“Como actor, trabajo con el culo prieto; como director, hago lo que me da la gana”
Sergio Peris-Mencheta | Actor y director
El artista, referente esencial de la escena española contemporánea, presenta su montaje de ‘Cielos’ de Wajdi Mouawad esta semana en el Teatro Central de Sevilla y en enero en el Festival de Teatro de Málaga
Teatro Central 23/24: creación sin etiquetas
Programación del Festival de Teatro de Málaga
Convendría armarse de valor para resistirse a situar al dramaturgo y director canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad (Beirut, 1968) al frente de la escena contemporánea en todo el mundo. Tras dirigir el Teatro de Quat'Sous de Montreal, a partir de 2005 creó varias compañías en Canadá con las que estrenó su tetralogía La sangre de las promesas, formada por las obras Incendios, Bosques, Litoral y Cielos, en las que aborda la vigencia de la tragedia como lenguaje teatral, social, político y cultural en el siglo XXI. El cuarteto ganó el reconocimiento unánime como artista fundamental de su tiempo para Mouwad, quien desde 2016 dirige el Teatro Nacional de La Colline en París y quien sigue alumbrando textos imprescindibles para la asimilación del presente (su última obra publicada en España es Todos pájaros, lanzada de la mano del sello La Uña Rota en 2020). Incendios fue llevada al cine por Denis Villeneuve en 2010 y fue objeto posteriormente de una memorable producción teatral en España dirigida por Mario Gas y protagonizada por Nuria Espert. Ahora es Cielos, la obra que cierra la tetralogía, la que queda a disposición del espectador en nuestro país gracias a la producción de Barco Pirata que, bajo la dirección de Sergio Peris-Mencheta, podrá verse esta semana (los días 8 y 9) en el Teatro Central de Sevilla y que abrirá el Festival de Teatro de Málaga en el Teatro Cervantes el próximo 9 de enero.
Estrenada en el Festival de Aviñón en 2009, Cielos lleva al espectador a un búnker donde criptógrafos, traductores e investigadores trabajan a contrarreloj para tratar de impedir un ataque terrorista múltiple que tiene por objetivo provocar una debacle social. Su misión consiste en decodificar el mensaje encriptado, del que una voz que ha logrado ser identificada entre los océanos de mensajes online alerta al comienzo de la obra; esa voz, que habla en nombre de los hijos devorados por todas las guerras del siglo XX, culpa a los padres de la sangre derramada de generaciones y amenaza con una venganza devastadora: un atentado terrorista de insólitas dimensiones. Y es que, además de abordar la naturaleza del terrorismo y su pervivencia, Cielos abraza desde la poética del mito de Casandra la difícil relación entre padres e hijos, entre las generaciones convivientes a las que, frente a la catástrofe, les resulta imposible entenderse.
Y posiblemente no hay en España un creador escénico más idóneo para llevar los Cielos a las tablas que Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975), actor, director y fundador de la citada productora Barco Pirata que en espectáculos como Lehman Trilogy, Una noche sin luna, Continuidad de los parques, La cocina, Castelvines y Monteses y Ladies Football Club ha dado cuenta de una intuición única para hacer de cada proyecto teatral una experiencia inolvidable para el público. Peris-Mencheta dirige en Cielos (de cuya traducción es también responsable) a Marta Belmonte, Jorge Kent, Xoel Fernández, Álvaro Monje, Pedro Rubio y Javier Tolosa. Y atiende a este periódico desde Los Ángeles para esta entrevista.
-¿Cuándo decidió que quería montar Cielos de Wajdi Mouawad?
-En 2014 vi el montaje que estrenó Oriol Broggi en la Biblioteca de Catalunya, en Barcelona, y me gustó muchísimo. Me pasé toda la función pensando cómo la habría dirigido yo, que es lo que hago siempre que una obra me gusta. Ya entonces me hice con el texto y lo traduje. Tenía la intención decidida de producir y dirigir la obra, pero salieron entonces otros proyectos con más oportunidades y facilidades. Pasaron los años y, cuando acababa de ser nombrado director del Teatro de la Abadía, Juan Mayorga me contó que le quedaban algunos huecos para su primera programación y fue ahí donde le propuse hacer Cielos. Y le encantó la idea, por supuesto.
-¿Cuáles fueron las principales dificultades a la hora de sacar adelante el montaje?
-Las mayores dificultades venían derivadas de la complejidad del texto. En sí, como el mensaje que intentan descifrar los protagonistas, la obra está llena de códigos internos y encriptados. Pero tú tienes que coger todo eso y ofrecerlo al público. Intenté de entrada que la traducción fuese lo más clarificadora posible, pero pronto comprendí que no sería suficiente. Que llegar a sostener la obra en toda su complejidad sería responsabilidad de todo el equipo. Así que, ya en los primeros ensayos, advertí al reparto de que el texto no estaba terminado, en el sentido de que teníamos que hacerlo nuestro, y que sólo entonces llegaríamos a comprenderlo en toda su dificultad. A la hora de hacer Cielos es relativamente fácil caer en la tentación de convertirla en un thriller televisivo, en tomar la opción más a mano. Pero la obra de Mouawad es mucho más que eso.
-A tenor de esa dificultad, ¿tenía pensado desde el principio el elenco en el que más podría confiar?
-No. Hicimos audiciones.
-¿Por alguna razón en especial relacionada con la obra?
-No con la obra, sino con nuestra manera de trabajar. Siempre que podemos, en Barco Pirata convocamos audiciones. Pero, si tenemos cualquier tipo de participación pública, aunque sea pequeña como en este caso a través del Teatro de la Abadía, entendemos que las audiciones son directamente una exigencia. Y las hacemos. Aunque, paradójicamente, luego sean los teatros públicos los que no hacen audiciones.
-¿A lo mejor contar con un reparto que no estaba previsto ayudó precisamente a que los intérpretes hicieran suya la obra?
-Es posible. Pero, de todas formas, la escritura de Mouawad es siempre muy difícil de llevar a escena. Es, digamos, muy Lepage. En ‘Cielos’ mete en un contexto casi televisivo un texto muy difícil, extraordinariamente complejo, elevado en cierta medida. La suya es una escritura muy delicada que te obliga a estar pendiente de los matices. Lo que pasa es que yo no he tenido libertad a la hora de subirla a escena. Por contrato, cuando montas una obra de Mouawad se te prohíbe hacer cualquier tipo de adaptación. Tienes que ir con el texto tal cual, sin quitar nada y, por supuesto, sin añadir nada. Esto, la verdad, dificultó bastante las cosas. Porque yo sí habría metido algo la tijera. Y, bueno, Mouawad escribió la obra en 2008, y creo que hoy algunas cosas que cuenta se escribirían de otra manera. Por mucha vigencia que tenga el texto, desde luego.
-¿Por ejemplo?
-En la obra se habla de ciertos actos terroristas que tienen por objetivo dañar a obras de arte en museos. Esto, en 2008, no era extraño, pero está claro que acontecimientos así han cobrado en los últimos años un significado muy especial, han ganado relevancia y se habla de ellos mucho más. Seguramente, si hoy escribiéramos sobre esta cuestión, lo haríamos de otro modo. Pero, más allá de esto, piensa que los textos que Mouwad publica de sus obras son las versiones estrenadas, no las que se emplean como punto de partida. El propio Mouawad dirige también los ensayos y fácilmente dedica a cada montaje un año y medio de preparación. Por eso puede permitirse escribir una obra cada cinco años. El texto que tú montas no es exactamente el original de Mouawad, sino el que resulta de un larguísimo proceso de ensayos con la compañía, con un punto de vista que ha evolucionado durante ese tiempo y en ese contexto. Pero hoy, inevitablemente, la perspectiva sobre las cuestiones que aborda puede ser más amplia. Aunque, insisto, la actualidad de la obra sea indiscutible.
-¿Tuvo que asumir limitaciones también en cuanto a la puesta en escena?
-No. En ese sentido, ninguna.
-¿Y pudo compensar de alguna manera el rigor del texto?
-A la hora de dirigir, me sigo sintiendo un intruso. Llegué a la dirección de manera precipitada, nos quedamos sin director en el taller de teatro que teníamos en la Universidad, alguien tenía que hacerse con las riendas y me lancé. Pero, cuando decidí dejar la carrera y hacer del teatro mi profesión, me formé como actor, no como director. He seguido dirigiendo después, sí, pero ni tengo la formación ni comparto los códigos que habitualmente tienen los directores. Y esto, en el teatro español, constituye un problema, porque lo polivalente no vale, no se entiende. Si diriges, diriges; y si actúas, actúas. Pero no haces las dos cosas. Tanto es así que, cuando empecé a dirigir, muchos aquí consideraron que la interpretación ya no me interesaba y dejaron de llamarme para trabajar como actor, así que tuve que venirme a EEUU para seguir haciéndolo. En cualquier caso, la dirección es para mí un juego. Como actor, trabajo con el culo prieto; pero, como director, hago lo que me da la gana. Cuando voy a ver una función cualquiera, como te decía, siempre me imagino cómo la dirigiría, pero nunca pienso en estos términos respecto a la interpretación. Y, para mí, poder adaptar los textos forma parte del juego. Por eso adapto siempre los textos, de Shakespeare, de Lope, de quien sea. Al no poder adaptar a Mouawad, me he sentido bastante atado y supongo que eso se ha dejado notar también en la dirección. Nuestro Cielos no es una obra Mencheta. Es lo menos Mencheta que he hecho. Donde tal vez pueda notarse mi manera de concebir la escena es en la disposición vertical: Cielos se ha montado siempre desde un diseño horizontal, con el búnker servido en ese plano. Mouawad también lo hizo así. Pero, en nuestro caso, sobre el búnker está el suelo, luego el bosque y, por último, el cielo. Esa licencia sí que nos la hemos dado.
-¿Le preocupa que el clima político actual, especialmente en relación con el terrorismo, influya demasiado en el público a la hora de recibir la obra?
-No me preocupa porque precisamente para eso hacemos teatro: para que cada cual interprete lo que ofrecemos como considere mediante las claves de que disponga. De todas formas, yo no diría que el contexto político sea lo más determinante en Cielos. Creo que las relaciones entre padres e hijos y entre madres e hijas tienen bastante más relevancia, así que, por lo general, la gente va entrando en la obra a partir de claves más personales y familiares. En las cuatro obras de La sangre de las promesas, Mouwad escribe sobre el peso de los antepasados en cada generación, y lo hace más desde los vínculos familiares que desde los momentos históricos. Sabe tocar muy bien esas teclas. Es un autor muy exigente. Diría que, seguramente, es el autor más exigente del teatro contemporáneo, el que más exige tanto a lectores como a espectadores. Ahora bien, una vez que entras en su mundo, ya no sales. En su teatro puedes quedarte con cara de tonto y preguntarte qué está pasando durante mucho rato, pero al final sales del teatro con un convencimiento que sobrepasa al mismo sentido. Y eso es porque Mouawad te toca el corazón, te lo va amasando mientras ves la obra, aunque no siempre estés seguro de lo que quiere decir.
-¿Quizá podemos hacer una analogía entre esa exigencia y la de clásicos como Esquilo o Shakespeare?
-Creo que un espectador de Esquilo o Shakespeare, en la época en que vivieron estos autores, lo tenía más fácil que un espectador de Mouawad hoy día. Esquilo y Shakespeare escribían a partir de lo que había en la calle, así que lo que subía a escena resultaba familiar a todo el mundo. Shakespeare era un escritor particularmente accesible para su época. Ya en las primeras páginas del texto te ubica y hace que pase algo determinante que va a guiarte luego durante toda la obra. Mouawad no es así. Te pide paciencia. Y lo más probable es que no asimiles el contenido de la obra al cien por cien. Pero es que el teatro es así. En el teatro, cada uno entiende una cosa. Al contrario que en el cine, donde te lo dan todo hecho y masticado, el teatro da siempre espacio a la imaginación del espectador para que él termine de construir la obra. Mouawad hace justamente esto. Y así es el teatro que me gusta: el que no te da todas las respuestas, el que te permite imaginar.
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