El sudor y la furia

Crítica 'Que Dios nos perdone'

Antonio de la Torre y Roberto Álamo, en 'Que Dios nos perdone'.
Manuel J. Lombardo

30 de octubre 2016 - 05:00

QUE DIOS NOS PERDONE. Thriller, España, 2016, 125 min. Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Guión: R. Sorogoyen e Isabel Peña. Fotografía: Alejandro de Pablo. Música: Olivier Arson. Intérpretes: Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Mónica López, Luis Zahera, Rocío Muñoz-Cobo, José Luis García Pérez.

Corren buenos tiempos para el thriller criminal y policíaco nacional, convertido en nueva fórmula de género al rescate de la industria y el público adulto en tiempos blandos, sensibleros y de imitación.

Que Dios nos perdone se nutre de esquemas conocidos (la pareja de policías con sus respectivos traumas personales, la investigación de un crimen y la persecución de un asesino violento, el ambiente chusco de comisaría) para llevarlos a un territorio urbano febril y pegajoso que debe buena parte de su efectividad a una puesta en escena vibrante y convulsa que supura credibilidad realista.

La cámara de Sorogoyen (Stockholm) se mueve, tiembla y escruta, capaz de traducir la energía corporal del policía violento y atormentado que interpreta Roberto Álamo en el que sin duda es su mejor papel en el cine hasta la fecha. A su lado, el inspector frío, solitario, observador y tartamudo que encarna Antonio de la Torre, complemento de libro en los manuales del buen guionista, revierte escena a escena todas nuestras reticencias ante sus tics y su dibujo prefabricado.

Más allá del pretexto de la visita del Papa y las manifestaciones callejeras, argucia ambiental sin demasiado trasfondo político, Sorogoyen retrata un Madrid vivo, popular e insólito en el que encontrar a un asesino suelto puede ser tan difícil como dar con una aguja en un pajar. De igual forma, su película asume una crudeza explícita que intensifica aún más su verismo, a veces con un punto de exceso innecesario.

Que Dios nos perdone se debate empero entre su guión y su potencia visual y narrativa. El primero la conduce de manera eficaz, pero se sostiene demasiado en el azar y en dar la (pen)última vuelta de tuerca a los acontecimientos para mantener una tensión tal vez algo artificial. Sin embargo, la película no desfallece nunca, lanzada a una carrera desesperada, casi suicida, a la que tal vez no hubiera hecho falta añadirle una coda redentora.

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