Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
Icónica Santalucía Sevilla Fest
Uno de los nuestros, Jesús Navas, le arrebató el balón a Mbappé cuando este ya enfrentaba la portería en una jugada llena de estética; después casi se carga a otro francés en una acción que le costó la tarjeta amarilla. Con él como puntal, la selección española de fútbol dejó escrita la carta de presentación de la noche y todos los que estábamos en la Plaza de España convocados por Icónica Santalucía Sevilla Fest éramos testigos de ello. Belleza y fuerza. Solo quedaba que The Prodigy rompiera el lacre que la sellaba y nos la leyera. Un rato después de las celebraciones por el triunfo el escenario se fue desperezando con la intro del New Ice Age de The Horrors, y despertó del todo lleno de lúgubres luces rojas y sonido de alarma, los graves empezaron a martillar a través de los subwoofers con una potencia convulsiva; una tormenta de luces estroboscópicas acompañó la entrada de los cuatro componentes de la banda desatando el frenesí de los más de 10.000 espectadores presentes mientras el azul se iba apoderando del pesado ambiente. Liam Howlett se encerró detrás de un vasto banco de sintetizadores, ordenadores portátiles, programadores, secuenciadores, samplers, mostrándose entre las luces intermitentes como un capitán espacial futurista pilotando su nave hacia otra dimensión; Leo Crabtree ocupó la banqueta de su batería, Rob Holliday comenzó a lanzar su guitarra como una motosierra fuera de control. El caos fue instantáneo. Maxim asumió el papel de líder único con el riff inicial de Breathe, que exprimió hasta la última gota de energía de la multitud cara a cara con él; sus movimientos fueron completamente impredecibles y difíciles de precisar, los ojos y los cuerpos de la multitud se movían rápidamente solo para seguir el ritmo de su actuación, sin dejar de bailar, ¿Se le ocurre a alguien que esté leyendo esta crónica un comienzo de espectáculo más emocionante que el de la pareja de piezas absolutamente monstruosas de Breathe y Omen?; la segunda trece años posterior a la primera, pero con la misma vibración de la vieja escuela, llenó el recinto con una instrumentación cargada de adrenalina, acompañada de melodías que hicieron vibrar las paredes de la plaza y potentes ritmos dominados por los bajos. Así fue como se inició anoche la liberación emocional de todos los que acudimos a la nueva cita del festival. La música de The Prodigy, con sus ritmos desgarradores, su volumen chirriante y sus luces abrasadoras, desencadenaron una fuerte reacción dentro de la parte primaria de nuestro cerebro.
Si alguien tenía dudas al llegar sobre que The Prodigy pudiese continuar siendo lo mismo sin la presencia en el escenario de Keith Flint, el emblema más reconocible del grupo, tras su muerte hace cinco años; si alguien estaba preocupado porque la banda ya solo fuese una sombra de sí misma; todos los recelos desaparecieron en unos instantes. The Prodigy demostraron desde el principio que siguen siendo uno de los grupos en vivo más incendiarios del mundo, incluso sin su tan añorado pirómano principal. Puede que ellos sientan que ahora tienen que justificar su relevancia como banda nuevamente, pero el talento para el espectáculo que demostraron es tan poderoso que rompe cualquier desaliento; raras veces ha habido una banda que haya prosperado cuando ha estado entre la espada y la pared tanto como The Prodigy, pero es que Maxim es también un líder magnético por derecho propio y de ello no quedó ninguna duda esta noche, siempre exigiendo que la energía aumentase ante cualquier atisbo de que fuese a decaer; había una urgencia en la interpretación de The Prodigy que parecía provenir de algún lugar más profundo que antes: la euforia y la liberación que brindaron fueron abrumadoras, pese a faltar la figura de un hombre cuya carrera transcurrió encarnando esas cualidades.
Aunque haciendo honor a la realidad debo decir que su figura no nos faltó. Tras el vuelo del Spitfire en su versión del 2024, Maxim dio un paso atrás cuando comenzó a sonar Firestarter y los rayos láseres fueron creando en las pantallas la imagen icónica de Flint, reconocible instantáneamente; durante unos minutos fue como si estuviera realmente en el escenario con nosotros, en los momentos más destacados y emotivos de la noche. Lanzado en 1996, Firestarter fue la catapulta que lanzó a The Prodigy de un crossover de culto a un monstruo del dance rock de renombre mundial; también fue la canción con la que Flint ascendió de su antiguo papel secundario como bailarín a uno de los líderes incendiarios más adecuados que jamás hayamos visto. Fue muy apropiado, entonces, que la versión de Firestarter de esta noche se presentara como instrumental. En otros momentos, Maxim demostró ser más que capaz de actuar como protagonista, pero esta era en gran medida la canción de Keith Flint y él tenía que aparecer como personaje principal.
Lo que siguió fue una cadena de clásicos del EDM (Electronic Dance Music) que nos dejó sin nada más que poderles pedir. Los hits estuvieron salpicados a lo largo de la noche con las piezas más fuertes que los mantienen unidos. El espectáculo de luces y láseres dejaba sin aliento mientras nos encontrábamos en la mejor rock’n’rave del mundo. El dominio de Howlett de sus sintetizadores y samplers fue el corazón del espectáculo, todo respaldado por la enorme percusión de Crabtree, pero no hubo un solo miembro de esta banda que no pusiera todo lo que tenía en esta actuación y el público les devolvió cada gota de esa energía. Holliday cruzaba el escenario mientras tocaba suficientes líneas distorsionadas de guitarra para bendecir su sonido con una actitud punk contracultural; ha trabajado para Gary Numan, The Mission y Marilyn Manson en el pasado, por lo que tiene muy buen pedigrí. La multitud multigeneracional que llenaba el recinto onduló con cada golpe de bombo de Crabtree. La energía estuvo fuera de escala desde el momento en que el riff vibrante y el ritmo palpitante de Breathe invitó a la multitud a participar en su juego. Y la multitud aceptó, con mucho gusto. Todo el lugar se movía, la gente saltaba con la selección de big beats que The Prodigy puso a nuestra disposición: Voodoo People puso en pie a todos los miembros de la generación abandonada a la que se refería el título del disco en que primero la escuchamos; Roadblox trajo consigo grandes explosiones lumínicas, Light Up the Sky siguió rápidamente con su explosivo paisaje sonoro rave con infusión de rock ácido; fue una montaña rusa de subidas y bajadas a la que siguió una No Good (Start the Dance) frenética; un sample del tema principal de La Naranja Mecánica nos llevó a los ritmos más lentos (bueno, ya tú sabe) de Poison, antes de acelerar nuevamente en Get Your Fight On, con la guitarra pasando a primer plano; Their Law, sonó absolutamente masiva; joyas de toda su carrera. Y Smack My Bitch Up lo convirtió todo en un caos positivo; una versión abrasadora, amplificada hasta proporciones desquiciadas, con una batería enfurecida, que nos hizo esclavos de sus ritmos contagiosos y su naturaleza impulsiva. Tras ella The Prodigy abandonó el escenario.
Después de la conclusión épica de Smack My Bitch Up, un bis de cinco canciones mostró cuánta energía le quedaba todavía a The Prodigy para dar. Si la potencia en el recinto estaba en rojo en este punto, lo que siguió la hizo aumentar hasta el once. Se vinieron un poquito más cerca en el tiempo a través de Take Me to the Hospital, con la que vimos alzarse al aire todas las manos del lugar, y el enorme Invaders Must Die adquirió un cariz imprudente; la banda no mostró signos de ceder, ya sea en términos de intensidad, calidad o brutalidad cuando interpretaron Diesel Power. Se entregaron con una energía similar en el tema más reciente de todo el repertorio, el We Live Forever, de 2018, cuyo estribillo adquiere un nuevo significado inevitable sin Flint. Un puente de jugueteo electrónico a lo Pocket Calculator de Kraftwerk por parte de Howlett con sus sintes y el kettledrum condujo a Out of Space y su increíblemente pegadizo bucle con el sample vocal de Max Romeo -voy a enviarlo al espacio exterior para encontrar otra raza- en su Chase the Devil de 1976; una culminación poco convencional, con un reggae atípico que le dio a la audiencia, ya absolutamente agotada y despresurizada, una última oportunidad de bailar antes de que los altavoces escupiesen hacia nosotros el Ghost Town de los Specials, invitándonos a que nos fuésemos a la zona del DJ Noon a terminar de echar la magnífica noche.
Las preguntas sobre hacia dónde irá The Prodigy todavía persisten; no escuchamos ningún material nuevo esta noche y realmente no estamos más cerca de saber cuándo, dónde o incluso si este saldrá a la luz. Pero el siempre inquieto creativamente Liam Howlett no me parece un hombre que esté feliz dejando que su banda se convierta en un ejercicio de nostalgia. Tengo fe en que eso no sucederá; pero incluso si ese es su destino final, The Prodigy y su increíble cantidad de himnos todavía se sentirán tan vitales y poderosos como siempre. El concierto de anoche fue una experiencia visceral que percibimos como un tributo al pasado y una promesa del futuro; con suerte, habrá mucho más por venir.
También te puede interesar
Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
Alhambra Monkey Week
La cultura silenciada
Las chicas de la estación | Crítica
Los escollos del cine de denuncia