Bollaín nos apunta al #metoo

Soy Nevenka | Crítica

Mireia Oriol y Urko Olazábal en una imagen del filme de Icíar Bollaín.
Mireia Oriol y Urko Olazábal en una imagen del filme de Icíar Bollaín.

La ficha

** 'Soy Nevenka'. Drama, España, 2024, 113 min. Dirección: Icíar Bollaín. Guion: Isa Campo, Icíar Bollaín. Fotografía: Gris Jordana. Música: Xavier Font. Intérpretes: Mireia Oriol, Urko Olazábal, Carlos Serrano, Ricardo Gómez, Lucía Veiga, Luis Moreno, Javier Galego, Font García.

En lo que va de Te doy mis ojos a esta Soy Neveka, Icíar Bollaín no sólo ha pasado de las formas sobrias del melodrama a un modelo narrativo y estético más propio de ciertas series de televisión, sino que ha cambiado también el acercamiento íntimo y hasta cierto punto complejo a la violencia de género en el seno de la pareja por una evidente simplificación superficial y didáctica al hilo de los tiempos y sus discursos oficiales donde es ya todo el patriarcado el culpable por acción, inercia u omisión de cada uno de los casos de abuso o acoso sexual.

La directora de Mataharis, El Olivo o Maixabel se sirve de una historia real, ya recreada por la literatura (Millás), el teatro (Goiricelaya) y una serie documental de Netflix, para insistir en unas premisas de agenda que se ajustan como un guante y sin resquicios a la retórica condenatoria, retroactiva y aleccionadora. En efecto, el caso de Nevenka Fernández, que llevó por primera vez a un político español a una condena y a una renuncia en 2002, sirve en bandeja las tesis de una violencia sistémica donde no sólo el acosador es el culpable sino la punta visible de un entramado de poder y corrupción (aquí además la carga es para el PP) donde concejales, funcionarios, secretarias, familia, vecinos y amigos también participan de la omertá o el descrédito para la mujer denunciante.

Porque Soy Nevenka circula siempre con piloto automático y a brochazos de obviedad y subrayado por todas las etapas (sabidas) del caso, se pone siempre del lado correcto e insiste en el trazo grueso de un acosador (Urko Olazábal) sin el más mínimo atributo en un entorno municipal degradado y siniestro que se quiere también trasunto de una determinada manera de hacer (mal) las cosas que mucho me temo debe seguir vigente.

A Bollaín no le interesan demasiado los matices ni la ambigüedad sino la claridad del mensaje, todo queda atado y bien atado desde el primer momento, la víctima es joven, frágil, inocente y lucha por su dignidad, el entorno es siempre hostil y violentamente masculinizado, la cámara se tuerce para generar más desasosiego subjetivo y llegado el momento culminante del juicio se pone la puntilla al ataúd de la masculinidad tóxica en todos los estamentos sociales, también el judicial. El objetivo está (estaba) cumplido. La estrategia cinematográfica para lograrlo es ya otro cantar.      

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