"Hay un silencio total sobre el dolor que a veces significa ser madre"
Socorro Venegas | Escritora
Socorro Venegas explora en 'La memoria donde ardía', un conjunto de relatos breves de gran poso autobiográfico, la experiencia del duelo, la enfermedad y el sufrimiento a través de historias de niñeces y maternidades "incómodas"
Sevilla/En su primera visita al Museo del Prado, Socorro Venegas se sintió totalmente imantada por las pinturas negras de Goya. Jovencísimo como lo era también ella, su marido la acompañaba pero en aquel instante curioseaba en otras salas. A solas, hechizada ante el Perro semihundido, aquella mujer que disfrutaba de la feliz ligereza de la vida a los veintialgo no sabía, no podía saber, que poco después de aquel viaje ella enviudaría. Veinte años ha tardado Venegas en ser capaz de evocar –en el relato Pertenencias– aquellos minutos de extraña plenitud e hipnosis frente al enigmático perro goyesco, que para siempre quedó asociado en su memoria a la pérdida del compañero cuando la vida acababa de empezar.
De esta clase de experiencias –o "catástrofes interiores", como ella las llama– se nutre La memoria donde ardía (Páginas de Espuma), un libro macerado durante casi 20 años y de inspiración autobiográfica, en el que la escritora mexicana aborda en 19 relatos breves cuestiones "delicadas": la muerte, el duelo, la enfermedad, la maternidad conflictiva, el vacío que deja el amor cuando se esfuma... A estas inmersiones a pulmón en las noches oscuras del alma se entrega Venegas con vocación lírica –"soy una obsesiva lectora de poesía: busco un lenguaje esencial, imágenes exactas, decir mucho con poco, no perder intensidad"– y marcada inclinación hacia el extrañamiento y las atmósferas inquietantes: "Mis cuentos parten de situaciones realistas, pero a partir de ahí me gusta que a veces sucedan cosas que no sabe ya si son una metáfora, un símbolo o algo que de verdad está pasando. Me interesa la incomodidad, crear ciertos misterios, pero no para resolverlos, sino para preservarlos".
–¿Trata más este libro sobre el dolor o sobre la supervivencia?
–Cuando terminé el primer borrador, pensando en aquello que conectaba todas las historias, sentí que era un homenaje a los sobrevivientes. Es un libro sobre cómo en medio de un dolor muy profundo también puedes encontrar dentro de ti cierta belleza, la razón por la cual no saltas por la ventana. Pero también es un libro sobre el dolor, sobre cómo lo atraviesas y cómo te reconstruyes.
–"¿Estaremos hechos más de lo que olvidamos que de aquello que recordamos?". Así comienza el relato que da título al libro, y da la impresión de que esa frase es clave para entender su manera de concebir la relación con la propia memoria así como el propósito mismo de todos los cuentos de este libro...
–Sin duda. Todo cuanto olvidamos o decimos que hemos olvidado nos constituye de la misma manera que lo que sí elegimos traer al presente, a nuestra vida, aquello que seguimos relatándonos a nosotros mismos para explicarnos lo que hemos vivido. Eso se elige. Hacerse esa pregunta es muy importante si hablamos de escritura: en qué momento puedes sentarte a escribir si quieres hacerlo de algo que te ha ocurrido. Si se trata de una experiencia dolorosa, pienso que el momento en el que de verdad puedes escribir de ello es cuando por fin eres capaz de elegir cómo quieres recordar o cómo quieres contarte a ti mismo esa experiencia que explica lo que eres ahora. Eso también se decide y se elige en un momento dado. Y a eso me refiero cuando digo que a mí lo que me interesa, cuando hablamos de la experiencia del dolor, no es escribir sobre la herida, sino desde la cicatriz de esa herida.
–Todas las historias están protagonizadas por mujeres y niños. ¿Hay en esta elección algo que va más allá de una mera decisión narrativa?
–Quería mostrar específicamente la mirada de niños y mujeres porque a menudo son subestimados. Lo que yo principalmente hago en estos cuentos es seguir ciertas obsesiones, explorarlas literariamente, y por supuesto que hay en ellos también una mirada que con toda la voluntad del mundo quiere ser transgresora. Esto creo que queda muy claro en las historias sobre maternidades anómalas o incómodas, que quieren cuestionar eso que siempre nos han contado: que lo más maravilloso que le puede ocurrir a una mujer es ser madre. En las sobremesas se habla de a qué escuela llevas a tu niño, hay chats de padres para organizar fiestas de cumpleaños, pero en cambio hay un silencio total acerca del dolor que a veces significa ser madre.
–Retrata usted en varios relatos a mujeres, a madres que no quieren o no pueden aceptar a sus hijos. ¿Hay algún tabú más definitivo que ése?
–Imagínese, si ya es tabú hablar de depresión post-parto o de las mujeres que deciden no ser madres, como si no estuvieran queriendo cumplir con el papel que la naturaleza les asignó. En las presentaciones del libro muchas lectoras me están contando sus historias, y no pocas de ellas serían extraordinarios relatos. Hace poco, una de ellas se acercó, traía a un niño de la mano, de unos 9 o 10 años, y me dijo: Quiero que mi hijo escuche lo que le voy a decir. Cuando me preguntan cuál es mi máximo logro, digo que mi máximo logro no es haber sido madre, sino haber terminado mi doctorado. Ojalá las mujeres pudieran decir lo que piensan verdaderamente y no lo que socialmente sabemos que hay que decir para no ser juzgadas. Yo me hago preguntas acerca de todas estas cuestiones partiendo de los extremos, porque, para mí, la literatura funciona mejor cuando trabaja desde la anomalía dando voz a cuanto queda fuera de la norma.
–Hay muchas imágenes perturbadoras de esas madres conflictivas, pero no menos lo son las de sus niños: crueles, sometidos a grandes sufrimientos, plenamente conscientes de su mortalidad... ¿Por qué le interesaba explorar la niñez en esa dimensión tan enormemente dura?
–Suele verse a los niños como personajes menores, como si sus experiencias fueran menos importantes precisamente por ser más pequeños, y por eso muchos hablan de ellos con mucha condescendiente. Y por esta razón también, supongo, los adultos procuran con mucho empeño, y lo logran, olvidar la infancia, su propia infancia. Pero los niños no son seres menores, ni la infancia debería ser ese proceso llamado a ser olvidado y superado cuanto antes. Por eso me interesaba mostrar a los niños como inesperados y poderosos personajes capaces de ejecutar un destino. ¿Les pasan cosas durísimas en estos relatos? Sin duda. Pero yo creo que cuidar a un niño significa comunicarle, transferirle la complejidad del mundo, no ahorrársela ni subestimarlo pensando que no va a poder comprenderla. Desgraciadamente algunos niños llegan a esa comprensión empujados por situaciones vitales terribles, como la enfermedad, y entonces parecen incluso más maduros que los propios adultos. Dije antes que este libro es un homenaje a los sobrevivientes, y es cierto, pero he de decir que Los aposentos del aire, ese cuento concretamente, es un homenaje a una sola persona, a alguien que no sobrevivió, a mi hermano, que murió de cáncer con 9 años. Yo pensaba en cuánto me hubiera gustado que él se hubiera enamorado, que él antes de morir hubiera sabido o intuido lo hermosa que es esa experiencia, y eso es lo que exploro en ese cuento. Viví de primera mano toda su enfermedad, cómo pensaba él, qué sentía, cuánto sabía de lo que le pasaba pese a que los adultos se esforzaran en fingir que él no sabía... Por eso planteo en este libro infancias tremendas, siempre con niños que no son solamente en potencia, sino capaces de. Es decir, este libro no de esos en los que los niños se cuidan del lobo, aquí los niños son capaces de ser ellos mismos lobos.
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