Sevilla en la voz, Sevilla en el corazón y la emoción
ISMAEL JORDI | CRÍTICA

La ficha
*****Programa: Obras de M. García, I. Hernández, J. Turina, W. A. Mozart, G. Donizetti, J. Guerrero, A. Lara, H. Collet, F. López y M. Alejandro. Tenor: Ismael Jordi. Piano: Rubén Fernández Aguirre. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 22 de marzo. Aforo: Un tercio.
En el canto el componente esencial es la emoción. La técnica y la belleza tímbrica no son nada sin emoción, sin capacidad de transmitir sentimientos, sin ese dardo que se clava en el corazón, que te coge un pellizco en la memoria, te mueve por dentro los recuerdos emocionales, te hace ver la realidad de otra manera, que te hace, siquiera un instante, sentirte otro, descubrir que a pesar de la edad somos aún capaces de enjugarnos aunque sea una furtiva lágrima. Como la que evocó en su última propina Ismael Jordi con esa firma de la casa que le hace ser el Nemorino ideal en la actualidad, aunque los teatros ya no le pidan ese título. Desde la primera nota y la primera frase el aria está cincelada hasta el mínimo detalle articulatorio, con un dominio total de la emisión y sabiendo escoger la palabra y el acento justo para realizar una sfumatura, una messa di voce, una media voz, una voz mixta, una regulación siempre dirigida a conmover, como ese “d’amor” final en el que ataca en piano, crece la voz y luego la vuelve a recoger en un solo arco vocal.
Fue el colofón ideal para un recital dedicado a Sevilla, con obras de autores sevillanos y de foráneos dedicados a la ciudad. La brillante madurez del cantante jerezano se notó ya en el primer bloque, el de las canciones de Manuel García, desde un Caramba lleno de picardía hasta un Parad, avecillas casi musitado, cantado a flor de labios, a media voz, con una elegancia superlativa que fue también la etiqueta para su versión de Floris. La Guajira de Isidoro Hernández fue el vehículo para que cantante y pianista se dejasen llevar por el tempo cadencioso, lánguido y sensual, para llegar a la emoción casi operística de la rima becqueriana. Confieso mi absoluta descreencia y mi indiferencia hacia el mundo cofrade, pero al escuchar la Saeta de Turina dedicada a la Macarena en la voz de Ismael Jordi sentí una sacudida de emoción, tal fue la unción con la que fue cantando palabra a palabra el bello texto de los Quintero y la música de desnuda belleza de Turina. Pocos como este artista son capaces de cantar con estilo y soltura los ayeos y melismas aflamencados de Cantares o de Adiós Granada, otro vórtice emocional de la noche ofrecido como propina ante la respuesta unánime y entusiasta del público.
Sorprende que Jordi siga cantando “Il mio tesoro” de Don Giovanni con la frescura y el control del fiato que mostró en la apertura de la segunda parte tras muchos años de no abordar este título. Como igualmente deliciosa fue su versión de “Ange si pur”, dechado de claridad en la dicción y de atención a cada nota significativa. Con el brillo que adorna su voz y su capacidad de teñir de colores su sonido, su romanza de El huésped del sevillano fue como un canto de amor musitado al oido. Y de ahí a la alegría y el canto exultante de las obras de Agustín Lara y Francis López, con ataques llenos de bravura combinados con ayeos y canto recogido e íntimo como en el “Chant du Sereno”. En la voz y la pasión de Jordi canciones de Manuel Alejandro como Se nos rompió el amor adquieren categoría de canciones de concierto equiparables a las de Tosti . Y si tienen tras ellas el piano detallista, cómplice y brillante de Rubén Fernández Aguirre ya ni les digo. Como acompañante es una voz amiga que ayuda siempre al cantante, que le va marcando el camino y que dialoga con él mientras a la vez rellena de colores el acompañamiento instrumental. Y en las pieza a solo (la Danza vasca de Turina o la Morisca de Collet) muestra su dominio del teclado y de sus recursos expresivos al nivel del mejor solista.
Muchos se perdieron esta noche inolvidable. Ellos sabrán.
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