Ser para siempre

INMORTALIDAD DIGITAL | DE LIBROS

La filósofa Raquel Ferrández publica ‘Inmortalidad digital’ (Herder), ensayo en el que reflexiona sobre la influencia de la tecnología en la vida y la muerte

La escritora Raquel Ferrández (Ferrol, 1990).
La escritora Raquel Ferrández (Ferrol, 1990). / D. S.
Luis Manuel Ruiz

12 de octubre 2025 - 07:01

La ficha

'Inmortalidad digital'. Raquel Ferrández. Herder, 2025. 296 páginas. 22 euros

Parece difícil imaginar un anhelo humano de mayor trayectoria que el de la inmortalidad: ya el primer documento escrito de la literatura mundial nos relata cómo el rey Gilgamesh desafío a los hados y llegó a la orilla del mundo para hacerse con la rama de cierta hoja que le volvería semejante a un dios, y que finalmente perdió, ay, arrancada por una serpiente. Alimento inveterado de los credos religiosos y de las novelas fantásticas, la victoria sobre la muerte tiene una presencia tan ineludible en nuestra cultura como su opuesta, la muerte misma, a la que va ligada: porque no hay ocasión en que no se lamente y tema a esa negra señora, a esa calavera risueña, a ese azote y a ese sopor en que no se intente, a la vez, conjurarla con todo tipo de recursos, desde el cielo a la tierra. Nuestra posmodernidad tecnológica dispone también de los suyos.

El de Raquel Ferrández es un libro que circula a la vez entre los géneros del reportaje, la tribuna y el ensayo filosófico. En lo que respecta al primero, nos sirve para informarnos, a los legos en esto, de la vasta oferta de inmortalidad virtual que brinda nuestro mundo de hoy: de los clásicos cuerpos criogenizados y cabezas conservadas en frascos, de los que tanto eco se ha hecho la ciencia ficción, a promesas sorprendentes y de intenciones poco claras como la posibilidad de sobrevivir en un limbo sintético generado por ordenador o descargar la propia mente en un depósito de memoria, donde aguardará a un nuevo cuerpo, la autora va pasando revista a la larga serie de variantes de eternidad que oferta la red, todas más pálidas y más urgentes que las tradicionales de antaño. Condenados el cielo y el infierno, la gloria póstuma y la reencarnación, al trastero de la ropavejería, lo que se impone ahora es una supervivencia amparada por el egocentrismo, donde la conciencia individual sea el factor básico a preservar, junto a las garantías de inmediatez y eficacia: poder comunicarnos con nuestros difuntos a través de chats, bots, mails, verlos moverse en aplicaciones de reanimación de fotografías, clonar su personalidad mediante avatares de inteligencia artificial que remeden sus ademanes y respuestas. Ferrández se pregunta, con legítimo desdén, si esta es una inmortalidad real, o solo el enésimo canto de las sirenas de silicio.

Contra esta concepción infantil y mundana de la vida eterna, nos propone otras de mayor calado. Conocedora de las prácticas del yoga —es especialista en filosofía india clásica—, la autora opta por una inmersión intensiva antes que extensiva en lo eterno, que acceda a la ausencia de tiempo no a través de prótesis mecánicas ni accesorios ajenos a la propia mente, ni a través de un espejismo de pervivencia en foros, redes sociales, imágenes en movimiento y sombras varias, sino desde la asunción de la propia mortalidad, porción ineludible de todo ser humano. En un mundo donde la muerte ha sido sistemáticamente desterrada del paisaje, donde se la opone de manera tajante a la vida como el cero al infinito, donde otras de sus sucursales como la vejez y la enfermedad solo merecen periferias y voz baja, es natural que la inmortalidad se conciba bajo una versión pueril: la del individuo que no cesa nunca, el sujeto perenne y mostrenco que atraviesa eras de tiempo sin perder su identidad, empeñado en la tarea fatigosa y algo maleducada de ser, ser para siempre. Pero quien es siempre, deja forzosamente de ser él para convertirse en todos los otros: eso nos lo enseñó ya el cuento de Borges.

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