Cristina Peri Rossi: desde el tiempo que no existe

Premio Cervantes

La escritora uruguaya firmó en 1984 uno de los libros más contundentes de la literatura sudamericana del siglo pasado, digno heredero del 'boom' del que germinó, 'La nave de los locos'

Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar en su apartamento parisino, en la época en que fueron pareja.
Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar en su apartamento parisino, en la época en que fueron pareja. / M. G.
Luis Manuel Ruiz

10 de noviembre 2021 - 20:50

Sevilla/Siempre he imaginado a Cristina Peri Rossi escondida en el apartamento parisino de Julio Cortázar, su norte, su amigo y la más que probable inspiración de la mayoría de sus visiones. Por entonces (era principios de los años 70), ella acababa de fugarse de Montevideo para pasar a España huyendo de la dictadura, y de ahí había ido a parar al piso del gigante de Montparnasse, en previsión de un empeoramiento de su situación legal en nuestro país. Digo que me la figuro siempre allí, en aquel inmueble que conozco por fotos, entre afiches de jazz y paisajes surrealistas, porque tanto el estilo como la temática de sus obras futuras parecían ya flotar sobre ella desde las paredes, entre el humo de los Gauloises y las botellas de whisky. Fue gracias a una recopilación de relatos de título envidiable, Los museos abandonados, que en 1968 se ganó el respeto tanto de Cortázar, que reconoció que ella le había pisado el primer borrador del Libro de Manuel, como de otro egregio compatriota del exilio, el omnímodo Mario Benedetti.

Pero ahora, hoy, Cristina Peri Rossi es algo más y mucho más que ese viejo cliché de la era del boom. En una entrevista de hace algunos años, coincidiendo con la recepción del Premio Loewe por su poemario Playstation (2009), confesaba que dedica su tiempo, aparte de a la lectura y la escritura cuando llega ("La poesía es un estado de ánimo, no una sustancia"), al cine, armar maquetas de barcos y jugar a la Nintendo. El Premio Cervantes va a una merecida artesana de eficacia más que suficiente, que supo aliñar las influencias vanguardistas de los sudamericanos del momento (además de Cortázar y Benedetti, también Fuentes y Donoso) con otra clase de intereses que escoraban su obra del lado de lo político y de lo sentimental, cuando ambos pueden converger y cuando no. Conocida en un inicio por su labor como cuentista, afiliada a la literatura engagée que resultaba de rigor en la década del hippismo y las guerrillas, pasó poco a poco a ocuparse de su mundo íntimo y a elegir protagonistas curiosos, como los niños, que podían servir de escaparate a otro tipo de profundidades que no atisba el compromiso social.

A pesar de que la poesía haya tomado el relevo en su arte de esos primeros esbozos de exploración interior, Cristina Peri Rossi será siempre la autora de textos en una mestiza indefinición entre géneros, que trata de superar las barreras de lírica y narrativa para ofrecer una visión totalizadora de las cosas y del alma que se las enfrenta. Así, tentativas de diversa fortuna como El libro de mis primos (1969) cristalizarán en la que se considera su opus magnum, uno de los libros más contundentes de la literatura sudamericana del siglo pasado y digno heredero del boom del que germinó: La nave de los locos, de 1984. En él, a la visión de un mundo jerárquico y estructurado sobre la cartografía concéntrica de la razón, se opone el caos de Equis, el eterno expulsado, el judío errante que arrastra tras de sí todos los males del mundo y es incapaz de encontrar cobijo en ninguna patria. Con esto, la autora atendía a otro de los temas cardinales de su legado: el exilio, el pesar del exilio, la inmensidad negra del exilio para quien lo padece, que, más que aquel que ha de huir de su suelo, es el que no encuentra suelo en ninguna parte. Porque "estrictamente no se puede volver, no hay adonde volver: es un tiempo que ya no existe".

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