Del taller de Bolaño
Anagrama publica otra novela hasta ahora desconocida del malogrado autor chileno, de quien se anuncian nuevos inéditos en una sucesión que comienza a ser inquietante
Los sinsabores del verdadero policía. Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 2010. 326 páginas. 19,50 euros.
Puede que el goteo de títulos más o menos inéditos e inconclusos de Roberto Bolaño no contribuya demasiado a alterar -ni para bien ni para mal- el merecido lugar de honor que el autor chileno ocupa en la narrativa contemporánea de lengua española, pero para los fieles devotos de Bolaño, que son legión, la aparición de un libro desconocido será siempre una buena noticia. Apenas unos meses después de la publicación de otro inédito, la novela El Tercer Reich (2010), Los sinsabores del verdadero policía se suma a una lista de títulos póstumos que comenzó con la extraordinaria pentalogía 2666 (2004), considerada por muchos -junto a Los detectives salvajes (1998)- su obra maestra, siguió con el volumen de artículos Entre paréntesis (2004) e incluye otras dos recopilaciones, una de relatos y fragmentos titulada El secreto del mal (2007) y otra -sólo parcialmente inédita- de poemas, La Universidad Desconocida (2007). Ello es que los discos y carpetas de Bolaño llevan camino de igualar, al menos en lo que se refiere al número, el famoso y formidable baúl de Pessoa.
"La obra entera de Roberto Bolaño -decía el crítico y primer albacea literario del autor, Ignacio Echevarría, en la nota preliminar a la penúltima de las obras citadas- permanece suspendida sobre los abismos a los que no teme asomarse. Es toda su narrativa (…) la que aparece regida por una poética de la inconclusión". Ello se aprecia muy claramente en los finales abiertos, pero también en el carácter desestructurado de muchas de sus narraciones. En el solvente y recomendable prólogo a Los sinsabores, Juan Antonio Masoliver Ródenas va todavía más lejos al hablar de "una escritura visionaria, onírica, delirante, fragmentaria, y hasta se podría decir que provisional", añadiendo que "en esta provisionalidad está la clave de la aportación de Roberto Bolaño". Es una explicación plausible, pero no basta para alejar del todo la impresión de que ha sido expresamente concebida para justificar la estructura difusa -mucho más precaria que la de El Tercer Reich- de una obra claramente inacabada.
Por las páginas de esta novela restituida desfilan escenarios y personajes -Amalfitano, su hija Rosa, Arcimboldi- ya conocidos de los lectores de Bolaño, que comparecían en sus dos obras mayores o en títulos como Estrella distante (1996) y Llamadas telefónicas (1997). Según afirma la viuda del escritor, Carolina López, en una Nota editorial donde se nos explica el proceso de reconstrucción, la novela fue iniciada en algún momento de los años ochenta, esto es, en los comienzos de la carrera literaria de Bolaño, que como es sabido empezó a publicar tardíamente. Es la misma década de El Tercer Reich y de las luego recuperadas Amberes, Monsieur Pain o La pista de hielo. Ya afincado en España, el chileno intentaba encontrar su estilo, como todos los escritores que empiezan, pero lógicamente tardó un tiempo en lograr una obra tan acabada como Los detectives salvajes. La cuestión es cuántos de esos libros anteriores -Amberes, por ejemplo, que contiene pasajes muy hermosos, no pasa de ser un entrañable autorretrato lírico de la prehistoria- fueron o están siendo rescatados por razones ajenas a la literatura o a la estima literaria que de ellos tenía Bolaño.
Consta por la correspondencia que el propio autor calificaba esta novela, acaso irónicamente, como "un enredo demencial que no hay quien lo entienda". En otro lugar afirma, explicando de paso el sentido de uno de sus títulos menos memorables: "el policía es el lector, que busca en vano ordenar esta novela endemoniada". Son palabras que justifican el modo peculiar en que Bolaño -no sólo aquí- ordenaba sus materiales narrativos, pero que no aclaran la cuestión crucial y ya irresoluble de hasta qué punto pensaba llegar el autor -o cuánto le quedaba, o incluso si seguía pensando en continuar unas historias que había aprovechado en otros libros- en su propia configuración de la obra. La verdad es que tanto en esta novela como en la anteriormente rescatada se echa en falta el aval que suponía la firma de Ignacio Echevarría, distanciado de la viuda de Bolaño desde la edición de El secreto del mal y que tal vez -acaso lo explique en el libro que prepara sobre la vida y obra del chileno- no se mostrara muy dispuesto a continuar la exploración incesante.
Desde luego, el dudoso agente póstumo de Bolaño, Andrew Wylie, famosamente apodado el Chacal, sabe lo que se hace, pero sus expertos manejos no deberían hacernos perder el norte. Los sinsabores del verdadero policía es un libro interesante y de estilo claramente reconocible, que los lectores disfrutarán con tanto más placer cuanto mayor sea su grado de conocimiento de la obra canónica del chileno. Es también un libro fresco, audaz, seductor, inteligente y desenfadado que puede relacionarse con los títulos citados y en general con la singularísima propuesta literaria de un escritor inmenso. Ahora bien, parece cuando menos exagerado afirmar que su restitución supone un reencuentro -lo es, en cierto modo, pero por razones menores- con el mejor Bolaño.
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