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Artes Escénicas
'El público'. Teatro Lope de Vega. 1, 2 y 3, 7, 8 y 9 de abril. Entradas entre los 4 y los 21 euros
Aunque el nombre de Teatro Clásico de Sevilla podía haberles condenado al (fabuloso) repertorio de "lo que ya sabemos, el Siglo de Oro, Lope, Calderón, Shakespeare", apunta el actor y productor Juan Motilla, los integrantes de la compañía decidieron ir más allá y abordar también textos más recientes que poseían el marchamo de lo incontestable. Así, llevaron a escena una aplaudida versión de Luces de bohemia, de Valle-Inclán, y ahora se atreven con la obra más radical, libre y enigmática de Federico García Lorca, la pieza que el poeta granadino escribió desde el fuego interno que le abrasaba las tripas, El público, un montaje que se estrena este viernes en el Teatro Lope de Vega de Sevilla y que se podrá ver hasta el día 9.
Motilla cuenta divertido que Alfonso Zurro, director y dramaturgo del proyecto, "no quería hacer un Lorca normal, de mujeres confundidas y estériles", y que se "emocionaron" cuando leyeron El público, precisamente la obra que su autor escribió, entre 1929 y 1930, entre Nueva York y La Habana, como una rebelión a una trayectoria en la que se había sometido al gusto de los espectadores, un giro en el que brindó una descarnada reflexión sobre el teatro, el amor y la vida que sigue siendo pertinente hoy. "Era una propuesta muy complicada", reconoce Motilla, por el imaginario surrealista y su lirismo enemigo de la lógica, "pero estamos aquí para echarle valor a las cosas", dice sobre la producción más "arriesgada" de Teatro Clásico de Sevilla, con nueve actores en escena y una sofisticada y abstracta puesta en escena.
La productora Noelia Díez recuerda que el mismo Lorca calificó de "irrepresentable" su creación, "y por eso pocas compañías se han atrevido con El público", donde se defiende "el teatro de verdad, el teatro bajo la arena". La relectura que han hecho de la pieza, prosigue Díez, "se basa en la belleza, en la belleza del texto y de las situaciones que plantea".
Para Zurro, asistir a una representación de El público puede sacudir las nociones que el espectador tenga del hecho escénico. "Yo hago una comparación al respecto: es como si alguien se pasa la vida yendo al Museo del Prado y ése es todo el arte que conoce. Y un día va a la pinacoteca y descubre que han cambiado las obras, que han puesto las del Reina Sofía, y si entra a la sala de Las Meninas se encuentra con el Guernica, y se pregunta: ‘¿Esto qué es?". Lorca, en sintonía con la vanguardia de entreguerras, siguiendo la estela del espíritu rompedor que encarnaron el Ulises de Joyce o la pintura de Picasso, "no hace concesiones al público, lo que es toda una paradoja dado el título. La genialidad de Lorca, que ya se aprecia en sus tragedias rurales, aquí alcanza su máximo".
Zurro, que recordó que la obra no se publicaría en España, entre otras razones por su retrato sin rodeos del amor homosexual, hasta la llegada de la democracia y no se representaría por primera vez hasta 1986, en una versión de Lluís Pasqual, considera que El público se recibe "como una bofetada, un desconcierto", un impacto que se agradece cuando "a los espectadores se lo solemos dar todo masticadito, se les lleva de la mano para que no se pierdan. Ahora no se buscan los límites, no se arriesga", lamenta el autor de esta versión. "Sabemos que una propuesta así genera confusión, pero si quien la observa tiene un poco de sensibilidad quedará fascinado por la belleza, se va a dejar arrastrar como por un río que le llevará a lugares a los que no solemos llegar", anticipa.
Curt Allen Wilmer, encargado de la escenografía y el vestuario junto a Leticia Gañán, cayó subyugado por el encanto inaprehensible de El público las 15 veces que la leyó, "algo que no había hecho nunca antes. Y la historia es que siempre encontraba algo nuevo", revela el escenógrafo, que gastó "un cuaderno entero con conceptos diferentes" para el espectáculo y pasó de plantear espacios cerrados y unos parámetros más realistas a una visión más abstracta con "velos" y "transparencias que creo que ayuda a los actores", un trabajo que recicla también restos de montajes anteriores como La estrella de Sevilla y Hamlet.
Como iluminador, Florencio Ortiz adoptó como máxima la definición de "poema para ser silbado" que Lorca otorgó a El público. "Esa ha sido la dirección que he seguido, así había que iluminarlo", expone el profesional, aunque expresa sus dudas de inmediato. "¿Cómo se hace eso? En otros textos de Lorca lo que ocurre dentro de la escena puede suceder fuera. Si es de día, si es de noche, todo tiene su correspondencia en la vida. Pero aquí todo posee una lógica interna, pero no se puede llevar fuera. Yo pienso en este espectáculo como en un baile, como en un cuadro que hay que terminar de pintar. Ha sido como iluminar un montaje de danza más que de teatro, he tenido otra libertad para construir y destruir. En los ensayos de otras obras se te ocurren ideas, pero te dices: No, eso no juega a favor del conjunto, y tienes que renunciar. Pero aquí no, esto es otro lenguaje y otra forma de trabajar. Aquí todo es posible".
Juan Motilla, en el papel del Director que va quitándose sus máscaras ante el auditorio, encabeza un reparto que se completa con Lorena Ávila, Luis Alberto Domínguez, Santi Rivera, Raquel de Sola, Íñigo Núñez, Piermario Salerno, Jose María del Castillo y Silvia Beaterio. "Es el personaje más complejo que he hecho en mi vida", admite Motilla. "En otras ocasiones tienes un arco dramático que va de un punto a otro, tu personaje empieza feliz y acaba triste porque ha ocurrido algo, pero aquí no se da eso. Incluso soñando le doy vueltas a cómo debo enfocar algún momento. Al no tener una lógica, es muy difícil aprenderse el texto, memorizarlo", analiza, aunque quizás por todos los desafíos "también es el trabajo del que estoy más satisfecho". Lorca no se equivocaba: en ese teatro bajo la arena está la verdad que nos interpela y nos define.
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