El sueño de piedra

La escultura | Crítica

Alfaguara publica, ilustrado con dibujos del propio autor, un relato póstumo de Günter Grass, La escultura, en el que fabula sobre la vivificación de la estatua de Uta von Ballenstedt, belleza legendaria del siglo XI, que se halla en la catedral de Naumburgo

Imagen del Nobel alemán Günter Grass (Dánzig, 1927 Lubeca, 2015)
Imagen del Nobel alemán Günter Grass (Dánzig, 1927 Lubeca, 2015)
Manuel Gregorio González

30 de marzo 2025 - 06:00

La ficha

La estatua. Günter Grass. Trad. Carlos Fortea. Alfaguara. Barcelona, 2025. 80 págs. 16,90 €

El lector conoce sin duda la vieja ensoñación humana según la cual la piedra esculpida pudiera cobrar vida misteriosamente. Esa inquietud secular es la que duerme, por ejemplo, en el Pigmalión de Ovidio. Pero también en el recelo iconoclasta que conforma las religiones del libro. El sueño de piedra es, pues, aquella nostalgia de la carne que el hombre adivina en la escultura; y junto a ella, como temor reflejo, aquella amenaza de la petrificación que se abate sobre ciertos personajes de la Biblia. Este mismo castigo, las ciudades petrificadas, aún lo descubrió con inquietud el XVIII europeo en las primeras traducciones de Las mil y una noches. Es Plinio el Viejo, en todo caso, quien da noticia de individuos enamorados de alguna escultura célebre durante la paganidad. Un hecho similar, ya sin los dramatismos del mundo antiguo, es el que se recoge en este breve relato fantástico de Günter Grass, publicado póstumamente.

Grass juega con la vieja posibilidad de que una estatua adquiera carne mortal

La escultura que protagoniza La estatua es aquella que figura, en el ábside de la catedral de Naumburgo, a Uta von Ballenstedt, esposa del margrave Ecardo II y fundadora del templo en la primera mitad del siglo XI. Focillon, en su estudio sobre La escultura románica, hablaba de que los cuerpos de dichas esculturas “aún se hallan inmersos en el sueño de la materia”. No ocurre así con esta Uta del Maestro de Naumburgo, cuya factura es de mediados del XIII y ha tomado ya, por tanto, soberbia posesión del aire circundante. Como hemos dicho, Grass juega con la posibilidad de que Uta adquiera carne mortal, descendida de su peana, y atraviese los siglos con ligereza. ¿No hemos leído en Bécquer y otros muchos autores del XIX ese anhelo de la piedra dormida, cuyo silencio es preludio del gozo y llave de un misterio? No obstante, la Uta que persigue el protagonista de La estatua no es tanto una piedra enamorada, que cobra vida, a la manera de La Venus de Ille de Merimée (aunque también sea portadora de la muerte), como la vivificación de una fuerza de naturaleza equívoca o infausta. Piénsese en el becerro de oro, cuya adoración adivina Moisés desde el monte Sinaí, y el caudal de sangre que traerá cuando el patriarca descienda.

Grass, por otra lado, mediano dibujante, ofrece algunos esbozos de esta nueva y viajera belle dame sans merci,en las formas en que la imaginó en Nobel germano.

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