Reflejos extáticos

Almaclara | Crítica

El Cuarteto Almaclara-Inés Rosales en la Sala Cero
El Cuarteto Almaclara-Inés Rosales en la Sala Cero / Ignacio Díaz Pérez

La ficha

Almaclara

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Temporada 2024-25. Cuarteto Almaclara-Inés Rosales: Inés Montero, violín I; Irene Fernández, violín II; Aglaya González, viola; Beatriz González Calderón, violonchelo.

Programa: El reflejo

Amy Beach (1867-1944): Cuarteto de cuerda Op.89 [1929]

Joaquín Turina (1882-1949): Serenata Op.87 [1933-35]

Rebecca Clarke (1886-1979): Poem [1926]

Maurice Ravel (1875-1937): Cuarteto de cuerda en fa mayor [1903]

Lugar: Sala Cero. Fecha: Miércoles, 16 de octubre. Aforo: Dos tercios de entrada. 

Pese al empeño bienintencionado de Beatriz González Calderón con sus breves y poéticas introducciones a cada obra, no acabé de entender muy bien el sentido del título del concierto (El reflejo), pero me pareció que en todo él dominó un tono entre contemplativo y extático. Lo sentí desde el comienzo disonante y hasta cierto punto desconcertante del Cuarteto de Amy Beach, con esos solos para la viola (extraordinaria Aglaya González) que parecían querer aislarse del mundo, en una especie de ascesis que luego desmintieron unos violines que perdieron algo de su tersura en la parte central, la más agitada de la obra, fuga incluida. En la Serenata de Turina, pese al toque costumbrista y amable, el Almaclara pareció preferir una atmósfera calma, que se reflejó en una interpretación de no mucho relieve dinámico y sin demasiada profundidad por los graves.

Para cuando tocó el turno al Poema de Rebecca Clarke, Inés Montero había domado ya a su violín, algo desbocado hasta entonces, y el empaste del conjunto mejoró en una interpretación muy lenta y refinada, que abrió con un hilo de bellísima voz el violín de Irene Fernández. El registro tímbrico del cuarteto se amplió por la región de los graves y el exquisito lirismo de la obra se vio representado en una interpretación acogedora, dulce, de acentuación algo blanda. Muy correcto el Cuarteto de Ravel, con un primer tiempo de estupenda claridad y que luego se volcó hacia lo contemplativo, no sólo en un Très lent que buscó incansable el éxtasis, sino también en el Assez vif, con sus sugerentes pizzicati. El vigor del final se hizo compatible con una cierta difuminación de los perfiles, eso tan impresionista.

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