Seres vivos no identificados
Art. 13 | Crítica de Teatro

La ficha
*** ‘Art. 13’. Compagnie Non Nova / Phia Ménard. Idea original, dirección, coreografía e interpretación: Phia Ménard. Dramaturgia: Camille Louis. Escenografía: Phia Ménard, Clarisse Delile y Éric Soyer. Composición de la banda sonora: Ivan Roussel. Vestuario: Fabrice Ilia Leroy. Iluminación: Éric Soyer, asistido por Gwendal Malard. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes, 4 de abril. Aforo: Media entrada
Nos conquistó en 2019 con Saison séche y nos impacto profundamente en 2023 con su Trilogía de cuentos inmorales (para Europa), un impresionante trabajo realizado por encargo de la Documenta de Kassel.
En una de las partes de dicha trilogía, Phia Ménard, porque es de la aclamada creadora y activista francesa de la que hablamos, se esfuerza por construir en escena -como si fuera un mueble de Ikea- una réplica del Partenón, diez veces más pequeño que el original. Al final, una lluvia torrencial la destruye en unos pocos minutos.
A través de esos trabajos, hemos aprendido que en el centro de sus piezas, junto a su gusto por las grandes escenografías, por la arquitectura, el arte y la belleza en todas sus formas, junto a su gran imaginación y su amor por las fábulas, hay siempre una denuncia, un aviso: no podemos seguir mirando para otro lado porque ya no existen barreras protectoras para esta vieja Europa que con tanta fatiga elaboró, entre otras cosas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
Art. 13, el título de la performance que vimos anoche en el Central, parte realmente del artículo 13 de la citada Declaración (una declaración que en Francia habla todavía de los Derechos ‘de l’homme’): “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado…”.
Y libremente circula en solitario durante toda la pieza un ser extraño (la propia Ménard), con el rostro cubierto por una máscara animalesca no reconocible. Este ser, que no es presentado con rasgos negativos o repulsivos, es más, que produce una cierta ternura con la torpeza de sus gestos con su apego a un peluche cada vez más ajado, va a poner del revés el bonito y ordenadísimo jardín que lo recibe, con una estatua de un varón apolíneo en el centro.
¿Es la llegada de seres “no deseados” como este lo que está destruyendo nuestro pequeño mundo? ¿Son estos los llamados a derrocar el poder absoluto? Lo cierto es que, en esta ocasión, la simbología y las metáforas de la fábula que nos propone Ménard son mucho más ambiguas y abiertas, dando ocasión a que cada espectador saque sus propias conclusiones.
Hay quien ve incluso guiños a películas como El planeta de los simios -en esos pies de estatua enormes que aparecen más tarde- o 2001 una odisea del espacio, con ese monolito que queda en medio de las ruinas. Según la creadora, la pandemia supuso el fin de la inocencia para toda la humanidad.
Lo cierto es que, al final, de ese mundo cuidado y perfecto solo quedan ruinas. Unas ruinas con las que tendremos que imaginar y construir otro mundo, quizá no tan perfecto, pero más solidario y lleno de paz.
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