"El paria siempre se ha reído de su señor, pero ahora reina el miedo"

Juan Francisco Ferré. Escritor

El autor malagueño delata al poder con 'Karnaval', ganadora del Premio Herralde.

El escritor malagueño Juan Francisco Ferré, último ganador del Premio Herralde.
El escritor malagueño Juan Francisco Ferré, último ganador del Premio Herralde.
Pablo Bujalance

11 de noviembre 2012 - 05:00

Karnaval, la novela con la que el escritor malagueño Juan Francisco Ferré ha ganado la última edición del Premio Herralde, y que Anagrama acaba de publicar, es algo así como el traje nuevo del emperador: un artefacto literario en apariencia complejo, poliédrico, de una estructura narrativa nada complaciente y a prueba de lectores conformistas que sin embargo viene a las mil maravillas para delatar la desnudez de quien ostenta el poder político y financiero. Después de abordar el negro panorama abierto por el imperio de George W. Bush en Providence, que ya fue finalista del Herralde, el escándalo sexual protagonizado por Dominique Strauss-Khan (convertido en la novela en DK, e incluso en el dios K) sirve en bandeja la entraña literaria y política que encierra Karnaval.

-La advertencia con la que abre su novela, "Un libro para todos y para nadie", remite a Rabelais, y de hecho su Karnaval tiene mucho de fiesta grotesca. ¿Buscaba usted un Gargantúa y Strauss-Khan se cruzó en su camino?

-Esas cosas por lo general no funcionan así, uno no ve por televisión a Strauss-Khan y dice "¡aquí está!" Pero sí es cierto que desde que leí a Rabelais siempre he tenido ganas de escribir una novela abiertamente gargantuesca. Rabelais y Sade están detrás de Karnaval.

-¿Qué camino conduce de Dominique Strauss-Khan a DK?

-El punto de partida es periodístico, o más exactamente fotoperiodístico. La imagen de Strauss-Khan conducido por el FBI fue muy impresionante, y todo el escándalo sexual estalló cuando aquí en España el 15-M estaba en la calle. Una cosa condujo a la otra, y de inmediato sentí muchas ganas de escribir algo al respecto, sobre todo lo que estaba pasando. Aquella foto me sirvió de puerta de acceso, como una guía que me permitió acceder a donde quería llegar.

-Uno de los elementos más importantes de la novela es el humor. La escena descrita en la habitación del hotel, por ejemplo, es hilarante. ¿Es la risa el mejor mecanismo para conocer a fondo el funcionamiento de la realidad, tal y como precisamente afirmaba Rabelais?

-Sí, por supuesto, comparto absolutamente esa apreciación. Pero, además, en esta época el humor reviste una función liberadora. El sistema político y financiero, tan agresivo, no sólo nos ha conducido a la crisis, sino que nos ha metido de lleno en el funeral. Y, lo más importante, ha inculcado profundamente una cultura del miedo. El paria, el esclavo, se ha reído siempre de su señor, a lo largo de la Historia, pero ahora el miedo reina a sus anchas, está insertado en todos los órdenes. El humor contribuye a aliviar ese peso.

-¿Comparte entonces la apreciación aristotélica de que la risa mata al miedo?

-Sí. Por supuesto.

-Pero, ¿qué objetivo real persigue el poder reinstaurando el terror?

-El objetivo no es otro que la prolongación de la sumisión. Pero conviene recordar que, a pesar del éxito de esta empresa, el ser humano dispone de numerosos instrumentos para hacerle frente. Uno es el humor, pero también lo es la cultura, en general. Y la literatura.

-Sobre la corrupción de los poderes financieros y el 15-M se ha escrito ya mucha literatura, aunque en su mayor parte ensayística. ¿Confía usted en la ficción para alcanzar a contar la verdad con igual o incluso mayor solvencia?

-Desde luego. No sólo en la ficción, sino en la fabulación. La imaginación siempre ha demostrado una eficacia espléndida para afectar a la parte del cerebro menos calificada. Ese efecto es mucho mayor que el de los discursos académicos, actúa de revulsivo. La realidad siempre se reconoce mejor si se le da la vuelta. Ya Baltasar Gracián decía en el Criticón que "para ver el mundo del derecho, hay que ponerlo del revés". Y uno de mis momentos favoritos de Don Quijote es ése en el que Alonso Quijano se queda tumbado patas arriba y se da cuenta de que enseña las vergüenzas. Pues eso hay que hacer con lo que se quiere contar, ponerlo patas arriba para que se le vean las vergüenzas. Y eso compete a la novela.

-Parece evidente que Karnaval es deudora de Providence, al menos en lo formal. ¿Aventuraría usted otras claves?

-En Karnaval se cruzan todas mis estéticas. En La fiesta del asno monté una gran celebración rabelaisiana a cuenta del terrorismo de ETA, y Providence es un retrato de la era Bush y de la América posterior al 11-S. En Karnaval hay una fusión viva de todo esto.

-La mirada crítica al poder es una constante en su obra, pero ¿significa para usted una garantía?

-No, para nada. Es más, te diría que escribir sobre estos asuntos entraña un riesgo. Abundan ciertos estereotipos y prejuicios. Hay lectores y escritores que consideran que el tema del poder no interesa, sencillamente. Se tiende a pensar que lo que busca alguien que va a comprar un libro es entretenimiento, y nada más. Y luego hay escritores a los que les gustaría abordar el poder político y económico, pero cuando se sientan a escribir temen el rechazo de las editoriales. Te confieso que yo, en este sentido, soy un kamikaze. En Karnaval he contado exactamente lo que quería contar, y soy plenamente consciente de que tal vez he ido muy lejos. No te negaré que también temía que la editorial la rechazara, pero paradójicamente, ya ves, la aceptación ha sido mucho más cálida de lo que yo mismo habría pensado.

-Por cierto, ¿qué hace un escritor español metiendo las narices en un asunto tan europeo como DK?

-Es verdad que España ha tenido siempre un problema con Europa. Al principio veía al continente como un mero territorio apto para batallas y desde el siglo XVIII lo considera, esencialmente, algo afrancesado, ajeno. España es un país duro cuando decide obcecarse en sus tradiciones, pero yo soy profundamente europeísta. Eso sí, considero que una unidad europea en lo económico no servirá de nada si no se forja una unidad cultural. Se trata de algo que vivo con mucha naturalidad: me siento tan cercano a determinados escritores españoles como a otros franceses y alemanes. Siempre suelo definirme como un escritor europeo que escribe en español.

-Cuando termine el gobierno de Merkel, si es que termina, ¿vendrán más Gargantúas?

-El panorama no es muy alentador. El neoliberalismo ha triunfado defintivamente y eso deja a Europa en una situación muy difícil. Ahora le corresponde buscar su sitio en el mundo frente a la hegemonía de China y Estados Unidos, y si no se da prisa se va a quedar aislada. Todo lo que Europa había representado hasta ahora está en bancarrota. Pero no es extraño que esto haya sucedido. La idea de Europa, su proyecto, es profundamente ilustrado, y el ambiente actual no es ilustrado en absoluto.

-Las nuevas tecnologías de la comunicación suelen tener un lugar destacado en sus obras. ¿Serán ellas las que maten a la novela?

-Si algo termina matando a la novela será su propia incapacidad de adaptarse a los tiempos. Como objeto, la novela incluye todos los discursos posibles, todas las polisemias, en todas las direcciones que se desee. Ni siquiera el cine reúne una capacidad de adaptación e inclusión semejante. Todo lo que aisladamente puedan decir las redes sociales, internet y lo demás queda dicho fácilmente y en todos los sentidos en la novela. Así que no me preocupa lo que pueda matar a la novela. Los que me preocupan son los escritores de novelas que no están a la altura del género, que no aprovechan sus posibilidades imaginativas y fabuladoras, que se niegan a ir más allá.

-¿Alguna idea para otra novela?

-La próxima tratará sobre el 11-M. Este suceso nos situó en un mundo en el que el fundamentalismo, musulmán y cristiano, aspira a todo. Un escenario de pesadilla.

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