Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Entrevista
Pocos habrían apostado ante la aparición en 1989 de su primer libro, Zoom!, armado a base de jerga callejera y recorridos emocionales no precisamente edificantes, que Simon Armitage (West Yorkshire, 1963) iba a convertirse en uno de los poetas más reconocidos de Inglaterra. Pero así fue: el listado de sus galardones incluye su referencia como Poeta Laureado del Reino Unido y Comandante de la Orden del Imperio Británico. Considerado sucesor de Philip Larkin y Ted Hughes, Armitage ha sido profesor en Oxford y Princeton y actualmente ejerce como catedrático de Poesía en la Universidad de Leeds. Ahora, Impedimenta publica la primera antología del autor en castellano, una edición bilingüe al cuidado de Jordi Doce, responsable de la traducción y del jugoso prólogo, que, bajo el título Avión de papel, reúne una amplia muestra de veinticinco años de creación, entre 1989 y 2014. Irónico, lúcido e irreverente, Armitage es también un maestro en el noble arte de la conversación y así lo demuestra en esta entrevista.
-Avión de papel es su primera antología publicada en España. ¿Qué se siente ante la llegada de nuevos lectores en una lengua distinta?
-Todos los poetas escribimos para ser leídos. Contamos historias y lo hacemos para que eso que contamos llegue a otros. Eso sí, estos poemas fueron escritos en Yorkshire, en un mundo bien definido y concreto, y nunca tuvieron la aspiración de convertirse en ciudadanos del mundo. Que suceda eso me resulta excitante, pero no estaba previsto. De cualquier forma, es algo que yo, como autor no puedo controlar. Respecto a esta antología, he confiado absolutamente en el criterio de quienes la han editado y publicado. Al contrario que en otras ocasiones, donde sí ha habido un intercambio de información y de pareceres más o menos intenso, aquí he decidido no inmiscuirme. Y estoy absolutamente encantado con el resultado.
-¿Distingue usted un nexo común, un marco definido y reconocible en estos veinticinco años de escritura?
-El nexo común soy yo mismo. No hay otro. Es así de sencillo. Es cierto que en esos veinticinco años el mundo cambió mucho y esos cambios se filtran de manera irremediable. Uno no puede escribir desligándose del mundo. Pero creo que, por encima de esos cambios, lo que prevalece como argumento transversal es la mirada que como poeta puedes dirigir a ese mundo. Esa posición está en todos los poemas, del primero al último.
-La variedad formal de la antología es notable. Hay poemas en verso, en prosa, extensos, breves, de versos largos, cortos, libres y rimados. ¿Teme repetirse, o aburrirse, cuando escribe?
-No, esa variedad responde a la idea de que la forma que le damos al poema es importante. Tan importante como el contenido. Cuando pienso en un poema no atiendo únicamente a lo que quiero decir, también a cómo voy a decirlo, esto es, qué estructura va a seguir ese poema, qué arquitectura voy a desarrollar. Para mí, la consideración formal tiene que ver con el estilo. Es algo que podríamos discutir, pero para mí el estilo del poeta está ligado a la manera en que diseña la estructura de cada poema, más incluso que al lenguaje que emplea o a la elección de una palabra en lugar de otra.
-Entre los temas que con más intención aborda en sus poemas destaca el cuerpo como objeto poético. Algunos poemas funcionan casi como exploraciones quirúrgicas. ¿El mayor misterio es lo que hay bajo la piel?
-Tal vez. Sí, tienes razón, es un asunto que me interesa especialmente, pero, de nuevo, la escritura sobre el cuerpo tiene que ver con el hecho de que el poema es una estructura, esto es, una anatomía. Y, como poeta, lo que hago es relacionarme con ellos como con un cuerpo. Esas exploraciones a las que te refieres parten de la evidencia de que el poema es un ser vivo, que por lo tanto tiene cuerpo y con el que me relaciono a través de su anatomía. No sé hacerlo de otra manera.
-Otro de los temas recurrentes en sus poemas es la música. ¿Está muy lejos la tarea del poeta de la del compositor?
-La música es una cuestión central para mí, a pesar de que no sé tocar ningún instrumento y de que no sé leer partituras. Cuando era niño cantaba en el coro de la iglesia, eso sí. Tenía la voz de un ángel, pero cuando me hice mayor el ángel debió hartarse de mí y se marchó. Entonces, quedó un hueco que vino a llenar la poesía. Y no me quejo, me va bastante bien desde entonces. Imagino que sí, que cuando escribo poesía hago las veces de músico con lo que buenamente puedo. Pero no me siento cómodo en el seno de una orquesta. Me siento más bien como el violín solista, como el instrumento invitado. Ese papel de diva solista sí va bien conmigo.
"Mis poetas favoritos llevan muertos más de seiscientos años. Tengo la convicción de que cuanto más muerto estás, mejor poeta eres"
-Y, como violín solista, ¿qué importancia le concede al silencio en la poesía?
-Esa es una pregunta muy importante. Cuando era profesor en Oxford pronuncié una conferencia sobre este tema porque me parece fundamental. En la poesía, el silencio tiene que ver con el espacio que dejas al lector para que entre en el poema a su manera, como él quiera, no como tú le indiques. Si escribes para que te lean, lo que sucede siempre, es vital preguntarse cómo te vas a relacionar con el lector, y eso tiene que ver con el espacio libre que le vas a dejar. Cada vez estoy más convencido de que lo más relevante del poema tiene que ver con lo que sucede entre el final de cada verso y el extremo derecho de la página, es decir, todo lo que queda en blanco. De hecho, los poemas que estoy escribiendo últimamente son esqueléticos, reducidos al mínimo. Porque es ahí, en ese blanco, donde el lector tiene su espacio para hacer con el poema lo que considere. Cuando lees prosa, ese espacio no existe. La mancha del texto se extiende por toda la página, de izquierda a derecha, sin espacios en blanco, sin silencio. El lector no tiene nada que hacer ahí más que callar, leer y asentir. Pero la poesía es la escritura que mejor permite al lector entrar, porque le cede su espacio. Por eso, por lo general, la prosa me interesa más bien poco a estas alturas.
-¿Le gusta Samuel Beckett?
-Sí, mucho.
-Sus últimos poemas estaban construidos a base de palabras dispersas, como si hubieran caído accidentalmente en el papel, sin versos ni unión gramatical de ningún tipo. ¿Es esta la manera más honesta de escribir?
-Esos últimos escritos tienen que ver con una revelación de la conciencia. Pero la escritura más poética de Beckett se encuentra en su teatro. Ahí es donde alcanza un verdadero vuelo poético. En un momento de Esperando a Godot, uno de los personajes, no recuerdo si es Vladimir o Estragón, dice: “El ser humano es la única especie que culpa a sus botas del dolor de sus pies”. En una frase así muestra Beckett su mayor naturaleza poética, sin duda.
-¿Le interesa particularmente algún poeta en lengua española?
-Sí, por supuesto. Leo mucho a Lorca y a Neruda. A Machado, también. Y en los últimos años he leído especialmente a Alberti, que me llama la atención por muchos motivos. Pero te confesaré que cada vez me atrae menos la posibilidad de leer literatura traducida. En los últimos años ha habido un estallido editorial de traducciones de poesía que ha despertado en muchos lectores la ilusión de que pueden leer cualquier poesía escrita en cualquier idioma, pero habría que ser muy cautos con eso. Esa ilusión nos ha conducido a una situación bastante dudosa y creo que lo mejor que se puede hacer ahora es profundizar en la lectura de la poesía escrita en tu propia lengua.
-A menudo se le compara con Philip Larkin y Ted Hugues, pero ¿dónde está su lugar dentro de la tradición poética inglesa?
-No sé quiénes son esos tipos. Mis poetas favoritos llevan muertos más de seiscientos años. Tengo la convicción de que cuanto más muerto estás, mejor poeta eres. Además, leer a poetas muertos tiene la ventaja de que ya no pueden responderte. Aunque en realidad sí lo hacen. Y en cuanto a una posible tradición inglesa, yo preferiría hablar de afinidades relativas a una lengua común, no a un territorio concreto. En ese sentido, me siento particularmente cerca de poetas estadounidenses como Frank O’Hara o Elizabeth Bishop.
-Esa predilección por los poetas antiguos es propia de un renacentista. Petrarca decía esto mismo.
-Supongo que sí. Qué le vamos a hacer.
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