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La cultura silenciada
chiquetete. cantante
En la portada de La magia de una voz, el nuevo disco de Chiquetete, se ata el nudo de la corbata con la misma ceremonia con que se atusa el pelo y se arregla la camisa para la fotógrafa de este diario. Un gesto espontáneo con el que expone rápidamente su condición de artista y que lo ubica, sin querer, en la añorada generación de los grandes éxitos a doble cara. Entonces, allá por los 80, en plena efervescencia de la Movida, Antonio José Cortés Pantoja llenaba los grandes teatros con baladas de inconfundible eco lastimero, canciones como Esta cobardía, Volveré o Gitano soy que, con los años, se han convertido en himnos de un flamenco retro que muchos recuerdan con nostalgia y con las que este crooner del Tardón coleccionó discos de platino e incluso llegó encabezar en Estados Unidos el podio de Billboard.
-¿Por qué un disco ahora?
-Bueno, aunque digan que los discos ya no dejan dinero, los artistas necesitan una tarjeta de presentación. A mí me apetecía volver y recordar temas míos que grabé hace 20 o 30 años pero que quedaron eclipsados por los éxitos. Aquí está Y no sé nadar, una canción preciosa que gusta mucho a los rockeros, Dibuja un corazón o Madre Manuela, una nana en la que canta mi madre a sus 93 años; fue muy emotivo porque no sabía que la estaban grabando y se le oye decir que canta mejor que yo [risas].
-Éste es un trabajo alejado ya de la vorágine del triunfo... ¿Cómo recuerda aquella época?
-Con mucho cariño y mucho agobio. Antiguamente las cosas eran muy distintas. A las presentaciones de los discos venían 30 o 40 compañeros, luego tres hacías meses de promoción, ibas a América... Era un continuo baile en el que todo el mundo se ponía al lado a hacerte palmas, pero el único que no podía parar eras tú. Había momentos en que lo único que pedía era tirarme yo solo diez minutos en un sofá. No se puede ir tan rápido porque las consecuencias las pagas tú. Muchas veces no sabía ni dónde estaba cantando.
-¿Le compensó?
-Por supuesto. De cargar camiones para la frutería pasé a ver un mundo que ni siquiera sabía que existía. ¡Gané un Grammy sin tener siquiera casa de discos en América! Hoy me paro a pensar y no me lo creo. Cuando me llamaron, creía que era broma. Me dijeron: "¿Va a venir por el premio o no?". Y fui a recogerlo con una vergüenza grandísima.
-¿Por qué se puso a cantar canciones después de ganar el Premio Antonio Mairena y triunfar en festivales flamencos?
-Sinceramente, nunca lo pensé. Pero un día llegué a Madrid, le enseñé a Paco Cepero los tangos y las bulerías que llevaba y me dijo que tenía otra cosa para mí. Me puso una canción y yo le dije que eso no era capaz de hacerlo. Me dijo que lo mirara a la cara y lo siguiera, y mientras él cantaba sin voz yo cantaba. Y así grabamos el primer disco. Él es el culpable de ese cambio que sin duda fue para bien, porque me hice un artista de talla internacional.
-Tan internacional que Pulpón lo llevó hasta Guantánamo...
-[Risas] Es una de las cosas que recuerdo con más cariño, y eso que la llegada fue muy dura. Primero nos tuvieron tres días en Jamaica, donde había mucha miseria y uno tenía que andar con cuidado. Luego, llegamos a Guantánamo y resulta que los americanos se estaban pegando tiros en la frontera con los cubanos a cuenta de un problema con el agua.
-¿Pero llegó a cantar?
-Claro. Me decían: "Antonio, tú no les eches cuenta que aquí se pelean todos los días, esto es normal. Tú no te preocupes si escuchas algún tiro... y a cantar".
-Por cierto, ¿el flamenco le ha perdonado su giro musical?
-No me lo va a perdonar nunca. Yo estaba en un momento superdulce y de repente empecé con eso de "tú y yo, volando en una nube...". Claro, se preguntaban qué me había entrado. En las críticas pasé de ser un hombre que no fallaba nunca a tener más faltas que nadie: que si tenía muy poca vergüenza, que cómo podía cantar sevillanas... Estaban dolidos, decían que se había perdido un cantaor. Pero no fue así. Más bien le hice un gran favor al flamenco porque en mis shows siempre seguí cantándolo.
-¿Echaba de menos lo jondo?
-En los festivales de entonces estaban Camarón, Fosforito, Juan Villar, Lebrijano, José de la Tomasa, Rancapino, El Chozas... Éramos 50 figuras y hoy sobran dedos de la mano para contarlas. También porque ahora los políticos se han metido a empresarios.
-¿Piensa que hoy se canta peor?
-No me gusta ser catastrofista porque hay gente que suena muy bien. Pero por desgracia se ha limitado el círculo a personas muy afines a cosas que no son el cante. Ya no te dejan elegir. Vas por ahí y ves a gente que no está nunca en ningún cartel. Hoy en este país cantar bien es un delito. Hay que cantar mal, tener buenas hechuras y ser amigo del amigo.
-¿Qué le aconseja a quienes están empezando ahora?
-Que se dejen de aprender tantos cantes. Tienes que hacer lo que te guste, estudiar a los grandes y darle tu forma. Por muy bien que cantes, no vas a mejorar a Pastora Pavón. Antes todos teníamos un estilo, pero ahora cantan como un pato mareao. Lo que te piden es que tengas mucha voz y pegues muchos chillíos, pero al final lo que triunfa es la calidad. Tienes que tener personalidad.
-¿Merece usted un sitio más destacado?
-He sido alguien en la música, no porque lo diga yo sino porque lo dicen muchas generaciones. No es fácil ser figura durante 60 años. La gente se acuerda de Marchena o Mairena, gente de ese calibre, y yo estoy ahí. Eso es lo que me da fuerzas; si no, viviría tranquilo con la paguita que me ha quedado. Estar en la Bienal, por ejemplo, a mí no me interesa en absoluto. Eso es para Poveda o Arcángel...
-¿Qué le interesa entonces?
-Tengo tantas inquietudes que me desvelo muchas noches. A mi edad, 70 años, tengo que hacer ya dos cosas importantes. Una es una antología de dos o tres discos de flamenco. Volver a mi raíz porque nunca soy tan feliz como cuando canto flamenco. Quiero hacer un disco que quede ahí, y para que los jóvenes sepan quién es Chiquetete. Y también despedirme de toda España y de Hispanoamérica, porque allí me adoran.
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