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Se marchó. Se fue sin hacer ruido, con la elegancia de la que hacía gala en las declaraciones, en las que siempre se alejó de ese arquetipo que los años habían asignado a las cantantes de copla. María Felisa Martínez López, Marifé de Triana, (Burguillos, Sevilla, 1936) murió ayer en la Clínica Xanit de Benalmádena, donde ingresó el viernes a consecuencia del cáncer que padecía. Con ella se apaga una de las voces fundamentales para entender la canción española, un referente que ha servido a muchos jóvenes para iniciarse en dicho género y cuya intepretación caló hondo en una España que atravesaba el ecuador del siglo XX. Un país que decía adiós a las cartillas de racionamiento que la familia de Marifé tuvo que usar tras la muerte de su padre cuando la cantante contaba con nueve años.
Ella misma recordaba las penurias a las que su madre y hermanos hicieron frente en una entrevista concedida a Málaga Hoy pocos días antes de que el Gobierno le entregara la Medalla al Mérito del Trabajo en 2011. Fue uno de los pocos reconocimientos públicos que logró tras su larga carrera profesional. Una sequía por la que la cantante nunca se quejó. Muy al contrario, se sentía satisfecha con el "cariño" que le seguían profesando sus admiradores. "Será porque no he salido al escenario con ningún político", decía esta sevillana para argumentar la falta de medallas en sus vitrinas.
Ni subió ningún ministro a los tablaos ni se valió de los tópicos de las folclóricas para acaparar minutos de televisión. Marifé fue una tonadillera que amaba su profesión pero que intentaba mantenerse alejada de todo lo que rodeaba al mundo de la copla. Nunca le gustó y en más de una ocasión habló con total sinceridad de la "hipocresía" entre las compañeras. Ejemplo de esta honestidad fueron sus declaraciones en las que, al margen de Juana Reina, Gracia Montes o Macarena del Río, a pocas más consideraba amigas. Una vez que terminaba la función se marchaba a casa. Lo daba todo en el escenario. No le hacía falta validar el papel de diva más allá.
Si hubo alguien a quien realmente admirase fue a Juana Reina, a la que consideraba un referente en la copla. Para ella, voces como la de Concha Piquer sólo eran un "prodigio técnico" pero insuficientes si no venían acompañadas de una entrega en el escenario. De ahí su aportación a este género, que vincula con la interpretación, motivo por el cual la apodan la actriz de la copla. Muchos críticos consideraron que más que cantar, esta andaluza ofrecía auténticos monólogos dramáticos en sus actuaciones. Quizá esta pasión por el teatro fue la que le llevó a rechazar ofertas en el cine, consciente de que los papeles propuestos quedaban limitados al de una mera folclórica del momento. Marifé ambicionaba en este ámbito algo más, ser una auténtica actriz, de ahí que este anhelo lo demostrara cuando cantaba temas que han quedado ya vinculados a su persona, como Torre de Arena, La Loba o María de la O. Tal es así que en una de las pocas películas que rodó se metió tanto en el papel de borracha que un vecino de Lora del Río -donde se grababa el largometraje- le increpó por su comportamiento.
Durante sus últimos años reivindicó la importancia de la copla y criticó a las discográficas por el desapego a este género. Su primera despedida de la profesión fue en 1997 al tener que atender la enfermedad de su marido, que falleció hace cinco años. Reapareció en 2001 con su último disco, ¿Por qué?, con el que dijo el adiós definitivo a los escenarios. Siempre mostró un interés por la cultura y se deleitaba escuchando a John Lennon o a Chopin. Nunca le gustó ir de andaluza "graciosa", por lo que algunos la tacharon de "rara". Actuó como consejera de nuevos artistas, a los que recomendó que buscaran su estilo propio, como ella hizo en una España en la que sus canciones fueron la melodía tatareada de muchas madres. El eco de una época.
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