Algo más que simplemente existir

Peter Heller propone en 'La constelación del perro' una aventura (existencial) entre la distopía y el 'western'.

Peter Heller (Nueva York, 1959), en su casa de Paonia (Colorado).
Peter Heller (Nueva York, 1959), en su casa de Paonia (Colorado).
Francisco Camero

25 de enero 2015 - 05:00

La constelación del perro. Peter Heller. Trad. Blanca Rodríguez y Marc Jiménez Buzzi. Blackie Books. Barcelona, 2014. 320 páginas. 21 euros.

"Es curioso cómo puedes pasarte la vida esperando sin saberlo (...) Esperando que empiece la vida de verdad. Quizá lo más real sea el final", dice Hig, Big Hig, el protagonista de La constelación del perro, un tipo al menos medio decente en un mundo jodido del todo, como masculla él mismo en otro pasaje de este libro que se publica ahora en español envuelto en la mayestática corona de halagos con la que fue recibido en 2012, cuando se publicó su versión original en inglés y empezó a hacer fortuna la coletilla "The Road con esperanza" que desde entonces se le ha venido aplicando.

Se entiende la (cómoda) referencia a la celebérrima novela de Cormac McCarthy (del que el propio Heller se confiesa admirador) por la tradición de ficciones post-apocalípticas que sin cesar aparecen en este presente espiritualmente exhausto. En ella se inscribe La constelación del perro, que recrea, desde esa autoconciencia -las alusiones a las madres comiéndose a sus hijos en Mad Max o al Antiguo Testamento, "la Parte en que la Cosa se Pone Chunga, pero Chunga de Verdad"...-, la historia con vocación de parábola de un tipo condenado a sobrevivir en un mundo devastado, violento, sometido a las despóticas leyes del miedo y anclado en un horrible e invariable presente perpetuo; porque para creer en la existencia de un futuro, para emplear las horas de nuestros esforzados días en algo más que simplemente existir -nos apropiamos por un momento del título de uno de los estupendos cuentos de Juan Bonilla- hace falta una clase de energía que se parece bastante a la fe.

Pero hasta ahí llegan las semejanzas con la obra de McCarthy, no sólo porque el imaginario, el tono y el estilo de éste sea mucho más duro (también en el plano existencial), sino sobre todo porque en el fondo lo que hace Heller es emplear ciertos arquetipos de las distopías literarias contemporáneas para construir una novela de aires clásicos, que le debe tanto al ethos del western y su sentido profundo del paisaje -la Naturaleza en toda su majestad, aplastantemente bella y con frecuencia hostil y cruel en su indiferencia-, como a los relatos de aventuras de Jack London o del Hemingway que correteaba al aire libre.

En un futuro impreciso pero clara y turbadoramente próximo, la Humanidad casi se ha extinguido por completo debido a una extraordinariamente agresiva mutación del virus de la gripe aviar. Big Hig es de los pocos supervivientes en su zona (en Colorado, en las faldas de las Montañas Rocosas), y lo es -uno de los supervivientes- en gran medida gracias a la rudeza de Bangley, un hombre áspero, hermético y de maneras algo brutales con el cual resiste en un pequeño fuerte junto a un pequeño y destartalado aeropuerto, comprometidos ambos en su alianza casi imposible pero totalmente necesaria para hacer frente a los imprevisibles y feroces ataques de otros humanos que aparecen por allí buscando comida como animales, dispuestos, como mínimo, a matar por ella.

Hig apenas tiene el consuelo de su viejo perro, Jasper, de un poemario (titulado, no casualmente, Morimos solos) que le regaló su mujer, fallecida a causa de la epidemia, y de los ocasionales vuelos a bordo de La Bestia, la cascada avioneta que milagrosamente sigue funcionando y gracias a la cual realizada preventivas incursiones de reconocimiento en zonas limítrofes. Hasta que se muere el perro. A partir de ese punto, avanzada la novela, ésta empieza a funcionar de otro modo, porque literalmente empieza a caminar hacia alguna dirección.

En concreto hacia otros horizontes, hacia quién sabe dónde. Espoleado por la desaparición del último ser que le recordaba lo que era la empatía, nuestro hombre dejará atrás a su hosco compañero, se montará en su avioneta agónica, casi sin reservas de gasolina, con nada -su vida- y todo -La Vida- que perder, desafiará al Destino. Será entonces cuestión de tiempo, dada su condición de relato de alma clásica, que aparezca una mujer; la pieza que termina de engrasar el motor de esta novela de prosa concisa, veloz y de intenciones a veces líricas, una historia donde la acción se impone a la reflexión, lo que no significa que no invite a pensar en cosas importantes para cualquiera: la lucha sobrehumana que implica no renunciar a la esperanza, los narcóticos efectos de la resignación y el conformismo, o la lenta pero segura muerte que supone vivir como islas desesperadas, rechazando la promesa de completarnos con el roce de los demás.

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