Silvia Hidalgo: “El deseo nos parece algo innato y animal, pero es otra idea que hemos construido”
Literatura
La autora publica la novela con la que ganó el Premio Tusquets, 'Nada que decir', una historia sobre el modo en que nos relacionamos que reivindica el enfado como alternativa a la tristeza
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Silvia Hidalgo (Sevilla, 1978) se presenta a la entrevista con una camiseta de Wearesomegirls por la que asoma el título de una película de Cassavetes, A woman under influence (Una mujer bajo la influencia). La elección no es casual: la escritora encuentra ecos de esa historia, con una descomunal Gena Rowlands en la piel de un personaje inestable emocionalmente, en su nuevo proyecto, Nada que decir, la novela con la que ha conseguido el Premio Tusquets y que la ha consagrado tras la extraordinaria acogida que tuvo su anterior libro, Yo, mentira. "A mí me ha influido el cine más que la literatura, porque tenía más acceso a las películas que a los libros, y siento que de algún modo Gena es siempre la protagonista de mis historias", reflexiona Hidalgo. "Rowlands tiene ya 93 años, pero para sus fans no envejece: la vamos a recordar siempre con las piernas encima de la mesa, fumando, mirándote y diciendo: Qué quieres, si estoy loca perdida, déjame". La protagonista de Nada que decir aspiraba a la felicidad, pero las insatisfacciones –un matrimonio roto, una ambición profesional que se ha revelado insuficiente, el deseo por un hombre que se entregará a medias– han dinamitado cualquier posible atisbo de serenidad. Hidalgo, que presenta su obra este domingo en la Feria del Libro de Sevilla, se confirma como una narradora lúcida y enérgica, sin miedo a adentrarse en el fango de las emociones.
–Su personaje "se enganchó a eso de la rabia". Da la impresión de que hasta hace poco las mujeres tenían que ser dóciles y no se les permitía el enfado...
–Sí, y en mi propio entorno oigo mucho: Me he puesto triste, yo es que no sé estar enfadada. Nos avergonzamos de indignarnos o de sentir rabia cuando es un sentimiento legítimo. Preferimos estar tristes, pero ocurre una cosa: el enfado se pasa, pero la tristeza se queda. Y en el enfado hay movimiento, cierta energía, mientras la tristeza te paraliza.
–Eso le ha ocurrido a la madre de la protagonista, que tiene "mil formas de estar triste".
–Una parte de esa generación necesitaba una pastilla para dormir, y casi para vivir. Esas madres no se podían permitir siquiera tener una depresión, recibir un tratamiento, porque debían mantener un hogar con vida. Muchas mujeres sobrellevaban como podían un sentimiento de apatía. Y aquí en el sur eso se acentuaba, porque nos sentimos incómodos con la tristeza y nos mostramos alegres ante los otros.
–Su protagonista crece sin referentes femeninos que la motiven. De niña "decidió que de mayor no sería madre, ni siquiera sería una mujer. Ella quería ser papá". Ya adulta, no sabía ser una jefa, "sólo podía imitar a un jefe".
–Porque las decisiones importantes, en las casas pero también en la política, las tomaban los hombres. Ella, cuando es pequeña, observa a su madre que está encerrada en su cocina y en su monotonía, porque en determinadas clases sociales las mujeres no recibían una formación que les permitiese nada más allá de parir y encargarse de su familia. Ella, la hija, ve que son los hombres los que salen, los que conducen, los que consiguen el dinero, los que incluso pueden irse un día por tabaco y no volver. Ella busca tener ese control, pero en el mundo laboral descubre que también está atrapada, no en una cocina sino en una silla, y se da cuenta también de que ese camino de la ambición es masculino y tampoco le satisface.
–Nada que decir retrata el lado temerario y absurdo del deseo.
–Ella ha intentado construir algo muy sano, muy ideal, este modelo de familia que nos muestran las series, en las que el marido le pregunta a la mujer qué tal le ha ido el día, las parejas se dicen que se quieren. Ella ha procurado formar eso, pero cuando llega este hombre con un desapego absoluto, con cierto interés pero no demasiado, hay algo que se abre dentro de ella, acepta un juego en el que se sabe manipulada, utilizada, y es consciente de que va a perder, pero intelectualmente quiere aceptar ese desafío. Al final, tras esa experiencia, obtendrá todos los puntos del juego y sentirá que aquello no le interesa, no le satisface, aprende que el deseo que tenemos, que creemos innato y animal, es algo que también hemos construido.
–Su personaje borra de su diccionario la palabra dignidad. Quizás quien decide vivir está abocado a cometer errores, a fastidiarla.
–Me interesa mucho la gente que se equivoca, que se extravía. Pero creo que la dignidad sólo la pierdes haciendo el mal a los demás de manera consciente. Si te hacen daño a ti, si la vida te convierte de alguna manera en una víctima, tú no pierdes la dignidad, eso está en ti. Otra cosa es el orgullo, y ahí mi protagonista se juzga desde un plano intelectual. Piensa que no está a la altura de ciertos ideales en los que cree, como nos pasa a muchas mujeres feministas y heterosexuales ante ciertas relaciones o ante el deseo que sentimos. Por eso es importante la sororidad, que tu amiga te señale dónde te has metido, y que reacciones o no a la advertencia ella siga ahí. Ese apoyo es algo muy bonito.
–En la entrega del Premio Tusquets, usted aseguró que cuando escribía se preocupaba especialmente del ritmo que tenía la narración.
–Para mí en la literatura la originalidad no tiene tanto valor, de hecho pienso que si algo te parece original es porque no has leído lo suficiente, no has visto suficiente cine. Al fin y al cabo llevamos contándonos historias siglos y siglos, desde que empezamos a hablar. Por eso lo importante es cómo lo cuentas. Y eso me parecía especialmente relevante aquí, en este libro, con una protagonista que está desquiciada. Quería que el lenguaje y el ritmo de la narración metieran a los lectores en ese trastorno de ella, que quien abriese la novela quisiera entrar en esa fiesta punk de la que se habla en algún momento. Yo le doy prioridad a la prosa, sí, más que a la trama. Ya tengo otra profesión [Hidalgo es ingeniera informática], y si me meto en esto es para aspirar a cierta estética, para buscar algo parecido a la belleza. También escribo para preguntarme. Se habla mucho que la novela es la radiografía de una mujer, pero yo veo más el libro como la radiografía del momento actual, un momento y unas circunstancias que afectan y atraviesan a esta mujer. En Nada que decir me pregunto cómo nos estamos relacionando como sociedad.
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