Sólida evanescencia

Alberto Cortés ha conseguido abrir de par en par la estrecha puerta que sólo deja entrar a un privilegiado por temporada. Poseedor de una identidad fulgurante, de un dominio poético, de un gracejo marica, de un mundo interior poblado de ensoñaciones homoeróticas y de una presencia escénica que se duplica cuando entona-canta sus propios versos ayudado por el reverb, este malagueño curtido en la perfomance, inclasificable en sus propuestas, presenta Analphabet, monólogo con un bellísimo prólogo musical a cargo del violín de Luz Prado que nos sumerge en un trabajo que demuestra que Cortés está encontrando un camino propio que aventura un excelente futuro.

El espectáculo, hermético, que respira por su vena andaluza, nos hace recapacitar sobre un fenómeno generacional que vamos observando a través de las creaciones de los considerados noveles artistas y que, a su vez, es celebrado como primicia por el público joven. 

Y no podemos evitar, viendo a Cortés, el recuerdo del Cernuda de “Yo, que no soy piedra, sino camino (...) muero de amor por todos ellos; les doy mi cuerpo para que lo pisen” O vemos al artista cantillanero Ocaña, que sin artificios formales, ahondaba en una verdadera filosofía marica ahora demasiado adornada.