Un terror razonable

El Astronomicón | Crítica

El Paseo edita 'El Astronomicon y otros textos en defensa de la ciencia', de H. P. Lovecraft, obra polémica y pedagógica, donde el lector descubrirá la raíz razonable, científica, de su terror bárbaro y antediluviano

Una imagen juvenil del escritor de Providence, H. P. Lovecrat
Manuel Gregorio González

19 de diciembre 2021 - 06:00

La ficha

El Astronomicon. H. P. Lovecraft. Trad. Óscar Mariscal. El Paseo. Sevilla, 2021. 232 págs. 20,95 €

Esta obra de Lovecraft guarda tres importantes motivos de interés, que exceden el propio mundo y la figura del escritor de Providence. Uno primero es el carácter divulgativo y polémico de los textos, que revelan, en cierto modo, la naturaleza científica de sus imaginaciones. Una segunda es la rápida caducidad de sus saberes, que hoy nos resultan casi tan esotéricos y errados como los conocimientos astrológicos que aquí desmiente con encomiable energía. Y uno tercero, acaso el más sorprendente y divertido, es que en el duelo entre Lovecraft y el refinado astrólogo J. F. Hartmann, quien parece salir vencedor es el segundo, el simpático y ceremonioso impostor a quien rebate.

Lovecraft abunda dos temas de aquella hora, los canales de Marte y la posibilidad de una civilización marciana

A pesar de que Lovecraft se oculta tras un pseudónimo tomado de Swift, el resultado de este duelo provinciano no le es del todo favorable. Por otro lado, en las páginas dedicadas a la pedagogía astronómica, Lovecraft abunda en dos grandes fantasmagorías científicas de éxito inmediato: la existencia de canales en Marte, postulada por el astrónomo piamontés Shiaparelli, y luego corroborada y aumentada por el amateur norteamericano Lowell, desde las soledades de Flagstaff, Arizona, y cuya inferencia obvia era la existencia de una civilización marciana, que quizá soñara con nuestros recursos hídricos. Lo cual tuvo, claro, repercusión artística tanto en La guerra de los mundos de Wells (1898), como en su escalofriante adopción radiofónica por Orson Welles, en 1938.

Quiere decirse, entonces, que el sólido atractivo de estos textos es de doble naturaleza: tanto en lo que concierne al vertiginoso avance de las ciencias, como al imaginario cultural que suscitó, y del que es hijo el terror geológico, antediluviano, preternatural, del propio Lovecraft. A lo cual se añade, como es lógico, el involuntario humorismo de sus polémicas, absolutamente inolvidables, y vinculadas al horror humanísimo y descomunal de la Gran Guerra.

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