Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Cuando yo era... Eva Yerbabuena Ballet Flamenco. Baile: Eva Yerbabuena, Mercedes de Córdoba, Eduardo Guerrero, Fernando Jiménez. Guitarra: Paco Jarana, Manuel de la Luz. Cante: Pepe de Pura, Moi de Morón, Jeromo Segura. Percusión: El Pájaro, Raúl Domínguez. Coreografía: Eva Yerbabuena. Dirección musical: Paco Jarana. Dirección de escena: Juan Ruesga. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes, 5 de octubre. Aforo: Lleno.
Es un espectáculo sobre la tierra y el espectáculo está en el aire. La escena llena de metáforas telúricas: el círculo del torno, el círculo del tiovivo. Es un espectáculo de memoria, de la memoria, incluso, al parecer, de eso que ahora se llama "memoria histórica" (habrá, digo yo, "memoria del futuro"). El círculo, la memoria, en flamenco se llama soleá, el único estilo que sustituye el yo del presente, habitual protagonista de lo jondo, por el yo del pasado.
Y el espectáculo está colgado, suspendido en el aire. No comprendo y me rebelo, ¿porqué un intérprete se empeña en ocultar sus mejores virtudes y sobreexponer sus mayores defectos? Eva Yerbabuena baila poco en este espectáculo. Su solvencia en este aspecto está fuera de toda duda: es la mejor bailaora de nuestro tiempo, de este tiempo.
Yerbabuena, como reina actual de la soleá (como en el pasado lo fueron la Andonda, la Cuenca, la Serneta, la Fernanda ... es un género de memoria, eminentemente femenino, de cuentos y cantos a la rueda rueda) está perfectamente facultada para hablarnos del pasado. De una herida en nuestra memoria colectiva que está aún por cerrar y que el flamenco siempre ha huido de tratar directamente. Pero será en otro espectáculo. Aquí no quedan sino unos apuntes vagos, unas imágenes tópicas, vacías. Aunque sea, precisamente, el espectáculo de los suyos que mejor ha equilibrado la danza flamenca con lo dramático. Eso sí, a costa de la primera.
En el flamenco la tierra, la memoria, lo femenino, son los zapatos, la rueda de acordes de la soleá, lo que eché de menos anoche sobre las tablas.
En la belleza convulsa del flamenco, primitivista a fuer de abstracción, caben todos los recursos para todas las emociones, como demuestran cada día los que amplían el léxico jondo. El teatro flamenco es otra posibilidad, sólo otra posibilidad, donde pocos son los elegidos, a decir verdad. Y creo que la causa de ello es que no se trata de la vía más fértil. Por ello toda la belleza convulsa de Cuando yo era (melancolía musical, coreográfica, cantaora) desafortunadamente caerá en el olvido.
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