La silla de Pedro

El sello Almed dedica su nuevo título a una de las instituciones más perdurables e influyentes de los últimos veinte siglos

'Aprobación de la orden franciscana por Inocencio III', de Giotto.
'Aprobación de la orden franciscana por Inocencio III', de Giotto.
Manuel Gregorio González / Sevilla

05 de junio 2012 - 05:00

Es célebre el pasaje donde Gibbon define el islamismo como una religión de pastores. No obstante, dicha precisión, formulada por una altiva cabeza del Setecientos, bien pudiera aplicarse a los propios orígenes del cristianismo, nacido en las arenas de Judea y no en el foro romano. Barraclough, medievalista británico, dibuja el vasto drama del Papado como una suerte de conquista del poder terrenal, de la independencia política, de la libertad de culto, desde su modesto inicio en las catacumbas de la ciudad imperial, hasta los días de su esplendor renacentista. El precio, según Barraclough, fue la pérdida de la pureza espiritual y la ejemplaridad votiva de sus primeras horas. Y será Lutero el último en reclamar, como hijo tardío del medievo, la vuelta a una iglesia más cercana al ideal primitivo, a la prédica de las Escrituras, que a la poderosa monarquía de León X.

Dos cuestiones se desprenden de la lectura atenta de estas páginas. ¿Podría haber ocurrido de otro modo? ¿Podría el cristianismo haber sobrevivido sin esta voluntad gregaria de la iglesia? ¿Hubiera existido como doctrina unitaria, como fuerza intelectual, como perdurable influjo durante dos milenios? Y antes aún: ¿cómo es posible que una religión del Asia Menor desplazara a los viejos dioses del Imperio romano? La gran aventura narrada por Barraclough es también la aventura de Europa y de Occidente. Una aventura, en cualquier caso, donde el azar político, los conflictos religiosos y la disputa intelectual prefiguran el escenario donde el Papado habrá de desenvolverse durante siglos. Obviamente, queda fuera de la intención de este libro la explicación de por qué el cristianismo triunfó tan lejos de su lugar de nacimiento. No obstante, será el auge del Islam y su vertiginosa expansión por el Oriente, África y Europa, ya en el siglo VIII, el poderoso aglutinante que reafirme la primacía de Roma, frente a una Constantinopla amenazada por la Media Luna. Para llegar ahí, sin embargo, han debido de ocurrir muchas cosas; y es a dicha trayectoria, a la accidentada evolución del Papado, moviéndose entre lo espiritual y lo terreno, en difícil equilibrio con la invasión bárbara, los reinos godos, el declive de la Roma imperial y el posterior dominio de la "herejía" mahometana -también con las diversas naciones europeas de la baja Edad Media-, a la que se dedica íntegramente esta obra sumaria de Geoffrey Barraclough.

Hasta el siglo II, pues, no podemos hablar de la existencia de un Papa. Sin embargo, con el término Papa no se hace mención al Papado actual, sino a una modesta labor pastoral, muy restringida localmente. En los siglos siguientes, el obispado de Roma alcanzará su secular primacía, frente a los grandes obispados de Alejandría, Jerusalén y las grandes ciudades del Asia Menor, gracias a numerosos factores; el primero de los cuales quizá sea la figura de los apóstoles Pedro y Pablo, enterrados según la tradición en la ciudad del Tíber. A partir de ahí, la advocación de Pedro y la conversión del Imperio al cristianismo, más la posterior tutela espiritual de los reinos franco y germano y la reclamación de una insularidad vaticana, cabecera de la fe y reino sobre la tierra, harán del Papado una institución donde la fe y las cancillerías, lo doctrinal y lo crematístico, compartirán protagonismo, a veces de modo brutal y deshonesto, como con Alejandro VI, el ominoso Borgia, retratado por Pinturichio. Esta doble naturaleza del Papado, la acomodaticia y la férvida, está en el origen de las sucesivas reformas que, desde Cluny y el Cister, desde Francisco de Asís a Juan de Huss, desde Catalina de Siena a la Dieta de Worms, intentarán retrotraer a la Iglesia a su primitiva labor pastoral, y cuyos desiguales resultados son los que se analizan detenidamente en el presente estudio.

Al cabo, la tesis de Barraclough es la de que la evolución histórica del Papado supuso una escisión entre su impulso originario y la búsqueda de una primacía política sobre el orbe católico. Esta escisión tomaría cuerpo, definitivamente, con la Reforma de Lutero y Calvino. Si pudo suceder de modo diverso es algo a lo que Barraclough, evidentemente, no responde. A un historiador debe bastarle con exponer los hechos de un modo lógico y verosímil. Y Barraclough, aunque protestante, es ante todo un historiador interesado en una de las instituciones más perdurables e influyentes de los últimos XX siglos. Así, el paso de un breve magisterio, ejercido en las catacumbas, al suntuoso estado renacentista, queda recogido en estas páginas en toda su formidable complejidad, en su colosal y atribulado empeño.

Geoffrey Barraclough. Trad. Fernando Miranda López. Almed. Granada, 2012. 226 páginas. 22 euros.

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