La serena madurez de Sandra Ortega
Artes escénicas
La bailarina andaluza, que volvió al sur en 2018 tras una notable carrera en Bruselas, afronta nuevos desafíos como docente y embarcada en los proyectos de Raquel Madrid o Lucía Vázquez
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Aunque a lo largo de su abrumadora trayectoria Sandra Ortega haya cautivado a primeras figuras y formado parte de las compañías más prestigiosas del mundo, la sevillana habla del momento en que empezó a bailar como un hecho azaroso, un gesto fortuito del destino. “Fue por casualidad. A los cuatro años me aconsejaron que hiciera algo de deporte y tenía una amiga de la misma edad que iba a clases de danza”, recuerda la intérprete. Aún no lo sabía, pero aquella niña “cuyo cuerpo le pedía movimiento, y a la que le gustaba inventarse historias” hallaba un modo de sentir el latido de lo humano, de hablar con los dioses. En los comienzos, años en los que pasó por el estudio de Mario Maya o el Conservatorio de Danza de Sevilla y tuvo a José Palacios e Inmaculada Jiménez como maestros, Ortega asombraba a todos con una energía y una intuición inesperadas. Tenía esa incandescencia que gastan los virtuosos. “Iba pasando de curso porque se me daba bien, al parecer; porque me gustaba la rigurosidad, resolver problemas a un nivel físico”, continúa rememorando. El carisma de la joven no entendía de fronteras, y apenas cumplida la mayoría de edad fue admitida en la reconocida escuela P.A.R.T.S. de Bruselas. Era un cuerpo celeste llamado a brillar en una galaxia inalcanzable, algo parecido al Olimpo: la esperaban Les Ballets C de la B, y más tarde la compañía Rosas de la reina Anne Teresa De Keersmaeker.
Ortega evoca su etapa en el epicentro de la danza contemporánea con humildad y distancia, o tal vez con esa serena sabiduría de quienes han sabido escucharse a sí mismos: a finales de 2018 decidió apearse de aquella vorágine en la cumbre y regresar a las raíces. “En Rosas llevábamos varios proyectos a la vez y estaba siendo intenso, sentía que empezaba a agotarme. No quería que algo que me gustaba tanto como bailar y estar en escena me saturara. Había llegado lo más lejos que podía llegar, y me preguntaba qué era lo siguiente. Busqué qué era lo que más me había aportado realmente a nivel personal. Me planteé invertir todo el dinero que me estaba gastando en osteópatas y fisioterapeutas en mí misma [ríe] y conocerme mejor”, explica la bailarina, que tras esas pesquisas personales desembocó en el método Feldenkrais, un proceso de aprendizaje que ayuda al individuo a aumentar su conciencia corporal mediante el movimiento. “Volver a Sevilla también era una manera de devolver todo lo que Bruselas y mi experiencia me han dado: sentía que debía apoyar a creadoras que desarrollaban sus propuestas aquí”, dice una artista que ha trabado una fecunda alianza en estos años con Raquel Madrid y Dos Proposiciones, y que hoy mismo empieza a ensayar el próximo espectáculo de Lucía Vázquez.
Ortega define como su “prioridad” la faceta docente en la que se ha embarcado y en la que enseña el método Feldenkrais a artistas “no sólo de la danza, ahí entran también actores, músicos, profesionales del circo, todo aquel que se sube a un escenario. El método les facilita ganar presencia en escena, eso que nos asciende de nivel a los que nos enfrentamos a un público”, comenta. Una línea pedagógica que comparte con instituciones y compañías: “He estado en la Universidad Internacional de Andalucía, el Conservatorio Superior de Málaga, en el Take Off...”, enumera una profesional que sigue asesorando con su criterio producciones internacionales en países como Francia o Túnez.
En Rosas estaba siendo muy intenso. No quería que algo que me gustaba tanto como bailar me saturara”
La bailarina asegura que ha puesto “la parte artística” en un plano secundario. “Como intérprete no estoy en el mercado, sólo para apoyar determinados proyectos. Era mi decisión a la hora de venirme para acá. Yo diría que en Bruselas me pasaba en un teatro más de 250 días al año [ríe], contando con ensayos generales. El trabajo como intérprete es muy bonito, pero en una compañía de esa exigencia tiene un desgaste mental, físico, emocionalque pasa factura”, señala sobre su paso por Rosas, donde empezó como sustituta aprendiéndose las coreografías de todo el elenco –“hay que tener mucho coco para no liarse entre un rol y otro, que se parecen mucho”– y en el que ya como titular recuperó espectáculos emblemáticos de la trayectoria de Keersmaeker como Rosas danst Rosas, que bailó durante seis años, o Drumming, y pudo vivir también el proceso creativo de Golden hours, “una propuesta muy loca porque mezclaba el glam rock de Brian Eno con el Como gustéis de Shakespeare”.
Fue precisamente la visión de Drumming, siendo Ortega adolescente, la que despertó definitivamente su vocación. “Inma Jiménez, la profesora de Contemporáneo en el Conservatorio, nos alentaba a que fuéramos a ver obras al Central. Fue toda una revelación. A mí me gustaba el clásico, pero no tenía las cualidades para ser una buena bailarina de clásico, me marcaban algunas limitaciones, y el contemporáneo era la libertad... Yo le dije a mi madre que aquello era lo que quería hacer, y ella, que había venido con mi padre al espectáculo, me dijo: Si esto es como un patio de colegio, cada uno juega a una cosa diferente, pero no se chocan... Recuerdo esa conversación con mis padres como la primera vez que decidía por mí misma, porque sentí que lo que había visto me había removido. Después mis padres vinieron conmigo mucho al Central, y ya les encanta la danza contemporánea, pero recuerdo que las primeras navidades que vine de P.A.R.T.S miraban los vídeos de mis prácticas y no podían evitar hacer bromas. Y que conste que es una familia con muchas inquietudes artísticas”.
Pese a que ha rebajado “la intensidad, que no el nivel”, Ortega encara un calendario con varias funciones en el horizonte. Con Perseidas, que interpreta junto a Raquel Madrid y Anna París, visitará el 22 de agosto el Festival de Teatro de Niebla, y estará el 22 de septiembre en Pamplona, el 3 de octubre en Marbella, y el 16 de octubre en Cartaya. Otra creación de Dos Proposiciones, P de Partida, se verá el 25 de octubre en San José de la Rinconada. Madrid, que lleva ya años colaborando con la ex integrante de Rosas, aún expresa su entusiasmo por el fichaje. “Siento que con ella me ha tocado la lotería”, manifiesta. “Yo la conocía y cuando me enteré de que volvía de Bruselas le pregunté si había dejado la danza o si sólo había dejado Bélgica. Tenía que hacer una sustitución con Pacto de fuga, y flipé porque nunca había visto aprender a una persona una coreografía tan rápido, de un modo tan preciso y con tanta calidad... Y a partir de ahí todo ha sido una sorpresa tras otra, en los procesos de creación y en escena. Estar con ella es como asistir a una clase magistral diaria”, celebra. La compañera le devuelve los elogios: “Esto de la danza funciona si conectas con el otro, es lo que le da hondura al proyecto. Bailar es como un viaje de vuelta a casa, y se trata de disfrutar el camino. Con Anna y con Raquel es facilísimo, son dos amores, y es una maravilla ensayar o estar en escena con ellas”.
Con Pacto de fuga, que presentaron en el Battery Park de Nueva York, la curtida Ortega interpretó por primera vez una pieza de calle, lo que llevó a Madrid a advertirle de que podría cruzarse un perro o una señora podía hablar durante la actuación. “Una solo sabe ponerse en escena de una manera”, defiende. “Para mí es lo mismo un escenario en Taipéi con 2.500 butacas que bailar en un pueblo pequeñito en Andalucía. Con las propuestas de calle en vez de tener una pared negra delante, porque con los focos no ves nada, ahora veo caras de espectadores que están experimentando la vivencia al mismo tiempo que tú”.
Ortega se muestra también expectante por su colaboración con Lucía Vázquez, a cuyas órdenes estrenará Normcore −lo normal− el 7 y el 8 de febrero en el Teatro Central. “Me ilusiona ponerme en las manos de Lucía como intérprete, y rodeada además de un equipazo”. Ya a otro ritmo, a Ortega le queda mucho baile por delante.
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