Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Sevilla/Las semanas de confinamiento las pasó Amancio Prada en trance. Y puede entenderse esto de manera prácticamente literal, según cuenta este ascético cantautor del Bierzo que desde comienzos de los años 70, ajeno por completo a las modas y demás caprichosos vaivenes, ha labrado –nunca mejor dicho en su caso– con las cuerdas y los arpegios de su guitarra un cancionero bañado en las fuentes de Rosalía de Castro, de San Juan de la Cruz, Miguel Hernández o Agustín García Calvo... "Yo no soy un entendido en poesía, pero siempre he sentido que el papel de la música es iluminar un texto, clarificarlo, hacer que el pensamiento sea más transparente, y en mi caso la poesía me traspasa, la comprendo de verdad, mejor que nunca, cuando la canto", dice Prada, que ahora rinde homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer en un disco grabado en colaboración con la Universidad de Sevilla y que presenta este viernes (a las 16:30, con todas las entradas ya agotadas) en la iglesia de la Anunciación, bajo la cual, precisamente, tiene su tumba el poeta en el Panteón de Sevillanos Ilustres.
La historia de este disco, de su su gestación, el largo camino hacia las doce canciones que componen el álbum –editado con auténtico mimo y un exquisito libreto con detalles de pinturas de Valeriano Bécquer diseñado por el poeta y grabador leonés Juan Carlos Mestre–, la contó este jueves Amancio Prada, con su verbo pausado, elevado y popular y salpicado de breves y súbitos arrebatos de verdadera pasión, en un encuentro en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus), ante un auditorio de gente mayoritariamente muy joven que siguió el acto en un estado casi de hipnosis y para el que interpretó dos de las canciones del disco, titulado, sin más, Gustavo Adolfo Bécquer. "Las golondrinas vienen de lejos", comenzó el músico, acompañado por Luis Méndez, director del Cicus, que ha promovido y apoyado la grabación del disco así como la realización del recital de esta tarde en el marco de sus actividades conmemorativas del 150 aniversario de la muerte del poeta.
Con 17 años, cuando estudiaba en Valladolid, sabiendo tocar al piano acaso "tres o cuatro acordes", no más, el futuro cantor de Adiós ríos, adiós fontes le puso una melodía a Volverán las oscuras golondrinas. "En esos días, hablamos de la primavera de 1967, estaba yo leyendo las Rimas y Leyendas y a los que éramos entonces adolescentes Bécquer nos inculcó el gusto por la poesía. Leyéndolo, nos sentíamos nosotros también un poco poetas", rememoró. Muy poco después de aquel primer deslumbramiento llegarían otros fundamentales en la trayectoria artística de Prada –Rosalía de Castro y Miguel Hernández–, y pasaron muchos años hasta que el músico se atrevió a "convocar de nuevo a las golondrinas", ya con su guitarra y públicamente, en un recital en Córdoba celebrado en 2009 y dedicado a poetas del sur.
Hace un año, en un recital en el Consulado de Portugal, para "tener un detalle" con Sevilla y con la Universidad, Prada estrenó otra canción, basada en Cerraron sus ojos, un poema que meses antes, al releerlo, le había conmovido "hasta el punto de sentir que tenía que cantarlo, con esos versos que se repiten cada tres estrofas, como un estribillo: Dios mío, qué solos se quedan los muertos". Aquella actuación la presenció Luis Méndez, que le propuso a Prada participar en el recital que hoy tendrá lugar en la Anunciación.
"Yo en aquel momento tenía sólo dos canciones basadas en Bécquer y me propuse armar un recital romántico en condiciones, al menos cuatro o cinco canciones basadas en sus poemas. Y en esas estaba cuando llegó el confinamiento. Me pilló en el campo, donde vivo, en mi casa. Pasaba los días labrando, arreglando caminos, trabajando con las manos, como siempre hizo mi padre, y por la tarde cogía la guitarra para labrar el aire de las Rimas de Bécquer. Sentí que había poemas que me decían fíjate en mí, que estoy hablando de ti. Fue una especie de trance, me venían las melodías una detrás de otra, y en dos o tres meses comencé a vislumbrar la posibilidad de hacer un disco".
De manera que la primeravera de este año, "tan febril, tan exuberante y tan cruel", a Amancio Prada le dejó, al menos, varios frutos, una docena de ellos –Saeta, El arpa, Los invisibles átomos, Yo soy ardiente, Volverán las oscuras golondrinas, Por una mirada, Dos rojas lenguas, Los suspiros, Cerraron sus ojos, Si copia tu frente, A todos los santos y Espíritu sin nombre–, de los que habla con una emoción que se intuye verdaderamente genuina. Tanto como el orgullo que le produce haber trabajado siempre con los humildes pero imperecederos materiales del folclore, es decir, con el recuerdo de su padre cantando mientras araba la tierra, con su madre en la memoria, también cantando al volver de lavar la ropa en el río, con la certeza –heredada de cuando la gente cantaba mientras trabajaba, para animarse– de que la música, en fin, nos eleva más allá del lenguaje, incluso más allá de nosotros mismos.
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