Solas | Crítica de danza
Carne fresca para la red
JAN FABRE. DIRECTOR, COREÓGRAFO Y ARTISTA VISUAL
"Adoro Sevilla y volver a su magnífico Teatro Central, que me ha apoyado durante todos estos años, es como regresar a casa. Aquí se nos recibe siempre con calor, con pasión y con un gran amor por la vida". Son palabras del fascinante y siempre polémico creador Jan Fabre, que regresa esta noche a Sevilla, cuando aún resuenan los ecos de su último y aplaudido trabajo, el portentoso Monte Olimpo, con un nuevo montaje.
-¿Qué es Belgian rules para su director y coreógrafo?
-He querido hacer una propuesta sobre mi país, Bélgica, similar a la que Fellini realizó con su película Roma. Una oda que es a la vez como una lupa que muestra la fealdad más hermosa y la belleza horrible de Bélgica. Es una celebración, una declaración de amor y, al mismo tiempo, un examen crítico. Un encuentro festivo, una colisión entre la palabra y la imagen en mi propio lenguaje visual y teatral. Bélgica es un territorio absurdo, surrealista, un lugar a lo Monty Python. Un país pequeño dividido en tres comunidades, con tres lenguas oficiales y un sistema político muy complejo. Nos desborda la burocracia. Este surrealismo, este sinsentido, hace sin embargo a Bélgica un lugar muy interesante, incluso en términos artísticos. Bélgica es una obra de arte que espero que perdure en el futuro.
-¿Dónde se coloca en el fresco que pintan de su país los 15 intérpretes de su nueva obra?
-En este espectáculo hacemos un collage con las cosas que la caracterizan, desde el chocolate a nuestro papel en la Primera Guerra Mundial o la relación con el catolicismo y el colonialismo. En la obra mostramos lo bueno, lo malo y lo terrible. Por ejemplo, se habla de lo que los belgas hicieron en el Congo, que ha sido un tabú durante mucho tiempo, pero también cosas tan cotidianas como las patatas fritas nos sirven de metáfora de nuestra identidad cultural. Y así ocurre con la cerveza, que es para los belgas el oro de los dioses, la orina sagrada. Suele decirse que la cerveza belga es una de las mejores del mundo y tenemos más de 1.200 clases. La mejor la hacen en Brujas unos monjes católicos que tienen voto de silencio y eso, para mí, dice algo muy importante sobre nuestros genes: buscamos siempre una forma de éxtasis superior, una borrachera espiritual.
-¿Cuánto tiempo necesitó para abordar este proyecto tras la extenuante experiencia de Monte Olimpo y sus 24 horas en escena?
-El proceso creativo de Belgian rules es anterior en varios años al estreno de Monte Olimpo. El primer borrador lo hice hace cuatro años y su montaje nos ha llevado hasta seis años de preparación y doce meses de ensayos. Hace un tiempo decidí sumergirme a fondo en cada nuevo trabajo, ir más allá de las ocho o diez semanas de ensayos y la tradicional gira. Como el salmón, me gusta ir contra la corriente comercial y popular. Ambos trabajos surgieron de una necesidad: son reacciones ante el clima social, político y económico, donde el miedo y la ultraderecha ganan cada vez más espacio. No esperaba el éxito de Monte Olimpo y, de hecho, antes de su estreno en Berlín, le dije a los intérpretes que me daría por satisfecho con que hubiera 50 personas en la sala.
-¿Cómo aborda en la pieza todas esas cuestiones tan candentes de la identidad y el compromiso?
- Mi compañía, Troubleyn , es internacional desde hace 40 años y en ella hay intérpretes de culturas, razas y religiones distintas. Pero también hay varios músicos, bailarines y actores belgas, y es esa mezcla la que hizo tan interesante este proceso creativo: oír a los otros cómo es la realidad belga, que ellos perciben más claramente que los propios nacionales, y cómo se relacionan con ella. Una de mis intérpretes, Ivana Jozic, califica al prototípico belga como un puercoespín, que te pincha cuando te acercas demasiado y que ama su casa como su paraíso personal. El puercoespín simboliza al desvalido y el belga lo es, comparado con alemanes u holandeses. Sus armas no violentas son la ironía, el acuerdo y la transigencia.
-¿Entra Belgian rules en la cuestión de los nacionalismos?
-El tema de la identidad y la nacionalidad estuvo muy presente en la creación de la obra. Hoy esas ideas se usan como excusas y como instrumentos para reforzar las políticas de ultraderecha. Yo quise buscar una aproximación y una interpretación desde una posición incluyente y no divisiva.
-¿Cuál es su lectura del auge de la ultraderecha belga?
-El auge de la ultraderecha y del nacionalismo -una versión más tolerada- no sólo afecta a Bélgica sino, por desgracia, a toda Europa, a Occidente y al mundo en general. Los movimientos populistas crean terror. El movimiento de ultraderecha belga quiere la independencia de la zona flamenca pero yo rechazo la división de nuestro país. Sin embargo, es fundamental para un artista permanecer soberano e independiente, sin ligarse a organizaciones o partidos políticos. Monte Olimpo, donde quise glorificar el culto a la tragedia durante 24 horas ininterrumpidas junto al fantástico escritor belga Jeroen Olyslaegers y al magnífico compositor belga Dag Taeldeman, abordaba también esas ideas, confrontándonos con la profunda violación de las normas sociales y las leyes de la conducta y la moralidad. Pero Belgian rules no es una historia sobre el nacionalismo sino sobre su absoluta carencia. Los belgas nos enorgullecemos de nuestra falta de orgullo, por eso, en estos tiempos de sentimientos nacionalistas al alza, de cierre de fronteras y terror, nos cuestionamos como belgas y mostramos nuestra fuerza y nuestra debilidad. ¿Es lógico estigmatizar las diferencias culturales y no la política y la economía como el campo de cultivo del euroescepticismo y del sentimiento antimulticultural? En Belgian rules analizamos nuestra identidad surrealista, que podría favorecer el entendimiento e incluso la celebración de nuestras diferencias.
-¿Sirven las leyes para construir un mundo mejor en una sociedad tan burocrática?
-Las leyes son omnipresentes en Bélgica: somos una nación burocrática con las más ridículas reglas, principalmente las "gas-boetes" o sanciones administrativas para las ofensas menores. La mayoría tiene que ver con delitos triviales, por ejemplo, está prohibido coger basura de la calle para depositarla en un contenedor y asustar a alguien en un desfile de carnaval. Esas leyes ridículas nos inspiran rebeldía. Los belgas no confiamos en la ley, la norma, la palabra. La imagen, en cambio, nos guía. Bélgica ha sido siempre cuna de anarquistas y artistas. Debido a su historia de ocupaciones extranjeras, somos en esencia críticos con el gobierno y escépticos con las normas. Son éstas las dificultades y complejidades que inspiran nuestra fantástica literatura, música, y todas las artes, comenzando por las visuales; han hecho que nuestro arte sea inherentemente subversivo e irónico. Juramos por la palabra flamenca "foefelen", que significa burlar la ley. Amamos la vida y la danza tanto como la muerte, y ponemos todo del revés en nuestros carnavales. Basta pensar en Hieronymus Bosch (El Bosco): un hombre muy bien educado, y católico, pero que atacó al poder tanto como a la Iglesia en sus pinturas. La relación del individuo con las reglas es un tema muy importante en este espectáculo.
-¿Qué supone el surrealismo en su imaginario y qué papel le concede, especialmente al de René Magritte, en esta obra?
-El surrealismo, y con él la ironía, son las armas más importantes de que disponemos contra las leyes y las regulaciones. Porque son exactamente eso: a través del humor y del juego, socavan la autoridad y replantean la realidad. Para mí, la ironía es la afilada navaja que uso como arma para analizar subversivamente el mundo que me rodea. En todo mi teatro y mi trabajo como artista visual, en todos mis escritos, la ironía es la neurona, es algo que se esconde orgánicamente en el corazón de mi obra porque soy un artista profundamente serio.
A través de la seriedad, el humor y la ironía florecen. La ironía en mi obra no es algo ajeno o impuesto sino que emerge de su propio interior. Lo opuesto a lo que a menudo se percibe en el arte contemporáneo belga: artistas que hacen conscientemente un trabajo de arte irónico, de un modo juguetón. Para mí eso es muy fácil, es una forma de ironía cínica y cobarde. Magritte siempre es una fuente de inspiración, al igual que Ensor, Rops, Rubens y El Bosco. Crecí en Amberes cerca de la casa de Rubens y con siete años mi padre me llevó allí para ver por primera vez sus cuadros. Como artista en Bélgica te sientes un enano en tierra de gigantes.
-El terrorismo yihadista ha golpeado con dureza a su país. ¿Cómo se acerca a estos sucesos?
-El miedo se ha extendido entre la gente pero no reina todavía. No podemos dejar a estos terroristas la victoria de sembrar el miedo en nuestros corazones. Necesitamos reunirnos, celebrar y demostrar que estos ataques no determinarán el curso de nuestras vidas. Como dijo el belga Mohamed El Bachiri, "necesitamos convertirnos en yihadistas del amor y no del miedo". Bélgica es el campo de batalla de Europa y su retrete al mismo tiempo. En la prensa, Molenbeek se convirtió en el símbolo de la angustia y el dolor pero Bélgica es también un modelo de integración. En Amberes viven personas de 117 nacionalidades diferentes, más incluso que en Nueva York. Ojalá continúe siendo así, porque eso nos enriquece e inspira a todos.
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