"Hay que terminar con los guetos en la música"
Pedro Rojas Ogáyar. Guitarrista
El músico jiennense, afincado en Sevilla, presenta con su primer disco, 'Excepciones', un paseo por un siglo de guitarra, que conecta a Falla con Carretero.
EXCEPCIONES. Pedro Rojas Ogáyar, guitarra. La Mà de Guido (Sémele).
Pedro Rojas Ogáyar (Jaén, 1984) llegó a Sevilla para estudiar con su paisano Antonio Duro, que enseña en el Superior hispalense. Se trazó después un triángulo entre Málaga, Madrid y Berlín, buscando a los profesores que le interesaban, Marco Socías, Pablo Sainz Villegas y Nora Buschmann, respectivamente. "Fueron tres años muy locos de viaje. Cogí en Sevilla la base, la esencia pedagógica de Antonio. Pero desde el punto de vista profesional, el contacto con Pablo fue espectacular, porque fue quien me dio las claves esenciales de nuestro trabajo. Con Marco la experiencia fue casí mística porque él es pura música. Y Berlín me sirvió para darme cuenta de que para ser músico es necesario subirse a un avión. Si te quedas en tu ciudad, no haces nada".
-Luego empieza la vida real del guitarrista. ¿Cómo la vive?
-De repente te encuentras en un... gueto, no sé, siempre me sale esa palabra, digamos un círculo cerrado de festival de guitarra, concurso de guitarra, composiciones para guitarra, público guitarrístico, y ese no es mi perfil. Yo quería acercarme a la vida de un músico profesional, no hacer la vida del guitarrista típico. Quería conocer a otros compositores, otros intérpretes, hacer música de cámara...
-No es el primer guitarrista que se queja de eso mismo.
-Normal. Es además un círculo cada vez más grande, que va absorbiendo a más gente. Yo trato de poner mi granito de arena para que eso se vaya diluyendo. En época de Tárrega ya era así, círculos guitarrísticos casi sectarios. Fue Andrés Segovia quien dio la voz de alarma y rompió ese esquema llevando a la guitarra al gran teatro, a convivir con el público de la orquesta. Parece que la guitarra tiene tendencia a cerrarse sobre sí misma. Creo que se debe sobre todo a una falta general de riesgo, tanto en la búsqueda de nuevos repertorios como de compañeros para tocar.
-Usted decide apostar por la música del último siglo...
-En eso la influencia de Antonio Duro es evidente, pero también es un gusto personal. Como oyente, prefiero lo antiguo y lo contemporáneo al repertorio clásico-romántico, que me satura. Cuando empiezo mi vida concertística mis programas tiran hacia el siglo XX y además siempre hay muchos compositores españoles.
-Y por eso nace este CD, que va de Falla a Alberto Carretero.
-Partiendo del Homenaje de Falla, quería seguir a grandes compositores españoles del siglo XX que en algún momento se fijaron en la guitarra pero sin ser ellos ni guitarristas ni autores que escribieran muchas obras para guitarra. Por ejemplo, Benet Casablancas, Premio Nacional de Música, que en un momento determinado se fija en la guitarra, pues esa obra la quiero. O Roberto Gerhard, que tiene dos o tres cositas... Estilísticamente el disco no tiene una unidad, y esa es su riqueza, porque muestra que el siglo XX ofrece una extraordinaria riqueza de posibilidades y nos permite ver cómo cada compositor va adaptando su lenguaje personal al instrumento. Y como culmen de todo, quería presentar un estreno. En el siglo XX ha sucedido esto, y en el XXI tenemos este compromiso. Conocí a Alberto Carretero, que tenía interés por el instrumento, pero nunca había compuesto para él. Y eso me atrajo mucho.
-¿Y no es el de la música contemporánea otro gueto?
-Claro. Además del endogámico mundo de la guitarra, me encuentro con el endogámico mundo de lo contemporáneo. Y aquí sí que tengo que trabajar duro. A todos los compositores a quienes presento el disco me dicen que es muy clásico, que es siglo XX, no contemporáneo. El público en cambio me dice que es muy moderno. Y no digamos ya los programadores, para los que es contemporánea pura. Ésta es la gran lucha que tengo ahora.
-Un doble gueto del que salir.
-Sí, pero a mí lo que más me está sorprendiendo es la reacción del público. Son los compositores, los programadores los que me ponen la etiqueta. Al público le parece una música moderna, pero entiende el disco, la evolución del repertorio, y cuando llega el estreno ya no choca. En los conciertos, yo voy presentando las obras una a una y los espectadores no tienen problema en seguir la evolución. Se dan cuenta de que empezamos con un lenguaje tonal y cuando llega Sánchez Verdú estoy explorando el instrumento. O con Carretero, que me hace tocar con un slide toda la obra, me anula un dedo, incluso incluye un elemento escénico, que me hace tocar con el instrumento casi en vertical. El público ve esa línea y entiende mi compromiso con este repertorio.
-En la misma línea crea junto al clarinetista Gustavo Domínguez el Proyecto Ocnos, ¿cuál es su objetivo?
-Coincidíamos en nuestro interés por la música contemporánea, pero nos dimos cuenta de que a Sevilla el siglo XX no ha llegado como debiera. Aquí hay unos grupos importantes, Taller Sonoro, Zahir Ensemble, que hacen divulgación de lo contemporáneo desde arriba. Presentan sus estrenos, pero el público no es capaz de entender cómo se conecta eso con el pasado más reciente. Y nos dijimos que teníamos que presentar esta música de otra manera, con cariño, con hilos conductores potentes, contando historias, siendo imaginativos, rompiendo la idea tradicional del concierto, actuando en salas pequeñas, con programas que se expliquen, donde podamos tomarnos una copa y charlar con la gente para conocer directamente las impresiones del público...
-¿Cómo valoran los dos primeros ciclos en la Fundación Valentín de Madariaga?
-El balance es positivo, hemos conseguido que la gente que va a nuestros conciertos luego nos siga, y eso nos encanta. Pero estamos en un punto delicado. No es que hayamos perdido la ilusión, pero sí tenemos una visión más realista de la situación. Queremos traer el ciclo al centro de la ciudad. Y necesitamos algo más de apoyo institucional. Por otro lado, empezamos a recoger algunos frutos. Ahora participamos por fin en algunos festivales, en Salamanca, Madrid, Pamplona, con dos programas diferentes, Espadaña y Marsias. Este segundo lo grabamos y está a punto de salir en disco.
-¿Los objetivos no han cambiado?
-Para nada. Seguimos queriendo romper con los prejuicios hacia lo contemporáneo, con la barrera del escenario y las normas más rancias de protocolo. Hay que terminar con los guetos en la música. Hay que convencer sobre todo a los programadores, al gran teatro, que si no llevas a los clásicos de los clásicos, no te contratan. No arriesgan. Y da mucha rabia, porque el público se está perdiendo una gran cantidad de repertorio.
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