Sunset Coppola: el crepúsculo del dios

Megalópolis | Crítica

Una imagen de 'Megalópolos', la excesiva última apuesta de Coppola.
Una imagen de 'Megalópolis', la excesiva última apuesta de Coppola. / Lionsgate

La ficha

● Megalópolis. Ciencia-ficción, EE UU, 2024, 138 min. Dirección y guión: Francis Ford Coppola. Música: Osvaldo Golijov, Grace VanderWaal. Fotografía: Mihai Malaimare Jr. Intérpretes: Adam Driver, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Jon Voight, Laurence Fishburne, Dustin Hoffman, Talia Shire, Jason Schwartzman. 

Es desagradable despedir a un genio del cine cuando su última película está muy por debajo de sus gigantescos logros. Fue el caso de Hitchcock con La trama, de Fellini con La voz de la luna, de Wilder con Aquí un amigo o de Berlanga con París Tombuctú. Pero el de Coppola es peor. Estos directores habían rodado poco antes obras maestras o valiosas -por el orden en que los he citado: Frenesí, Y la nave va, Primera plana y Todos a la cárcel- mientras que el genio de Coppola se fue eclipsando gradualmente tras Apocalypse Now (1979), el injusto batacazo de su siguiente producción, la hermosa Corazonada (1982), y las posteriores Rebeldes y La ley de la calle (ambas de 1983). A partir de ahí su declinante filmografía solo presentó películas interesantes en las que aún eran perceptibles destellos de su genio (Cotton Club, Tucker, Drácula de Bram Stoker), correctas (Jardines de piedra), fallidas (Peggy Sue se casó, Jack) o desastrosas hasta lo grotesco (El Padrino III, que llega a parecer una parodia al estilo de las de Abrahams y los hermanos Zucker a la que solo le faltaría Leslie Nielsen). La dignamente artesanal Legítima defensa fue, en 1997, su última película interesante, aunque por debajo de su genio. Tras ella vinieron las fallidas y pretenciosas El hombre sin edad (2007), Tetro (2009) y Twixt (2011) que casi ni se distribuyeron.

Es un misterio sin precedentes en la historia del cine qué fue del talento del prometedor joven que ganó un Oscar por su guión de Patton (1970) tras ganarse el primer aprecio crítico como director con la divertida y pop Ya eres un gran chico (1966) y la excelente y conmovedora Llueve sobre mi corazón (1969, Concha de Oro en San Sebastián) -con el batacazo de El valle del arco iris (1968)- entre ellas para estallar, cogiendo a todo el mundo por sorpresa, como un genio con El padrino (1972) a la que siguieron las igualmente magistrales La conversación, El Padrino II (ambas de 1974) y Apocalypse Now (1979). Tras estas cuatro películas que lo convirtieron en uno de los dioses del cine, vino el declive y el eclipse del genio que afectó negativamente incluso a una de sus obras maestras: los nuevos montajes de Apocalypse Now de 2001 y 2020 la dañaron gravemente al incluir secuencias que restaban mucho más que aportaban. Ahora este eclipse iniciado en 1983 culmina con Megalópolis, un proyecto que acaricia hace 40 años, en el que ha trabajo intensamente dos décadas, que ha tenido 300 borradores de guión y en el que ha invertido parte de su fortuna personal. Para nada, desde el punto de vista cinematográfico. Salvo para su propia satisfacción, lo que desde luego siempre es importante.

Megalópolis es una retro distopía que se proyecta a la vez hacia un futuro inconcreto de caída del imperio americano u occidental capitalista y un pasado concreto, el de la decadencia del imperio romano -él la ha definido como “un peplum moderno en los Estados Unidos actual”-, con un tono que puede recordar los despropósitos filosófico-novelísticos de El manantial -cuyo personaje principal es un arquitecto en lucha con un entorno mediocre y corrupto- o La rebelión de Atlas de Ayn Rand. Una de las frases más conocidas de El manantial afirma que “el ego del hombre es el manantial del progreso humano”. Coppola debe creerlo a pie juntillas y esta película es la explosión de su ego no controlada ni por la razón ni por el genio.

Es de valorar que un anciano se tire al vacío sin red en fidelidad a su concepto del cine, pero el paracaídas no se abre

Quien tuvo retuvo, desde luego, y hay imágenes poderosas e ideas visuales interesantes. Pero son arrolladas por la simpleza argumental y la ramplona obviedad ideológica, manifestada tanto en los pomposos diálogos, las citas históricas y literarias, los guiños cinéfilos desde Abel Gance y Lang a Fellini y hasta los nombres de los protagonistas -Cesar Catilina, Franklyn Cicero, Julia Cicero, Hamilton Crassus- interpretados con desmesura por Adam Driver, Giancarlo Espósito, Nathalie Emmanuel y Jon Voight secundados por un tan lujoso como desorientado reparto. Y por una imaginería kitsch pomposamente barroca, ampulosamente colosalista y elementalmente simbólica con abuso de efectos digitales.

Es de valorar que un anciano se tire al vacío sin red en obsesiva fidelidad a su intuición artística y su concepto del cine. Pero el paracaídas de su genio hace mucho eclipsado no se abre. Y se estrella. La sensación final que deja, penosa dada su grandeza pasada, es la de Norma Desmond bajando la escalera en el final de El crepúsculo de los dioses, convencida de que vuelven sus días de gloria. Como ella, Coppola debe pensar “yo soy grande, son las películas las que se han hecho pequeñas”.    

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