La senda clara de Antonio Machado

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Nórdica edita 'Yo voy soñando caminos', una antología del poeta sevillano con selección, notas y prólogo de Antonio Rodríguez Almodóvar e ilustraciones de Leticia Ruifernández

El puente de Triana, en la ilustración de Leticia Ruifernández.
El puente de Triana, en la ilustración de Leticia Ruifernández.

En la voz de Juan de Mairena, Antonio Machado se remontaba a un episodio anterior a su nacimiento pero decisivo en su biografía, el momento en el que sus progenitores se conocieron, "una tarde de sol" que el poeta soñaría recordar: "Unos delfines, equivocando su camino, y a favor de la marea, se habían adentrado por el Guadalquivir, llegando hasta Sevilla. De toda la ciudad acudió mucha gente, atraída por el insólito espectáculo, a la orilla del río, damitas y galanes, entre ellos los que fueron mis padres, que allí se vieron por vez primera".

Ese fragmento "bellísimo" está entre los elegidos por Antonio Rodríguez Almodóvar para Yo voy soñando caminos, una hermosa antología de Antonio Machado que publica Nórdica, ilustra Leticia Ruifernández y explora la "ruta vital", las sendas que transitó ese hombre. El "huerto claro" de la infancia, la "tarde alegre y clara, / casi de primavera" que aviva su recuerdo, los "álamos de las márgenes del Duero", la "Soria fría" o los "olivares polvorientos" del campo de Baeza son algunos paisajes que recorre la palabra única de un poeta, también filósofo, que aunó como pocos el sentimiento y la reflexión en su obra y encontró en esos "caminos de la tarde" una invitación al pensamiento.

"Hay una anécdota muy divertida que refleja esa afición de Machado por caminar", señala Rodríguez Almodóvar. "Iba de Baeza a Úbeda porque, decía, allí las cerillas estaban más secas. Se inventaba cualquier excusa para pasear por el campo", cuenta el escritor sevillano (Alcalá de Guadaíra, 1941). Una sensibilidad que Machado desarrolló en la Institución Libre de Enseñanza, que defendía el contacto con la naturaleza como una forma de conocimiento, y a cuyo director, Francisco Giner de los Ríos, dedica Machado uno de los poemas recogidos en el libro: "Sólo sabemos / que se nos fue por una senda clara, / diciéndonos: Hacedme / un duelo de labores y esperanzas. / Sed buenos y no más, sed lo que he sido / entre vosotros: alma".

El limonero de la infancia al que cantó Machado.
El limonero de la infancia al que cantó Machado. / Leticia Ruifernández

En el prólogo y las notas que firma Rodríguez Almodóvar, el especialista resalta la "complejidad" que encierran los escritos del autor de Campos de Castilla. "Gracias a la facilidad y al placer con que se lee, muchas veces no se perciben los verdaderos desafíos que plantea a la mentalidad dominante, e incluso a lectores avezados en su obra. El hecho es que ideas preconcebidas, prejuicios y convencionalismos de todo tipo saltan por los aires en cuanto uno se fija en lo que quiere decir tal o cual estrofa o párrafo", anota Rodríguez Almodóvar sobre un poeta que ha sido objeto de "citas y apropiaciones indebidas". La machacona utilización de su "se hace camino al andar" o esa saeta que popularizaría Serrat serían dos ejemplos de cómo algunos brindan una mirada superficial a la obra machadiana que ni siquiera se detiene en comprender qué está defendiendo el autor. "Machado ha sido muy malinterpretado", sentencia al otro lado del teléfono, "y con este libro queríamos poner un poco de orden: explicar qué quería contar, en cuanto al amor, la divinidad, la política".

Uno de los rasgos que Rodríguez Almodóvar admira de Machado es "su defensa de que la poesía es también acción, algo muy nuevo en el panorama poético español. Cuando dice aquello de tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar, está hablando de una toma de conciencia. Y todo esto lo manifiesta sin dogmas, siendo muy crítico consigo mismo. En esa frase de yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas está la clave".

Emociona encontrarse en estas páginas a ese caminante "triste, cansado, pensativo y viejo" que lamenta esa "Castilla miserable" que "desprecia cuanto ignora", un país donde "los mejores propósitos" se malogran y prosperan "las ideícas de los tontos, arbitristas y revolvedores de la peor especie". Reveladora es, en este sentido, una carta que le escribe a María Zambrano, en la que le habla de su padre, su "querido don Blas (...). Dígale que, hace unas noches, soñé con que nos encontrábamos otra vez en Segovia, libre de fascistas y de reaccionarios, como en los buenos tiempos en los que él y yo, con otros viejos amigos, trabajábamos por la futura República. Estábamos al pie del acueducto y su papá, señalando a los arcos de piedra, me dijo estas palabras: Vea V., amigo Machado, cómo conviene amar las cosas grandes y bellas, porque ese acueducto es el único amigo que hoy nos queda en Segovia".

Antonio Rodríguez Almodóvar.
Antonio Rodríguez Almodóvar. / Juan Carlos Vázquez

Entre las ilustraciones de Yo voy soñando caminos, que también cuenta con un epílogo de Julio Llamazares, se reproduce el bastón que usó Machado hasta sus últimos días y ya se mostraba en una exposición de la Fundación Unicaja que comisarió Rodríguez Almodóvar junto al profesor Rafael Alarcón Sierra. El lector se imagina al ver ese objeto a aquel Machado exhausto que llega a Collioure apoyado en ese bastón, en el último y dramático camino en el que cumpliría su presagio de ir "ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar".

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