En torno al meridiano
Conquistas prohibidas | Crítica
La Fundación Castro publica, en exhaustiva edición de Juan Gil, Conquistas prohibidas, volumen donde se recogen relaciones y memoriales de la presencia española en Borneo y Camboya durante el siglo XVI; una presencia contraria a las aspiraciones lusas derivadas del tratado de Tordesillas
La ficha
Conquistas prohibidas: españoles en Borneo y Camboya durante el siglo XVI. VV. AA. Edición de Juan Gil. Biblioteca Castro. Madrid, 2024. 944 págs. 52 €
Las conquistas prohibidas a que hace referencia el título de esta extraordinaria obra miscelánea, son aquellas que se derivan de la indefinición nacida con el tratado de Tordesillas de 1494, según el cual España y Portugal se repartían el mundo con la única referencia de un meridiano. Una referencia de inevitable versatilidad, dados los conocimientos geográficos y la imprecisión geodésica de aquella hora, lo cual permitió que ambos propietarios del orbe contendieran legítimamente sobre esta cuestión, allí donde el mundo se hallaba, a ojos occidentales, en su extremadura última. Esta cualidad liminar del Oriente, unida a la ambigua legitimidad de tales las conquistas y posesiones, es la que justifica la novedad de este volumen, en el que la vasta erudición de Juan Gil acopia testimonios varios -relaciones de viaje y memoriales-, junto a una Breve y verdadera relación de los sucesos del reino de Camboya, obra de fray Gabriel de San Antonio.
Los españoles se asentarán en las Filipinas gracias a la comunicación con la Nueva España a través del Pacífico
Es de notar, por otra parte, que Felipe II sería también rey de Portugal a partir de 1580, tras la muerte del don Sebastián en Alcazalquivir; lo cual no aminoró en modo alguno la aspereza con que castillas y lusos recelaron unos de otros. Y tampoco la forma en que ambos se obstaculizaron el comercio con las Indias orientales, donde los portugueses se habían aposentado ya desde antiguo, y donde los españoles encontrarán asiento en el archipiélago filipino, gracias a la vía oriental que los comunicaba con la Nueva España a través del Pacífico. No es este, sin embargo, el mayor foco de interés de este volumen extraordinario y fascinante. Tan interesante como el modo en que portugueses y españoles se combatieron y socorrieron en el Moluco y aledaños, es la propia naturaleza sobrevenida de los documentos que aquí se incluyen, ya que, según recuerda Gil en su abundante y precisa Introducción, esta colección de documentos y testimonios es “la más amplia que se haya reunido jamás sobre el devenir de Borneo y Camboya en el siglo XVI”. Y ello porque “ni uno ni otro tienen crónicas coetáneas a los hechos que aquí se refieren”. Se comprende así, al igual que ocurriría en las Indias Occidentales con la historia precolombina -piénsese, por ejemplo, en el Inca Garcilaso- la importancia de la manifestación escrita de tales sucesos.
Más allá, pues, de las escaramuzas diplomáticas y los contactos con el Japón, China, Siam, Borneo, Camboya, Laos y con las respectivas metrópolis de una y otra potencia occidental; más allá de los intereses comerciales y la evangelización de los gentiles, cuya evolución corre parejas con la presencia militar y el juego de alianzas (la presencia y la difusión de la fe musulmana, en competencia con la cristiandad, es una de las cuestiones que aquí se recogen); más allá, repito, de las absorbentes y tediosas polémicas entre funcionarios reales, gentes de armas y miembros del clero, sustanciadas en cartas y relaciones, queda el hecho neto de la consignación de un mundo, hasta entonces solo parcialmente conocido. A tal respecto, en la obra de fray Gabriel de San Antonio, ya mencionada, se da noticia, no solo de Camboya, sino del reino de Laos, de las islas Malucas, del reino de Campá, de los reinos de la Cochinchina, del reino de Sian, de Ceilán, así como de las propias islas Filipinas. Ahí encontrará el lector, junto a una “buena Hidrografía y Geografía”, una botánica, una protogastronomía, una zoología, una sociología y un fino cuadro antropológico. También una descripción de las ciudades prominentes, y una enumeración de costumbres singulares y hechos extraordinarios. La asombrosa guerra sucesoria que se desata por la posesión de un elefante blanco, estando en el trono camboyano Aprán Lángara, es, en tal sentido, de carácter fantástico. Lo cual es aplicable al conocimiento de ponzoñas y contraponzoñas, así como a los tormentos infligidos a los reos de muerte, tales como el despellejamiento o la fritura del cautivo, bien en aceite de coco, bien “en su propia sangre”, como mandó hacer el rey de Sian con veintiocho desdichados portugueses.
Es esta ambición de totalidad, en última instancia, donde lo sólito y lo milagroso se entrementen en la textura del mundo, la que el lector encontrará, una vez más, en esta varia consignación del Quinientos oriental, que hoy se aglutina, oportunamente, gracias a la sabiduría y la pericia de Juan Gil, bajo el título de Conquistas prohibidas.
La magia y el rinoceronte
Es en mayo de 1515 cuando llega a Lisboa Ganda, el rinoceronte que el sultán de Guyarat había regalado a Manuel I de Portugal y que combatirá, infructuosamente, con un elefante en la actual praça do Comérçio, siguiendo lo indicado en la Historia natural de Plinio. Ese mismo año Durero grabará su imagen sin haberlo visto, guiado por las trazas de un comerciante afincado en Lisboa, Valentin Ferdinand. Fray Grabriel de Sebastián, en su “Descripción particular del reino de Camboya”, señala que dicho reino tiene muchas abadas (así se llamaba a los rinocerontes asiáticos), y que el “cuerno, el pellejo, la sangre, colmillos y dientes y la uña del pie izquierdo de este animal son finísima contraponzoña”. Es este tipo de rinoceronte el que retrata Durero y llega a Lisboa para enfrentarse a su enemigo legendario, el elefante. También dice fray Gabriel que, en el año de 1570, se descubrió una ciudad nunca vista, la ciudad de Ancor, y que lo hicieron “los camboyas andando a caza de abadas”. Vemos, pues, que en el intervalo de 1515 al año en que fray Gabriel escribe, ha desaparecido la alusión a Plinio. No así la atribución mágica de la abada, cuya cornamenta, como la del narval, se halla acaso en el origen mítico del unicornio.
También te puede interesar