El territorio de la demencia
Elia Ediciones rescata 'El percherón mortal', la novela de John Franklin Bardin.
El percherón mortal. John Franklin Bardin. Traducción de César Aira. Elia Ediciones. Madrid, 2012. 203 páginas. 16 euros.
"Jacob Blunt era el último paciente del día. Entró en mi consultorio con un hibisco escarlata en su pelo rubio y ensortijado. Se sentó en la silla frente a mi escritorio y me dijo:
-Doctor, creo que estoy volviéndome loco".
Así empieza El percherón mortal, de John Franklin Bardin.
A finales de los años ochenta del siglo pasado la desaparecida editorial Versal publicó en España los libros de un autor del que no habíamos oído hablar quienes, no habiendo llegado aún a la treintena, alternábamos la pasión por los archiconocidos y obligados clásicos de la novela negra y la afición por la búsqueda a veces casi arqueológica de lo que permanecía escondido. El boom -¿o sería más correcto decir el revival?- estaba por llegar: esto que hay ahora, con detectives por la tundra e inspectores en la sabana, como si la ciudad se les hubiera quedado pequeña… Pues aquella editorial nos echó una mano. A unos cuantos. No fueron muchos, la verdad, los que se enteraron del paso de John Franklin Bardin por las librerías de su ciudad.
(Y ya que estamos, en esa misma época otra editorial, también desaparecida, Júcar -o al menos su catálogo negro-, inauguró su colección Etiqueta Rota con La ciudad de cristal, el primer volumen de La Trilogía de Nueva York, de un tal Paul Auster. Y entonces tampoco se enteró mucha gente, la verdad. Esta mención no es caprichosa, porque hay mucho más que simple coincidencia temporal en el aterrizaje español de aquellos libros de ambos escritores que nos daban a conocer: su indagación en la demencia y la paranoia. Aunque lo cierto es que el principal motivo del paréntesis es que siempre quise hacer un homenaje a aquellas editoriales que me lo hicieron pasar bien -Júcar me descubrió a Jim Thompson y eso es una deuda impagable- y que un mal día se fueron al carajo y de las que nadie se acuerda ya.)
Digresiones aparte, hay que seguir con los agradecimientos aunque esto corra el riesgo de parecer una gala benéfica. Pero es que con la que está cayendo resulta encomiable que alguien emprenda una aventura editorial y además lo haga transitando caminos bacheados: dar a conocer autores noveles, por un lado, y sacar del ostracismo a quienes no lo merecieron, por otro. Eso es lo que ha hecho la malagueña Elia Ediciones, que inaugura su colección Rescata con El percherón mortal, de John Franklin Bardin.
En efecto, es todo un rescate. Es cierto que hubo un intento, vía bolsillo, después de Versal, a cargo de Ediciones B, que junto a esta novela intentó reflotar las otras dos que conforman la trilogía -El final de Philip Banter y Al salir del infierno-, pero el bueno de Bardin no logró sacar la cabeza de los cajones de saldo o quedó apretujado en las casetas de las ferias de libros de ocasión.
Bueno, Bardin en su tumba, o donde quiera que esté, no se habrá extrañado. En vida, sus novelas no tuvieron mejor suerte. Corrían los cuarenta cuando publicó El percherón mortal, la desasosegante historia del esquizoide Jacob Blunt, que obedece las delirantes órdenes de los leprechauns (duendes irlandeses) Joe, Eustace y Harry, como silbar canciones populares en el estirado ambiente de una ópera, repartir billetes entre desconocidos, adornarse el pelo con flores o entregar caballos percherones, y que acude a la consulta del psiquiatra George Matthews, que derivará en investigador de un caso con atmósfera de pesadilla. Ni detective privado ni ex guripa desengañado ni delincuente arrepentido con trazas de antihéroes. Quien tira del hilo aquí es un loquero bien establecido en Nueva York. ¿No se adelantó Bardin a su tiempo?
Sin duda. No hay más que asomarse a la televisión de hoy, plagada de series en las que el protagonista encargado de esclarecer el misterio es alguien alejado de uniformes y pistolas en bandolera y rodeado de manuales sobre la condición humana y sus desviaciones. Porque su universo no se desprendió nunca del influjo que provocó en él la muerte de su madre después de una cruel enfermedad mental. Y la locura impregnó sus páginas, como las de este libro. No en vano, sirva el diagnóstico que hizo Julian Symons de la obra de JFB (a modo de información para el interesado): "Bardin se adelantó a su tiempo. Su obra no pertenece al mundo de Agatha Christie, sino al de Patricia Highsmith o incluso al de Edgar Allan Poe".
Y no resulta exagerado, no han sido pocos los que han detectado en las historias del escritor nacido en Cincinatti reminiscencias del universo surrealista, en su vertiente más contemporánea, con que heló el aliento de tantos lectores el autor de Baltimore, de manera que Bardin está considerado como uno de los receptores más respetuosos, fieles y honestos -pero también osado- del legado de Poe. Porque uno sostiene el libro de Bardin y clava la mirada en él y lee sus páginas de la misma manera con que se sigue De entre los muertos. De haberlo hecho alguien, sólo el maestro podría haber llevado a la pantalla las neurosis de los personajes creados por John Franklin Bardin. Pero Alfred Hitchcock ya no puede hacerlo. Y sólo se me ocurre un nombre: David Lynch.
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