mundial), La columna Chamanov sobre la primera guerra de Chechenia o la muy reciente y sobrecogedora 20 días en Mariúpol de Mstislav Chernov. Otros trabajos afligen el alma cuando la naturaleza y el paso del tiempo obran sobre la tragedia que dejó de ser noticia (en la serie Bleed, del fotógrafo Simon Norfolk, se ve cómo el agua congelada del invierno recubre la gran fosa común hallada en 2003 en Crni Vrh, en el área de Zvornik, en Bosnia). El horror, no obstante, no deja de plantear dilemas. Finkelstein habló en su día de la “industria del Holocausto”.  

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