"Sin título"

OBITUARIO

El Profesor titular de Estética y Teoría de las Artes repasa el compromiso con las artes plásticas y con la amistad de Bosco en una carrera siempre sobresaliente

Bosco durante la presentación en Santa Clara de un proyecto expositivo sobre Carmen Laffón. / Juan Carlos Muñoz
Antonio Molina Flores

23 de julio 2021 - 12:25

Podríamos también haber dicho "sin palabras", porque es demasiado pronto para encontrar las adecuadas y hablar de nuestro amigo Bosco en pasado; pero "sin título" nos remite más directamente al mundo de las artes plásticas, al que Juan Bosco Díaz-Urmeneta dedicó al menos la mitad de su vida. Una dedicación siempre brillante, siempre sobresaliente.

Hace unos meses se publicaba en traducción de Nieves García Prados el libro Un perro verde, de Jamie McKendrick, donde leemos el poema Ética y estética: "Cuando Franco hizo expulsar a Aranguren/el catedrático de Ética/en Madrid/por participar/en las protestas estudiantiles, //un catedrático de Estética de Barcelona/el poeta Valverde/dimitió con una nota que decía/ nulla aesthetica sine ethica//-gesto y palabra tan vinculadas/que transformaron un uno-otro/en un bien trabado/ ampersand// y anudaron un puente de cuerda a través de un abismo".

Ha tenido que venir a recordárnoslo un poeta de Oxford, ahora que algunos niñatos de la clase política parecen desconocer interesadamente quién provocó y cómo la guerra civil, que partió en dos nuestra cultura, está bien recordar que Juan Bosco apostó por una Estética con Ética, siguiendo la estela de José María Valverde, a través de su amigo y director de una tesis doctoral sobre Isaiah Berlin, Diego Romero de Solís. Y que militó durante años en el Partido Comunista de España, dando muestra de un compromiso político que pretendía -y en parte consiguió- transformar la realidad mostrenca de un franquismo crepuscular que se resistía a cualquier cambio.

Hay que recordar ahora que entonces no había partidos sino asociaciones y que el PCE era el Partido. De aquella militancia su amistad con Javier Aristu y Rosa Bendala, con el inefable Ignacio Vázquez Parladé y su vinculación con el pueblo de La Algaba. De aquellas amistades vienen estas obras: ¿quién mejor preparado que él -y con más conocimiento de causas y efectos- para hacer el catálogo razonado de Carmen Laffón?

Bosco siempre fue brillante en todo lo que se propuso, y fueron muchas cosas a lo largo de una -demasiado- corta vida. De una formación inicial con los jesuitas donde fue, según testimonio de sus compañeros, primus inter pares, pasando por la política y la gestión municipal, hasta dar en la crítica de arte y el comisariado, su gran contribución a la vida cultural española y andaluza, de las últimas décadas. De la mano de otro inefable, Pepe Soto, se adentró en el abstruso lenguaje de la abstracción (Fernando Zóbel, Grupo El Paso) hasta entender las vanguardias como si hubiese jugado una partida de ajedrez con Marcel Duchamp la tarde anterior.

Aunque autor de varias monografías de gran interés es en la crítica de arte donde vinieron a confluir sus múltiples saberes y su capacidad pedagógica, igualmente desplegada en un amplio magisterio en el Área de Estética y Teoría de las Artes, en la Universidad Hispalense. Siempre sosegado, siempre atento, muy amigo de sus amigos y amigas, ejerció una valiosísima influencia en varias generaciones de artistas, que siguieron sus críticas como un vital alimento y sus exposiciones como el maná. Su inteligencia nunca se mostraba de modo ostentoso, sino a través de la ironía y un fino humor que nos dejaba rumiando cuando él ya se había alejado. Así nos quedamos nosotros. Ahora, que estamos viendo caer a los cerebros más brillantes de su generación, los que hemos sido amigos y aprendido de él, quedamos huérfanos de su saber hacer y de su discreta sabiduría.

Hablaba en su última crítica entregada, a propósito de Goya, de un "punto cero", que es como José Ángel Valente tituló una recopilación de su poesía, siguiendo el Nullpunkt con el que los intelectuales alemanes quisieron iniciar un nuevo punto de partida después de Auschwitz. Resulta paradójico que con la palabra cero terminen una vida y obra de diez.

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