El Premio Tusquets consagra a Silvia Hidalgo
Literatura
La sevillana logra el galardón con 'Nada que decir', en el que toma la "fotografía completa" de una mujer entre la vulnerabilidad, el deseo y la ira
'Yo, mentira': tras la meta aguardaba un incendio
Barcelona/Tras el fenómeno que supuso su anterior libro, Yo, mentira, la andaluza Silvia Hidalgo (Sevilla, 1978) se consagró este jueves al conseguir el XIX Premio Tusquets Editores de Novela, dotado con 18.000 euros, por Nada que decir, una obra en la que su autora sigue indagando en las insatisfacciones de la vida contemporánea a través del viaje de su protagonista, una mujer en cuyo espíritu se agitan "esos sentimientos negativos con los que no estamos cómodos", como el enfado, el despecho o los impulsos carnales más contradictorios, hasta "aceptar su vulnerabilidad, abrazarse como alguien humano y hacer las paces consigo misma".
En un acto en Barcelona, Hidalgo reconoció encontrarse "más allá de emocionada" y mostró su incredulidad por el galardón que le ha concedido un jurado presidido por el escritor Antonio Orejudo y en el que están anteriores vencedoras del Tusquets como Bárbara Blasco o Cristina Araújo. "Podría soltar el cliché de que es un sueño, pero la verdad es que nunca me había permitido soñar con esto. Yo vengo de un lugar muy lejano a este, nada en mi entorno predecía que acabaría aquí, soy ingeniera informática y me movía en un mundo ajeno a la literatura", declaró a los periodistas, aunque admitió que "desde pequeña" había sentido fascinación "por las ficciones, quizás por eso estoy aquí".
El fallo del jurado destaca de Nada que decir el "deslumbrante retrato psicológico" que propone, el modo en que arma "una historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión". El editor Juan Cerezo, feliz con la "nueva generación de escritoras" que está impulsando el Tusquets, alude a Hidalgo como "nuestra Marguerite Duras, por sus escenas turbadoras, sus emociones inconfesables, una escritura que deja zarpazos".
Yo, mentira arrancaba con una pareja y un hijo que se trasladaban en un coche, con la mujer cuestionándose cómo se le habla a un marido, cómo se comunica alguien con su descendencia. En Nada que decir, el comienzo es en el interior de otro automóvil, con una relación que ya ha encarado la ruptura y "una tarada sentada al volante" que espera que el padre recoja a la niña. Hidalgo aprecia que en ambos libros ella se dedica a lo mismo, a "mirar lo que nos pasa. Tengo imaginación y creo que podría elaborar tramas complicadas, pero no es lo que me interesa ahora. Como autora, quiero explorar la relación que tenemos con las parejas, con la familia, con los amantes, con los cuerpos, con el deseo", expone. "En comparación con Yo, mentira, aquí hay una mujer en otro momento vital, tenemos a una mujer enfadada, que se rebela contra la tristeza, porque parece que las mujeres tenemos que estar tristes antes que permitirnos el enfado. Son personajes distintos los de un libro y otro, pero también hay elementos en común. En un principio me preocupaba que ambos proyectos se parecieran, pero me relajé y acabé buscando conscientemente esas conexiones, aunque aquí está contado todo con otro tono, otro estilo".
Es precisamente la voz, "implacable", como la calificó Orejudo, en la que se expresa la narradora una de las virtudes que sedujo al jurado. "Es muy interesante", aporta Blasco, "cómo Silvia retrata los grandes cambios que hemos vivido con respecto al amor romántico, las alternativas que hemos buscado a eso, pero lo que me fascina del libro es el estilo, la calidad que hay en cada página", la "prosa electrizante", el registro "fresco, descarado, con un punto de mala leche" que cautivó también a la periodista y librera Eva Cosculluela, para quien Nada que decir habla de "las decepciones que esconden las vidas perfectas".
Hidalgo se identifica en esa "aspiración a la belleza" que celebra el jurado, y apunta que la novela reflexiona sobre el lenguaje, o sobre aquello que callamos, ya desde el título. "La protagonista no expresa sus sentimientos por miedo a que le hagan daño, como si no tuviese nada que decir, aunque tenga muchísimo que compartir con los demás", analiza la escritora, que describe en su ficción "estas relaciones instantáneas donde la palabra no tiene tanto valor. Mi personaje se pregunta qué significa que hoy te digan cariño, o que te escriban que te echan de menos. Me intriga la incomprensión, la dificultad de comunicarnos, que surgen en los nuevos contextos", dice la sevillana, que reveló que dio con ese tono crudo y furioso que despliega en el libro tras volver de un viaje con fiebre. "No recuerdo haber escrito esta novela de forma consciente, fue como un trance. Luego vino, eso sí, una reescritura concienzuda", asegura sobre un proceso en el que suprimió numerosos pasajes para dar al conjunto un desarrollo vertiginoso. "A mí no me da miedo cortar lo que haga falta, yo he tirado novelas enteras a la basura. Si algo va a llegar a los lectores con mi nombre, prefiero que sea bueno, sinceramente. Y me planteo las historias en escenas porque una de mis prioridades es el ritmo. Ninguna película ni ninguna novela se mantiene sin él. No es cuestión de contar muchas cosas, sino de encontrar una cadencia".
Cristina Araújo aplaude la amplitud de la perspectiva de Hidalgo, que traza un vasto paisaje tras su protagonista. "Cuando lees una historia sobre la frustración es habitual que el relato se ciña a esa historia, ese detalle en concreto. En otros libros ocurren muchas otras cosas a la vez que se quedan en el tintero o se mencionan de pasada, pero Silvia ha tomado aquí una fotografía completa de la vida de una mujer". Una observación con la que la autora de Nada que decir se siente cómoda: "Es verdad que otros novelistas tiran de un hilo y se limitan a seguirlo, y yo escribo como si cortara por la mitad una madeja con muchos colorines".
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